La labor de Roig en esta fina rama sociológica
psicológica, es rica por su profundidad y
fecundidad, sobre ese pedestal se ha de
asentar su mejor timbre en la literatura
cubana.
Gerardo Castellanos García

El humorista es un vivisector, un implacable
coleccionista de bichejos palpitantes, que
jamás se reconocen en la hiriente trama del
cuadro de costumbres.

Enrique Gay Calbó

En nada como en el humorismo (…) se ve el
tacto, la finura, la «fineza», la aptitud
sugeridora, pero discreta y suavemente
mundana de un escritor.
Jorge Mañach

En 1923, el joven abogado habanero Emilio Roig de Leuchsenring publicó en la ciudad de San José de Costa Rica un libro de pequeño formato, que contenía una colección de doce artículos de costumbres, bajo el risueño nombre de El caballero que ha perdido su señora. Este era el título de la narración inaugural del volumen, que cumple ahora un siglo de publicado, al que seguían los siguientes textos: “El día de los difuntos”, “El conocido joven”, “El médico de los muertos”, “Chismografía social”, “De la farsa política”, “Rascabucheadores”, “Los novios de sillones”, “Los novios de ventana”, “Los mataperros”, “Los velorios” y “Bufones modernos”.[1] Todos tenían en común una mirada irónica sobre la sociedad cubana (y habanera en particular), expresada a través de una escritura híbrida entre la sátira burlesca y la fábula moralizante; también compartían el hecho de que habían sido publicados más de una vez en los diversos órganos de prensa habanera donde el letrado colaboraba con frecuencia, lo que daba fe de su gran popularidad y favorable recepción entre los lectores.[2]

El caballero que ha perdido su señora, narración inaugural del volumen, que cumple ahora un siglo de publicado. Imagen: Tomada del Facebook Patrimonio documental OHC

Ese propio año, Roig dio a la estampa un folleto titulado Análisis y consecuencias de la intervención norteamericana en los asuntos internos de Cuba, cuestión que sería una de las facetas más importantes de su producción historiográfica; al mismo tiempo estuvo intensamente involucrado en el proceso de la Protesta de los Trece, liderada por Rubén Martínez Villena, integró la Falange de Acción Cubana y el Grupo Minorista, y además se desempeñó como secretario de la Sociedad del Folklore Cubano, encabezada por Fernando Ortiz. El contraste entre aspectos tan heterogéneos de su biografía intelectual, fue advertido por el prologuista del libro, el también joven literato José María Chacón y Calvo, quien señaló: “Este escritor, que parece no vivir sino para la observación cómica, el rasgo humorístico o la aguda ironía, es uno de los hombres que más seriamente, con más constante dedicación ha trabajado por el triunfo de los ideales nacionalistas en Cuba”.[3]

Fue pues, en medio de cuestiones de la vida pública nacional de gran seriedad y supremo dramatismo, que Roig decidió organizar y divulgar un tomo de  prosa costumbrista, temática en la que venía incursionando desde su juventud, cuando firmaba con el seudónimo Hermann en el Diario de la Marina textos titulados “Recuerdo de un Día de Difuntos” (1906), “Progresemos” (1907), “Después de las elecciones, los banquetes entre compañeros” (1908), “Familia distinguidísima” (1909), “Carta a mujeres” y “Tenorio oficinista” (1910). 

Fue pues, en medio de cuestiones de la vida pública nacional de gran seriedad y supremo dramatismo, que Roig decidió organizar y  divulgar un tomo de prosa costumbrista.

Poco más tarde, en el verano de 1912, el bisoño escritor alcanzó gran notoriedad al triunfar en el concurso de artículos humorísticos convocado por la revista El Fígaro, con el argumento “¿Se puede vivir en La Habana sin un centavo?”, presentado bajo el lema de “Bruja sopera”, y se parodió a sí mismo con el trabajo “Yo, costumbrista laureado”. El jurado que lo premió estaba integrado por periodistas y ensayistas del calibre de Federico Villoch, Enrique Hernández Miyares, José Manuel Carbonell, Félix Callejas y Max Henríquez Ureña.

Aunque ya era conocido como autor de costumbres y de proponer una sección dedicada a esta temática en el periódico La Última Hora, bajo el rótulo  “De la vida cubana”,  Roig tuvo que enfrentar la acusación de plagio de parte de un tal Paco Mantilla, El Andaluz, redactor de la revista Cuba y América, quien finalmente retiró su denuncia, no sin que antes el historiador le respondiera con un razonamiento que nombró “Plagio curiosísimo” (La Última Hora, agosto de 1912).

