Sueño con niñas atropelladas por camiones de carga, aplastadas por las gomas que saben hendir el asfalto. También sueño con niñas comunes, interesadas en la televisión y en el juego de los colores.
Cuando Moscú en las tardes parecía concentrar en sí el sabor del futuro y a cambio aceptamos el espeso, sucio y frío aire de Arbat, desandamos la calle —esa calle de los dorados milagros, pero también de movimientos incesantes, hormigueos, cuestionamientos, mercadeos y soledades.
Me miro al espejo. Tras recibir el cotidiano round deinsultos salgo a la calle. La abigarrada monotonía delinfierno de asfalto y megaholos se me mete por losojos y me acaricia las neuronas.
Era el cubano más feo que ojos humanos habían visto, pero tenía la más completa colección de objetos usados por Severo Sarduy durante su estancia en La Habana.
Es tanto el rato que lleva esperando a que el barrendero diga la contraseña, que usted ya no es esa mujer elegante a la que persiguen, sino el barrendero mismo. Y ahí está, arrastrando el bote de basura sobre ruedas que pesa más que un tanque de guerra, por ocultar a la santa que arrojó medio cigarro al suelo para que usted lo recogiera. Se recuerda de ella y dice: La acera es siempre infinita.