Tesis de un semestre de pandemia (II Parte)

Rafael de Águila
9/7/2020

Tesis No. 5. Covid-19 o las teorías de la conspiración

Un conocido cantautor español sostiene que con la vacuna se nos inocularía un microchip o nano robot que, con conexión a la red 5G, tendría la misión del control global de la población. Otros, que el virus fue creado en los laboratorios de la nación X o Y como arma bilógica. Otros, que se trata de los efectos de las recién instaladas torres 5G. Otros, que Bill Gates colocaría microchips en la vacuna. Otros, que se trata de un virus extraterrestre. Otros, que es resultante de la mixtura de todas las vacunas que nos hemos puesto en la vida. Otros, que se trata de una conjura de los médicos del mundo con el objetivo de purgar a la humanidad. Otros, que el virus llega desde el uso de las mascarillas, de ahí que el poder nos obligue o inste a emplearlas. Cada una de estas ideas tiene cientos de miles de defensores y seguidores, en especial, en las redes sociales. Contradicción flagrante: la humanidad ha alcanzado las mayores cotas de alfabetización y educación al tiempo que evidencia, lo que puede ser llamado, el mayor rango de idiotización masificada. En ese contexto importa más lo que sostenga una figura del espectáculo —ya sea futbolista, cantante, actriz o top model— que lo sostenido por virólogos, epidemiólogos o Premios Nobel de Medicina.

Otro de los rasgos más exacerbados del mundo moderno lo es la pérdida de credibilidad en gobernantes, políticos, prensa, partidos e instituciones. Ni siquiera la ciencia se salva del descreimiento. El humano del siglo XXI descree de todo y de todos. Sospecha de todo y de todos. Teme a todo y a todos. Recela de todo y de todos. No lo culpemos. No incurre en ello por mero gusto, por infundada paranoia o por declarada maldad. No. Si bien parte de la culpa reside en aspectos otros: la mediocridad de la cultura, la ineficacia de los postulados democráticos, la acción falaz del poderoso dominio mediático, la indefensión del individuo frente al Estado, la conversión del homo sapiens del siglo XXI en lo que Erich Fromm denominara homo consumens, o Gilles Lipovestky homo consumericus en detrimento del polites, del ciudadano revestido de poder político real —poder que debe exceder de la posibilidad de cambiar gobiernos concluido el periodo establecido por la Ley—; no tiene el humano del siglo XXI toda la responsabilidad. Resulta que todo y todos lo han engañado demasiadas veces, en demasiados asuntos, durante demasiado tiempo. Humanos con poder han engañado ab æternum a humanos sin poder. De ahí que, aliado ello a una cultura deficiente, el humano sin poder dude, sospeche, tema.

Ese recelo ha llevado a no pocos a sostener —incluso a seres de mentes y cultura privilegiadas— que esta situación pandémica resulta artificial, inventada, infundada, falsa, creada por el Poder, ¡un Poder ahora sí supranacional!, ¡ahora sí felizmente globalizado!, ¡ahora sí exhibiendo todos los consensos! con el objetivo de ¡enclaustrarnos en nuestras casas y de tal manera dominarnos! Coartar y conculcar nuestros derechos y libertades. Cuando en España cundían, de manera desafortunada, el contagio y la muerte en proporciones alarmantes, alguien en el chat de Facebook, para colmo un profesional universitario, me comentaba: “…nos tienen encerrados en nuestras casas dándonos su sopa boba”.

“…no tiene el humano del siglo XXI toda la responsabilidad. Resulta que todo y todos lo han engañado demasiadas veces, en demasiados asuntos, durante demasiado tiempo”.
 