Pero lo más trascendente de este hecho es que desató una polémica en torno al género en que debía ser colocado el artículo de Roig: el costumbrismo o el humorismo. El crítico literario dominicano Max Henríquez Ureña pareció zanjar la cuestión con una reflexión titulada “Epístola literaria sobre el costumbrismo y el humorismo”, aparecida en La Última Hora, el 1 de septiembre de 1912, en que calificaba el texto de Roig como un “ejemplar artículo de costumbres y una muestra cabal de artículo humorístico”.[4]

Motivado quizás por la discusión suscitada el año anterior, en 1913 Roig disertó en el Aula Magna del Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana sobre el tema “Breves apuntes sobre nuestra literatura costumbrista”, en el ciclo de conferencias organizadas por la Sociedad Filomática, presidida por José María Chacón y Calvo. La saga costumbrista se continuó al asumir Roig como jefe de redacción de la revista Gráfico, que dirigía el caricaturista Conrado Walter Massaguer, donde tuvo a su cargo las secciones de humor y costumbres “Rasgos y rasguños” y “Personajes y personillas”, de notable repercusión entre sus contemporáneos.  

Al mismo tiempo, el futuro historiador de La Habana extendió sus estudios sobre la historia de la literatura costumbrista criolla. En abril de 1913 le dedicó un elogio a José Ramón Betancourt y un año más tarde discurrió sobre Luis Victoriano Betancourt y José María de Cárdenas en la Sociedad de Conferencias, institución fundada por Jesús Castellanos y dirigida luego por Evelio Rodríguez Lendián y Max Henríquez Ureña. En paralelo, seguía creando estampas de humor costumbrista, al estilo de “Los mataperros” (El Fígaro, enero de 1913), “Consejos a las solteras” (Gráfico, agosto de 1913), “Los velorios”(Gráfico, noviembre de 1913), “Bombos y autobombos” (Gráfico, abril de 1914), “Un chiquito de sociedad” (Gráfico, junio de 1914) y “Una coqueta” (Gráfico, julio de 1914).

Idéntica veta satírica, a la que se añaden elementos de sutil erotismo combinados con tópicos de crítica social y política, se mantendrá en  narrativas posteriores aparecidas en El Fígaro, Gráfico, Chic, Actualidades, La Nación, Social y Carteles durante más de dos décadas: “Automovílogo”, “Los maridos que no salen de noche”, “Un matrimonio al desnudo (Este artículo no deben leerlo las señoritas)”, “Maridos carceleros”, “Psicología del candidato”, “Meditaciones de un esqueleto filósofo”, “La mujer chismosa. La chismografía considerada como uno de los géneros de oratoria”, “El rompegrupos”, “El satélite o bufón”, “Pesados”, “La niña precoz”, “Los buenos partidos”, “El Dios estómago”, “Sonoridades latosas”, “Los consagrados”, “Moralistas criollos”, “Telefonomanía”, “Estudio psico-físico de la simulación femenina”, “Nuestros civilizados sportsmen” y “Lo que se oye desde una silla del malecón”, entre muchas más.

“En palabras de Chacón, era Roig ‘uno de los más amenos y mejor informados críticos que ha tenido nuestra literatura de costumbres’”. Foto: Tomada de Dialnet

En el prólogo al libro citado al inicio de estas páginas, Chacón y Calvo realiza una elogiosísima caracterización de Roig como literato costumbrista y lo llama “escritor amable, fino, mesurado”; de igual manera lo considera un verdadero renovador del género, tan popular e influyente en las letras decimonónicas criollas. En palabras de Chacón, era Roig “uno de los más amenos y mejor informados críticos que ha tenido nuestra literatura de costumbres” y  recordaba la charla ofrecida en el Instituto de Segunda Enseñanza, en la cual el historiador había hecho gala de su erudición e ingenio en dicha materia:

No olvidaré nunca el formidable éxito humorístico que tuvo el admirable trabajo. Los escritores olvidados revivían en la brillante evocación del nuevo costumbrista. Una voz lejana, que venía a través de los siglos, sonaba en nuestros oídos como algo actual y palpitante. La vieja página del Papel Periódico, la más antigua de nuestras publicaciones literarias, recordada por mi amigo con oportunas y justas palabras, se nos aparecía llena de gracia y humor, con cierto sorprendente matiz de realidad contemporánea. (…) El relato adquiría animación dramática; los autores eran figuras vivas, llenas de dinamismo. Al terminar la brillante disertación, el público numeroso que llenaba el viejo salón de nuestro instituto se mostraba sorprendido de que el tesoro de nuestra gracia popular, la rica y variada colección de agudezas nacionales les fuera casi completamente desconocido.[5]

