Música de concierto: ¿gastronomía, transporte o cultura?

Oni Acosta Llerena
11/3/2019

Muchas veces he escuchado diversas terminologías para referirse y catalogar varios estilos de música: clásica o culta para la que se disfruta en un auditórium, y popular o callejera para aquella que se consume fuera de un teatro. Es necesario también un orden clasificatorio para la aglutinación de estilos y tendencias y su posterior estudio, de orden musicológico o no, así como la aceptación a nivel internacional de códigos para una puesta, ya sea de corte popular o clásico, dentro de los que están la ópera, sinfonías, cuartetos, cantatas, oberturas y más.

 Esta música necesita de silencio casi absoluto, pues no usa microfonía y los músicos deben escucharse 
para lograr un resultado eficaz, por lo que debe mantenerse un ambiente sonoro adecuado,
donde no se converse innecesariamente ni se haga ruido. Foto: Granma

 

En primer término, es un error mediático, desafortunado y muy común el definir como culta una zona de la música de concierto, cerrando así el círculo, casi al punto de provocar una diatriba conceptual: la de calificar de incultos a quienes no siguen esa tendencia lo cual es, pienso, un magnicidio. La música de concierto necesita determinadas características para ser entendida y disfrutada: un teatro, una acústica digna y la disposición del público de asistir dos horas y cumplir con las normativas propias en ese tiempo de escucha. Pero ello ha sufrido una mortífera metamorfosis, a raíz de la introducción de formas de gestión paralelas —y necesarias también— a la función per se, con epicentro en la gastronomía ligera que se expende en algunos teatros; por suerte no en todos. Siento vergüenza ajena con el solista —cantante o instrumentista— cuando alguien del público abre una lata de refresco, un paquete de los llamados Pelly o un sobrecito de nailon de golosinas o galletas, todo esto sin pudor e interfiriendo sonoramente en la función. Es necesario acotar que esta música necesita de silencio casi absoluto, pues no usa microfonía y los músicos deben escucharse  para lograr un resultado eficaz, por lo que debe mantenerse un ambiente sonoro adecuado, donde no se converse innecesariamente ni se haga ruido. En este contexto, creo que debe trabajarse en lo educativo, bien con señales visuales o el llamado de atención cuando se precise, con amabilidad y respeto por parte de las acomodadoras de los teatros. El público debe llegar al consenso de no ingerir alimentos dentro del lunetario y también se debe potenciar la prohibición de expender bebidas alcohólicas en esos recintos. Esto conduce a problemáticas de índole interno que afectan notablemente el buen desempeño de los conciertos, como la carencia en las salas de cestos para desechos: si bien el destapar una lata de refresco en plena función suena cual petardo en medio de la madrugada, más letal es cuando la persona “estruja” la lata ya vacía y la arroja al piso que, aunque alfombrado, emula con el anterior ejemplo. Otro factor es la merma de personal de limpieza y equipos que puedan obrar rápidamente en un teatro y la escasez de insecticidas que permitan el control de vectores. Todo ello es evitable si se cumplieran las normas de comportamiento en teatros donde, además, hay que sumar la entrada de público a mitad de función: imaginemos un concierto con solista donde se abre la puerta seguida de un portazo (muchas no tienen brazos hidráulicos). Así, las personas buscarán su asiento provocando más ruido y obstaculizándole el disfrute a los presentes. En la música de concierto no se permite el acceso a sala hasta el final de la obra o el intermedio: lo descrito antes puede generar un resultado musical indeseado, además de malestar y desconcentración en los músicos. Si entonces es solo cuestión de cumplir lo establecido, ¿por qué sucede?

El esfuerzo de artistas e instituciones cubanas debe preservarse, y aunque haya condescendencia en temas como la gastronomía, el transporte o la llegada tarde a un teatro, no debe esto violentar la dramaturgia de un concierto o poner en riesgo la necesaria disciplina.

Tomado de Granma