A Marta Valdés, quien, con su sagacidad habitual,
me sugirió el tema.

Cada momento, cada época, tiene su propio vocabulario, mal que nos pese. El pobre lenguaje es muy estoico, y se deja apalear sin chistar. Podría llevarse a cabo un estudio que relacione consignas con períodos, lemas con instantes históricos, o, como el caso que nos ocupa, la terminología peripandémica. Mi amiga y Diosa de Cuba, la Valdés, me lo hizo notar. “¿No estás harta de las frases comunes de hoy?”, me preguntó, con esa chispa tan única de Marta. No entendí bien a qué se refería, hasta que me soltó una andanada de expresiones que pululan por estos días. “Tienes toda la razón”, admití. “Pues escríbelo y no pierdas más tiempo”, me ordenó la dueña de Palabras. Heme aquí, cumpliendo su mandato.

“Cada momento, cada época, tiene su propio vocabulario, mal que nos pese”. Imagen: Tomada de Pixabay

Hace tiempo superamos el uso y abuso de la autocrítica (se les hacían autocríticas a los demás, cosa insólita); el llamado análisis actitudinal en las escuelas para determinar la integralidad de cada alumno, los criterios de los factores para decidir la idoneidad o no de cada trabajador, los denominados “Hago constar” de los cuerpos de guardia, y aunque fresca, ya ocupa un segundo nivel la orden de tuitear. Recuerdo todas y cada una de las ocasiones en que las frases como las mencionadas, eran el pan nuestro de cada día. Incluso un entusiasta gritó a todo pulmón cierta vez: “¡Twitazo, twitazo, hagamos esta noche un twitazo!”. El detalle de que eran las diez de la mañana, y nos encontrábamos en plena campiña, no mermó en absoluto el énfasis del compañero. Todos los presentes lo miramos con la conmiseración que se les dedica a los niños y a los poetas, y seguimos en lo nuestro, que era, ni más ni menos, un homenaje al autor de El siglo de las luces, en la ceiba sagrada de San José. O sea, en lo profundo de la naturaleza salvaje.

En cuestiones médicas, todos creemos poseer la experticia necesaria, aunque solo hayamos visionado un par de capítulos del Doctor House, del Buen Doctor o de Chicago Med.

Sigamos: Todo aquello que se relacione directa o indirectamente con la COVID-19, también tiene lo suyo en materia de lenguaje, no siempre vinculado con la ciencia, de lo cual me ocuparé más adelante. De pronto, todos somos actores. No sabemos ni cómo se escribe Stanislavski, pero practicamos sus enseñanzas. Y, por si no bastara, estamos en un teatro complicado, al parecer de manera irreductible. La más común de las expresiones actuales es, sin dudas, la que dice: “Todos los actores de la sociedad debemos participar en este escenario tan complejo”. A la mayoría de nosotros le aterra la idea de pararse frente al público, pero ahí vamos, admitiendo el palazo lingüístico. Ya superada la coyuntura de hace más o menos dos años, entramos directamente en el castigo de la pandemia, o, mejor dicho, a la etapa coyuntural se le sumó la enfermedad que tiene al mundo patas arriba. En otras palabras: se complejizó el escenario. Hay que reconocer que arrastrábamos vocablos retorcidos desde antes (mujer es siempre fémina; alumno es siempre educando; agua es siempre líquido vital; las películas no se ven, se visionan), pero aparecen otros nuevos, como es lógico. El oxígeno, al cual nunca hicimos mucho caso, pasa a ser el gas salvador, y vaya si lo es. La palabra experiencia, tan bonita, se sustituye por experticia, y al personal de Salud se le considera un Ejército de batas blancas, y vaya si lo es.

“En lo inmediato, personalmente, agradezco a los Esculapios cubanos la abdalización soberana de nuestra población”. Ilustración: Osval / Tomada de Juventud Rebelde

En cuestiones médicas, todos creemos poseer la experticia necesaria, aunque solo hayamos visionado un par de capítulos del Doctor House, o del Buen Doctor. O de Chicago Med. Y allá van féminas o másculos, voluntarios imaginarios del Ejército de batas blancas, a opinar acerca de antibióticos, de remedios caseros, de soluciones mágicas. No solo cometen errores médicos en sus consejos, sino también al momento de redactar sus recomendaciones. En las cenagosas redes sociales no he visto ni una sola vez bien escrito el nombre de los antibióticos usados en la neumonía por coronavirus (y dejo a los científicos la explicación de que los virus no se combaten con antibacterianos).

Para finalizar, quisiera referirme al súbito misticismo que se ha apoderado de todos nosotros. Expresiones comunes como Válgame Dios, que Dios nos coja confesados, Virgen Santa, ayúdame, que ya integraban nuestro modo coloquial de hablar, son sustituidas por el repetitivo Gracias a Dios, Gracias al Señor, incluso entre la comunidad científica, lo cual resultó pasmoso al principio, y ya no tanto. Ya es común recibir el parte médico, con la frase final que invoca al Todopoderoso, cosa inimaginable hace apenas dos años. Ahora, sin embargo, llamamos al amigo enfermo, y nos dice: “Según la doctora, mis pulmones mejoran cada día, y pronto estaré sin fiebre, dice que gracias a Dios”. O nos comunicamos nosotros mismos con el médico que atiende a un conocido, y nos comunica que la Juvenza (anticuerpos monoclonales sintetizados en Cuba), está dando excelentes resultados, gracias al Señor. Incapaces de contradecir nada, decimos sí, qué bien, porque claro, en este escenario tan complejo donde actuamos todos, en esta isla tan ardiente de hermoso sol que no acaban de dejar en santa paz, invocar al más allá viene bien, de manera que Gracias al Todopoderoso podamos hacer el cuento nosotros mismos. En lo inmediato, yo, personalmente, agradezco a los Esculapios cubanos la abdalización soberana de nuestra población, y lo digo así, crudamente. Es que soy atea, gracias a Dios, y que la Virgen del Cobre me perdone.

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