Al mismo tiempo, el crítico literario reconocía en el joven autor su vocación por los estudios sobre el folclor popular, empresa en la que congeniaban ambos con Fernando Ortiz, y adelantaba la conjetura de que: “El costumbrismo sin una fase folklórica no pasa nunca de ser un capricho humorístico. Los buenos costumbristas cubanos —citemos ahora sólo el nombre de José María de Cárdenas—, fueron siempre ingenios populares, que sabían llegar a la íntima poesía del pueblo, aunque fuese por las vías de la erudición”.[6] Finalmente, admiraba en la prosa costumbrista de Roig que: “a pesar de que es correctora, quizá con no encubierta finalidad didáctica, no tiene nunca una acritud, ni un gesto airado. Flota en ella un cálido amor a nuestra tierra. A veces, un hondo recuerdo de nuestra vida da cierto tono lírico a la narración, en la que percibimos una velada melancolía: así las primeras páginas del admirable artículo que abre esta colección”.[7]

En opinión de un gran amigo y comentarista de la obra de Emilio Roig, el historiador Gerardo Castellanos García:

Este género, con atisbos humorísticos y satíricos, será el preferido de Roig, el que cultivará sin interrupción y con delectación; va a ser su preocupación durante más de un cuarto de siglo. Sus mejores observaciones, lo más cálido suyo estará en los estudios que publique en esta rama. En ellos va a vaciar con soltura, amenidad y agudeza, lo más apreciable de su repertorio. Nada se le escapará, desde lo que se hacía en palacios de rumbosos escudos y estirpes linajudas, hasta el solar pintoresco y revuelto. Con la pintura de costumbres, usos y hábitos de nuestros antepasados y contemporáneos, va tejiendo una especie de ribete a la vera de la historia.[8]

En las décadas de 1930 y 1940, es notable un cambio en la manera de asumir la práctica del humor costumbrista, y es más evidente la preocupación de Roig por exponer y analizar las tradiciones vernáculas con rasgos historicistas, como las representadas en los relatos de viajeros sobre La Habana. Asimismo, publica numerosas estampas de crítica social, cuyo asunto son los defectos privados y vicios públicos que tenían su origen en tiempos coloniales y llegaban hasta el presente republicano, como el juego, las corridas de toros, la indolencia y apatía cívica, la escasa valoración de la cultura artística y literaria, la vagancia, la “viveza”, el afán de lucro en la vida política, el delirio de grandeza y afán exhibicionista de ciertos personajes, el mal hábito de “vivir al día”, el despilfarro, la vanidad criolla, el carácter despótico, las botellas, la teatralidad funeraria y el besuqueo en público.

A lo anterior se une la conferencia que Roig denominó “Tendedera de costumbres cubanas”, pronunciada en la Institución Hispano Cubana de Cultura en el verano de 1940, que dio inicio a una historia del relajo insular, con énfasis en los avatares de la vida cotidiana a contrapelo de las disposiciones legales, el contrabando, el privilegio, la simulación, el papeleo burocrático en la administración pública, la falta de probidad de las autoridades y la penetración norteamericana en los hábitos cubanos, ironizada bajo el cáustico ademán de que “Los cubanos somos unos come… bolas incurables”.

Además de la amplia producción de Roig como escritor costumbrista, no lo es menos su condición de estudioso sobre dicho género, como lo demuestran los tomos donde recogió, en 1962, una amplia mirada sobre los escritores costumbristas cubanos de los siglos XVIII y XIX.[9] El Diccionario de literatura cubana reconoce en Roig “un devoto del costumbrismo, y él mismo contribuyó a la literatura de costumbres” y añade que: “En los cuatro volúmenes (…), publicados por la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, se encuentra la nómina completa del costumbrismo, incluyendo los libros, los periódicos, las antologías y los principales costumbristas de Cuba”.[10] Llama la atención por ello que Salvador Bueno no haga referencia a la producción de Roig como divulgador del costumbrismo insular, en su prólogo a una enjundiosa antología dedicada a esta materia.[11]

Según el parecer de Gerardo Castellanos, El caballero que ha perdido su señora: “Es una joyita por el humorismo y buena sátira que imperan en cada uno de los trabajos.

No fue Emilio Roig el único que, en la situación de profunda crisis de valores de la sociedad cubana en la década de 1920, ofreció una mirada incisiva de la vida cotidiana y sus prácticas morales. También lo intentó otro miembro conspicuo del Grupo Minorista, Jorge Mañach, de un modo más especulativo, en su célebre opúsculo Indagación del choteo (1928). Mañach, por cierto, comentó el libro de Roig en su sección “Glosas” del Diario de la Marina, en noviembre de 1923, y  advirtió que se trataba de un “humorismo por lo menos tan comedido en lo moral, tan ortodoxo y aceptado en la calidad de su intención, como cualquier bisbiseo extra-púber, de visita o de velorio”. Más severo resultó el juicio sobre el estilo de la escritura, en su opinión “algo inánime, algo excesivamente correcta (…) prosa de jurista internacional al fin y al cabo; y Roig, que yo sepa, nunca se ha hecho ilusiones de antología a este respecto”, aunque le reconocía “el espíritu altamente «civilizado» de lo que escribe” y “esta vena jocunda de Roig, humorismo de guante blanco, sal de grano fino, discreteo de salón, que nada dice y lo dice todo”. [12]