Otros, una mayoría ilustrada, ha alertado acerca de que el potencial tecnológico (tecnología big data, dispositivos de geolocalización o rastreo posicional de usuarios de telefonía móvil, cámaras de circuito cerrado con reconocimiento facial en las llamadas smart cities con linkeos a la telefonía móvil, uso de drones, etc.), que en países fundamentalmente asiáticos ha contribuido al seguimiento de contactos de casos positivos de la enfermedad, elemento de vital importancia en el control de la pandemia, pueda emplearse en detrimento de la libertad individual, el control ilegal al ciudadano por parte del Estado, la vigilancia ilegítima de la vida privada y, en consonancia, limitar las fronteras de las libertades democráticas, los derechos humanos y el llamado Estado de Derecho. Ello, desde luego, es un riesgo. Urge reconocerlo.

Todas esas tecnologías, sin embargo, existían previo al surgimiento de la pandemia: eran empleadas para tales espurios fines desde antes de su inicio. Quizás pueda resultar cierto que, al probar ahora su sonada eficacia, los gobiernos no particularmente proclives a la libertad individual —léase aquella que emana y debe de ser ejercida en el marco de la Ley y la Declaración Universal de los Derechos Humanos— las empleen tristemente en detrimento de la Ley, la democracia, los derechos humanos y la libertad individual. Es harto conocido que naciones que se ufanan de respetar todas esas bondades —para lo cual existen incluso estructuras legales e institucionales— han empleado, también desde mucho antes del surgimiento de la pandemia, semejantes tecnologías, lo han hecho servicios especiales (Organismos policiales y de Inteligencia), servicios que no pocas veces escapan del control ciudadano e incluso del control institucional, legal o gubernamental. Todo ello ocurría antes y continuará ocurriendo después. Las culpas, es evidente, no las tuvo, no las tiene y no las tendrá jamás un virus. Las tecnologías existen —o deben existir— en aras de conferir mayor grado de calidad de vida, seguridad y libertad humanas, coadyuvar al logro de mayor felicidad; no en detrimento de ella. Es obligación del homo sapiens, como lo ha sido siempre, luchar por lograr cada vez mayores cotas de democracia y libertad individual y disminuir, en suma, la indefensión del ciudadano con respecto al Estado. Concierne al homo sapiens —ahora y siempre— luchar por garantizar Estados tecnodemocráticos y desterrar o impedir Estados tecnofascistoides. Resulta ineludible que tecnología y democracia exhiban también una relación simbiótica, anuden también el lacaniano “nudo borromeo”. Es absurdo endilgar a un virus culpas y responsabilidades que solo a los humanos competen.

Tesis No. 6. La Covid-19 y la vírica xenofobia

Ciertos estadistas han manifestado repulsa o rechazo a seres de determinadas nacionalidades, dado que aquella nación tuvo la desventura de ver surgir el virus o aquella otra de alcanzar un grado extremo de contagio y muerte. Alguno ha sostenido, desafortunadamente, que se trata de un “virus extranjero”. La posibilidad de imponer sanciones, represalias o exigir desagravios o responsabilidades a ciertas naciones ha estado sobre la mesa. Lamentable y muy triste que ello haya ocurrido. Deplorable. En situaciones de crisis el ser humano deja ver sus peores y mejores instintos. Los buenos dejarán ver la compasión y el altruismo; los malos el egoísmo y el odio.

La xenofobia y el racismo han sido parte insoslayable de la maldad humana. Basta pensar que, ante la pobreza, la miseria, la enfermedad, las guerras, el hambre y la negación misma de la vida seres y naciones que todo lo tienen y disfrutan lanzan leyes, muros, alambradas, controles fronterizos y soldados armados ante seres que, no teniendo nada, lo sufren todo. No resulta asombroso que ahora ciertos líderes rechacen a los nacionales de algún que otro país. Si ello ocurre a nivel de líderes, algo similar ha ocurrido —tristemente— a nivel social. No solo determinados sectores de ciudadanos de ciertas naciones han rechazado a hermanos de otras nacionalidades; sino que tales sectores, por suerte minoritarios, han rechazado también a compatriotas que, de manera heroica y a riesgo de sus propias vidas, luchan contra la pandemia: se ha rechazado, repudiado, alejado o denostado a médicos y personal paramédico. En rara mixtura homofóbica y política un periodista latinoamericano sostuvo, públicamente, se trataba de un “virus gay”. No empleó esa palabra. Empleó la pedestre, la conformada en español por siete letras, a seguidas comparó al virus con cierta tendencia política en su país. Días después, de forma lamentable, fallecía el propio periodista… aquejado de la Covid-19.

