Orishas: A lo cubano y con los cubanos, como debe ser en esta isla bella

Emir García Meralla
27/3/2018

Están todos mezclados. Padres e hijos, amigos y vecinos, están todos mezclados. Santeros, católicos y cristianos, religiosos todos, todos  mezclados. Vecinos de todos los barrios; no importa si su balcón da a la 5ta Avenida, a la calle 23 o es de esos que apuntalan la historia de la ciudad, esos barrios que alguien se atreve a llamar “repartos” de forma despectiva; como si esta urbe no estuviera dividida en barrios y repartos que los hay tan acentuadamente al oeste como al sur. Todos de alguna forma viven en un reparto. De los 43 barrios que definieron la ciudad hace 500 años han salido decenas de repartos, y en casi todas sus casas alguna vez se ha escuchado la música que los reúne esta noche. Por una vez este año, este mes, esta semana, esta noche dejan de lado sus diferencias económicas, sociales, culturales y profesionales. Hablan, viven y sudan el mismo idioma, todos mezclados.

Es el día y la hora de los Orishas.

Orishas
 La presentación de Orishas concluyó la quinta edición del Festival Havana World Music.
Fotos: Gustavo Rivera Keeling

 

Las luces del escenario se encienden. En un extremo se comienzan a situar algunos músicos, visten de blanco, el blanco ritual de las ceremonias religiosas; ya sus rezos matutinos anunciaron buenos augurios. Primer golpe de los tambores batá, el público grita y aplaude enardecido, es casi medianoche. La espera ha valido la pena. La apertura corre a cuentas de Osaín del Monte, uno de esos grupos que dan una nueva dimensión a la rumba, que la visten y arropan como debe ser en el siglo XXI.

Todos a una, Fuenteovejuna, repiten los rezos y los estribillos de cada canto y es que Changó, Obbatalá e Ifá cruzaron los mares y forman parte de la música y la cultura cotidiana de muchos en este mundo de hoy. Comienza el derroche de adrenalina: …Orishas son de allá de la Habana, ¡Cuba!….

Muchos hemos esperado por más de quince años esta noche.

Todos a la misma voz, única, poderosa y viril —si porque la virilidad no es cosa de géneros cuando se trata de rasgar el alma— cruzamos miradas y descubrimos que a nuestra derecha hay un hombre que llora sin sentir vergüenza mientras a todo pulmón grita “… ellos son Cuba bro, somos nosotros…”; a la izquierda un padre carga sobre sus hombros a su hijo, uno de los tantos impúberes que entraron de modo clandestino para que sea testigo del momento, para que pueda forjar su leyenda. A mi espalda alguien dice “asere” acompañada de una palabrota, es la voz de una mujer conmovida.

Yotuel, El Ruzzo y Roldán van dejando la piel y el alma sobre el escenario como si en ello se les fuera la vida. Alguien intenta hacerse un selfie; entonces descubro que hay decenas de teléfonos alumbrando al escenario, dando una luminosidad que los organizadores no previeron. La imagen satelital de esta noche sobre esta ciudad será indescriptible y aunque no provoque titulares de última hora se podrá consultar en las redes sociales, aunque radio bemba la hará tendencia por muchos días, o años; todo depende de quién cuente lo sucedido.

Estamos a mitad del concierto. Entre los presentes nadie acusa sueño o agotamiento. Ya es domingo y para el reposo habrá tiempo; incluso hasta esos vecinos que todo lo vetan han buscado palco o balcón para ser testigos de la noche.

Cada tema que canta Orishas es un pedazo de la historia de muchos de los presentes, recrea esos personajes, lugares e historias que nos son comunes; de las que se ha alimentado alguna vez la mitología popular. Curiosamente ellos representan esa filosofía del hombre de barrio hoy olvidada, ese que alguna vez en los años setenta del pasado siglo vio su vida reflejada en la voz de intérpretes de la música salsa o de la canción de autor, la misma que ha sido nombrada de acuerdo al lugar en que se cree o se cante. Es la crónica urbana de un país al que muchos miran y juzgan en dependencia del prisma, pero que les subyuga con su música y su gente; los mismos que hoy están aquí.

La agrupación compartió escenario con La Camerata Romeu, Laritza Bacallao y Waldo Mendoza, entre otros.
 

En otro extremo del escenario se sitúa La Camerata Romeu. Ahora estamos más cerca unos de otros, la música nos ha convertido en una masa humana muy compacta, a nadie molesta el sudor del vecino, es tal la confianza surgida que algunos se atreven a compartir el vaso donde un largo trago de ron espera su hora final. Quién lo diría, “miquis” y “repas” —cheos y pepillos en otros tiempos— bebiendo juntos, mirándose a los ojos sin temores, incluso hasta abrazados. Quién sabe qué amores surgirán.

Silencio total en el escenario y en el público. Primer compás de los violines para desatar nuevamente las emociones, romper el nudo existencial que marcó el regreso de Orishas a las lides musicales de estas tierras de Dios y los hombres (puede que alguien les haya soplado al oído que era hora de poner orden en la casa si de música se trata). No sé de dónde pero decenas de banderas cubanas aparecen entre los presentes, “…la bandera más bella que existe…”, como dijo el poeta.

“…Mi alma necesita tradición/sangre de esta tierra…” apoteosis total, lágrimas contenidas, brazos en alto y voces entrecortadas acompañan a los invitados, con esas palabras Orishas había regresado a nuestras vidas el pasado agosto, nos devolvía una esperanza y abría un reto creativo a quienes juegan a la música de estos tiempos.  La decencia musical no es una necesidad, es la fuerza que impulsa el carro de la historia muchas veces, es también una expresión de lo cubano.

Están todos mezclados. El ecobio y el doctor. Padres e hijos, amigos y vecinos están todos mezclados. Santeros y cristianos, religiosos todos. Miquis y repas, blancos y negros, todos mezclados. Quince años de espera valieron la pena. Mañana todos regresaran a sus mundos cotidianos, a sus superficialidades y a sus obligaciones mundanas.

Se apagan las luces del escenario y las almas vuelven a su rincón, solo queda flotando la imagen de Miguel Díaz, o simplemente Angá, aquel que nombró al proyecto, el mismo que confió en Yotuel, El Ruzzo y Roldán. El hombre de las congas que nunca está ausente. Tras el escenario se recoge el omiero y en una orilla del Almendares se deposita el ebbo aconsejado para esta ocasión. Así se hacen las cosas a lo cubano. Los santos duermen en paz.

Maferefún Cuba. Ashé.