El Patio de los Laureles del Colegio Universitario San Gerónimo de La Habana fue escenario de la develación de una tarja en homenaje al ilustre pintor ruso Vasily Vereschaguin. La ceremonia oficial estuvo presidida por el excelentísimo señor Andrei A. Guskov, embajador extraordinario y plenipotenciario de la Federación de Rusia en la República de Cuba, y Perla Rosales Aguirreurreta, directora general adjunta de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH).

Esta tarja rinde tributo al destacado pintor ruso Vasily Vereschaguin.

Durante el homenaje, el representante de la Federación de Rusia en Cuba evocó las ideas de Vereschaguin con relación al pueblo cubano y su indeclinable aspiración por la libertad e independencia: “Vamos a esforzarnos lo máximo posible para que la memoria sobre los momentos en la historia de los contactos de los mejores representantes de nuestros países vivan y nos inspiren al futuro trabajo a favor del desarrollo de nuestras relaciones”, expresó el excelentísimo señor Andrei A. Guskov.

“Vamos a esforzarnos lo máximo posible para que la memoria sobre los momentos en la historia de los contactos de los mejores representantes de nuestros países vivan y nos inspiren al futuro trabajo a favor del desarrollo de nuestras relaciones”.

Estamos asistiendo a una de las acciones más importantes en los últimos tiempos referida a la obra de José Martí que constituyó un “hito en su crítica de artes plásticas”.

La temprana lectura de La Rusia contemporánea, de Emilio Castelar, con solo 17 años, estimuló el interés de Martí por la cultura rusa. Mediante la lectura de las grandes obras de poetas y escritores rusos y la pintura del ruso Vasily Vereschaguin conformó su visión sobre Rusia.

Desde muy temprano conoció las creaciones del pintor Vasily Vereschaguin, demostrando en lo adelante su admiración por el artista. Escribió una hermosa crónica de arte, salida de su brillante pluma, redactada en un estilo único del periodismo literario, en la que señala: “(…) el ruso que hace odiar la guerra por lo real de sus pinturas, y amar la nieve, por lo potente de su luz”.

Martí había asistido a la exposición del artista en Nueva York en noviembre de 1888, lo que le estimuló a escribir una de las más intensas reflexiones sobre la naturaleza y función del arte. En su crónica reflejó en profundidad el carácter de la obra del pintor, tanto la que trataba asuntos bélicos como la paisajística, así como la de inspiración bíblica, y extrajo lecciones que se convirtieron en pilares de un pensamiento estético. En la crónica quedó registrada su percepción acerca de cómo “el alma ha de quemar para que la mano pinte bien”.

“Martí es el cubano que más profundamente ha estudiado y escrito sobre la cultura rusa”.

Vereschaguin, al concluir sus estudios en la Academia de pintura en 1867, se incorpora como reportero gráfico al Turquestán, donde se libraba la guerra ruso-turca; participó incluso en acciones militares contra el emir de Buhara. Ahí obtuvo sus primeros bocetos en los que plasmó sus vivencias de la guerra.

Sus pinturas se clasifican en series: “El Cáucaso”, “Turquestán”, “Los Balcanes”, “India”, “Palestina”, “La Guerra de 1812” y “La Guerra hispano-cubano-norteamericana”.

En su texto, Martí puso énfasis en aquellas manifestaciones pictóricas de Vereschaguin en que la intensidad de la luz y los tonos claros con los que está pintada la obra captan al instante la atención del espectador.

Por su muerte en 1895, Martí no pudo conocer de otros viajes y cuadros de Vereschaguin. Le hubieran interesado particularmente la visita a Cuba del pintor, y sus obras sobre la Guerra hipano-cubano-norteamericana —las primeras que han devenido memoria visual de actores y escenarios de dicha guerra, la que trató de fijar con fidelidad, marcadas por su inconfundible estilo—.

Al morir Vereschaguin el 13 de abril de 1904 en la guerra ruso-japonesa, durante la explosión del acorazado Petropavlosk en el cual se encontraba, haciendo apuntes y bocetos como fue la práctica de toda su vida, su amigo el periodista cubano Ezequiel García Enseñat escribió en el periódico El Fígaro el siguiente obituario:

La muerte de Vereschaguin no ha podido sorprender a los que lo conocían, pues ha sido tal cual la afrontó muchas veces, y digna de su historia. Le ha servido de sudario su gloriosa bandera; le despidió el estruendo de los cañones, como si hicieran por él salvas magníficas, y su cadáver ya encerrado, con los de sus heroicos camaradas, en un grandioso féretro de acero, que se diría hecho a la medida de los antiguos bogatyri de la Santa Rusia.

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