“Ciertos estadistas han manifestado repulsa o rechazo a seres de determinadas nacionalidades, dado que aquella nación tuvo la desventura de ver surgir el virus o aquella otra de alcanzar un grado extremo de contagio y muerte”.
 

Alimentar odios es contrario a la naturaleza humana. ¿Es el Sars COV2 un virus llegado del espacio exterior? El contexto globalizado confiere cada vez menor significado a la palabra “extranjero”. El atavismo tribal se erige como antípoda de la solidaridad, el altruismo, el humanismo y el internacionalismo. “Extranjero” debería entenderse hoy día como “habitante de otro planeta: alienígena”. Sobre la tierra, todos humanos, todos hermanos. Todos compatriotas.

Tesis No. 7. Capitis deminutio de líderes políticos

Si antes la Tesis No. 3 se extendió acerca de la capacidad disminuida de la que hacían gala las instituciones globales, tal descenso en la capacidad la manifiestan hoy igualmente líderes de poderosas naciones, democráticamente electos —por demás defendidos por furibundos partidarios—. Tales líderes han registrado, en el marco de la afectación que la pandemia ha provocado en sus países, lo que pudiera ser calificado de actuaciones grises, risibles, grotescas o irresponsables; todo ello juzgado desde sus propias declaraciones y/o desempeño público, medidas tomadas o no tomadas o el impacto que ello ha podido significar en cuanto a contagios y fallecimientos. La llegada al poder de seres sui generis no aptos para administrarlo se explica desde la esperanza de los pueblos de que alguien ¡al fin! marque las debidas diferencias y lo haga bien. Desafortunadamente, ello ha llevado al poder a seres que, de hecho, ¡lo pueden hacer peor! Peorísimo. En la llana cotidianidad de la política doméstica e internacional seres no aptos pueden, como es lógico, errar. Y es peligroso, desde luego.

Pero seres aquejados de capitis deminutio para gobernar manifiestan aún más esa característica y, en consecuencia, pueden llegar a ser extraordinariamente peligrosos, en momentos de crisis. Las crisis demandan inteligencia, mesura, sentido común, sagacidad, conocimiento y, muy especialmente, abandonar la personalísima piel para sufrir debajo de la piel de todos. Capacidad de transmutar el pathos en cum-pathos. La inteligencia, el ejercicio del deber como servidor público, la profesión de fe y la motivación, desde luego, aseguran hacer efectiva esa transmutación. Y para obrar por el bien común. Mas he ahí que el virus actual ha arribado cuando los pueblos han entregado el poder allá o acullá a seres que carecen de tales atributos. En semejantes casos, la posibilidad de errar es directamente proporcional al alcance, gravedad y profundidad de la crisis. Todos hemos presenciado lo que ciertos líderes han dicho o hecho este semestre. Grotesco. Tristísimo. Clownesco. Lamentable. (1).

Tesis No. 8. Los virus no discriminan; los sistemas socioeconómicos, sí

Cuando el virus asolaba tristemente a Europa, alguien sostuvo, allende los mares, se trataba de un virus de países ricos. Vaya falacia demagógica y analfabeta. El virus ha invadido hoy, con igual fuerza demoniaca, América Latina y África. Nada sabe, por supuesto, un virus de ricos o pobres; de feos o lindos; de barrios marginales favelizados o de la mítica, orgullosa y muy hacinada New York. Asola acá y allá; contagia acá y allá; asesina acá y allá. Mata humanos por igual; príncipes o mendigos. A algún que otro gobernante, inicialmente seducido por la inmunidad del rebaño, ha lanzado al borde mismo de la muerte.

