Los intelectuales deben ser sujetos de pensamiento y acción, comprometidos con su tiempo, apegados a la historia, a la ciencia y a los saberes populares con el propósito de alcanzar una visión diversa, plural y dialéctica de su realidad. Deben ser conscientes de sus responsabilidades como generadores de opinión, pero reconociendo que sus ideas no son infalibles, que pueden contener una parte de la verdad, que no es, necesariamente, la verdad definitiva. Deben iluminar zonas de interés o disputa que resulten esenciales para el equilibrio de las sociedades, comprendiendo que ha de estar alerta a las problemáticas más lacerantes y ha de estar dispuesto a interrogar, a cuestionar, desde la necesaria insolencia.