El historiador Enrique Gay Calbó, interesado también en el examen del humor y la crítica social, como lo demuestra su obra El bobo; ensayo sobre el humorismo de Abela (1949), saludó su aparición con  el siguiente argumento: “Roig de Leuchsenring ha publicado en libro una selección de sus artículos de costumbres, esa forma del humorismo tan cultivada por los autores cubanos, parecida al cuento, en que se muestra un cuadro de la vida, en que algunos personajes danzan y piruetean delante del lector. Esos artículos no son profundos, ni exquisitamente literarios; pero gustan y hacen pensar; su estilo es correcto y su intención no es maligna”.[13] Y añadía que su autor: “A ratos se pone serio y dice las verdades con cara de circunstancias. Es la influencia del género, que induce en ocasiones a soltar la máscara cómica y a lanzar con palabras de fuego la admonición y el alerta”.[14]  

Según  el parecer  de Gerardo Castellanos, El  caballero que ha perdido su señora: “Es una joyita por el humorismo y buena sátira que imperan en cada uno de los trabajos. Los que vivimos días de La Habana antigua y recorrimos calles, paseos, ventanas, etcétera, gozamos con las evocaciones que provocan sus capítulos, especialmente Los novios de sillones y Los novios de ventana, en sus regocijantes exhibiciones que los transeúntes disfrutaban, y las irrespetuosas escenas de enamorar, beber café, cenar y reír ante los muertos en Los velorios”.[15]

Para Jorge Mañach, que lo apreció más en el gesto costumbrista que en sus aristas humorísticas o eróticas, era Emilio Roig: “nuestro velador del gesto local, el archivero de nuestros dichos y flaquezas, el comentarista de nuestros viejos hábitos. Así, esta obrita, en sus doce ensayos, atisba doce veces la entraña de nuestra índole individual y social”.[16]


Notas:

[1] Emilio Roig de Leuchsenring, El caballero que ha perdido a su señora (pequeña colección de artículos de costumbres cubanas). Introducción por José María Chacón y Calvo, San José de Costa Rica, Editor J. García Monge, 1923, 107 pp. (Repertorio Americano-Biblioteca). En 2004 se publicó un volumen, compilado y anotado por María Grant González y Karín Morejón Nellar que reunía 42 crónicas costumbristas de Roig, incluyendo las 12 del libro de 1923, profusamente ilustrado con dibujos de Conrado W. Massaguer. Véase: Emilio de Roig de Leuchsenring, Artículos de costumbres, La Habana, Ediciones La Memoria y Ediciones Boloña, 2004.

[2] A manera de ejemplo, “El caballero que ha perdido su señora” apareció originalmente en Gráfico (noviembre de 1916) y fue reproducido en El Fígaro (septiembre  de 1918); Cuba Contemporánea (noviembre de 1922); El Heraldo de Cuba (octubre de 1923) y Carteles (enero 1925).

[3] José María Chacón y Calvo, “Introducción”, Emilio Roig de Leuchsenring, El caballero que ha perdido a su señora (pequeña colección de artículos de costumbres cubanas), p. 8

[4] Araceli García Carranza, Bio-bibliografía de Emilio Roig de Leuchsenring, La Habana, Ediciones Boloña, 2007, tomo I, p. 15.

[5] José María Chacón y Calvo, “Introducción”, pp. 6-7.

[6] Ídem, p. 7.

[7] Ídem, pp. 9-10

[8] Gerardo Castellanos, Emilio Roig de Leuchsenring, La Habana, Molina y Cía., 1938, p. 20-21.

[9] Emilio Roig de Leuchsenring, La literatura costumbrista cubana de los siglos XVIII y XIX, La Habana, Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, 1962 (4 tomos).

[10] Diccionario de Literatura  Cubana, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1980, tomo I, p. 240.

[11] Costumbristas cubanos del siglo XIX, selección, prólogo, cronología y bibliografía por Salvador Bueno, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1985, pp. IX-XXIX.

[12] Jorge Mañach, “Glosas. El caballero que ha perdido su señora”, Diario de la Marina. La Habana, no. 319, 15 de noviembre  de 1923, p. 3.

[13] Enrique Gay-Calbó, “El caballero que perdió su señora”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, La Habana, oct-dic., 1957, p. 123.

[14] Ídem, p. 124.

[15] Gerardo Castellanos, Emilio Roig de Leuchsenring, p. 24.

[16] Jorge Mañach, “Glosas. El caballero que ha perdido su señora”, p. 3.