No obstante, algo resulta innegable: hemos presenciado a naciones muy desarrolladas destinar paquetes de ayudas financieras a sus pueblos mientras naciones pobres no pueden hacerlo. Hemos presenciado a naciones europeas proteger a sus ciudadanos desde una muy privilegiada atención hospitalaria, mientras en naciones pobres los seres mueren a cientos por las calles, sin que siquiera se tenga la capacidad de diagnóstico en función de conocer la causa de esas muertes o de proceder con la debida diligencia a los enterramientos. Hemos presenciado a naciones ricas destinar miles de millones de dólares a sostener sus golpeadas economías, mientras naciones pobres solo contemplan con pavor la pérdida de lo exiguo que poseen. Hemos presenciado como, justo a consecuencia de esta pandemia asesina, ciertas corporaciones y negocios han triplicado ganancias y algunos seres al día de hoy son más ricos que seis meses atrás. Si bien un virus desde su pobre genoma no alcanza a discriminar las condiciones socioeconómicas —la calidad de la vida; la eficacia de los servicios médicos; la cultura; la organización social; el poseer vivienda decorosa, salario, alimentación, agua potable, higiene, acceso a la salud o seguro médico, debida atención social, trabajos no informales con indemnización temporal, en caso de que asome el desempleo— sí discriminan.

El contagio, la gravedad y los fallecimientos pueden ser previsiblemente mayores en la favela de Pavão-Pavãozinho que en un climatizado y confortable condominio de Copacabana. Mucho menor en la lujosa Martha's Vineyard o en los Hamptoms que en el hiperpoblado y afroamericano Bronx. Las culpas no son, desde luego, de un virus. Para nada. Las culpas derivan de un mundo económica, social y éticamente enfermo. Grave.

Tesis No. 9. ¿El capitalismo discriminara en cuanto al empleo salvador de la hoy tan anhelada vacuna?

El mundo lucha hoy por el logro de una vacuna que detenga contagios y fallecimientos. Que permita reactivar sin temores la vida. (2) Nadie puede asegurar por cuánto tiempo conferirá inmunidad esa vacuna. Tampoco si una mutación del virus la hará inservible. Los mayores consorcios farmacéuticos del planeta se empeñan en lograrla. La lograrán, sin dudas, tal vez antes de que el año concluya. Cabe preguntarse, una vez se logre, ¿se decidirá colocar, libre y gratuita, esa vacuna al servicio de la humanidad toda o se venderá cual mercancía ultravalorada a aquellos que más dinero posean y ofrezcan por ella? ¿Países ricos inmunizados contemplarán como enferman y mueren países pobres no inmunes? Si ello ocurriera, y existiera la posibilidad de solicitar la baja de la raza humana ante tanta depravación, este autor, horrorizado, sería uno de los primeros en solicitarla. Millones lo harían conmigo.

Epílogo

No pocos han elucidado que las cuarentenas, suerte de altos obligados en las vidas, pueden aprovecharse para pensar, replantearnos nuestra actuación como seres humanos, como entes políticos, como entes privados, incluso en el marco de nuestras familias, labores, amores, colegas y amigos. Los artistas, desde siempre, han asimilado pandémicos encierros para crear sus obras, eso en el caso de no morir. (3) Uno de los pocos políticos que hoy día admiro, el uruguayo José “Pepe” Mujica, vaticinó que quizás “los humanos hayamos arribado al límite biológico de nuestra capacidad política”.

Los sistemas socioeconómicos no pueden aherrojar la capacidad del homo sapiens para actuar de manera proactiva en favor del cambio. El capitalismo, sin embargo, que ha demostrado camaleónica versatilidad para auto regenerarse, lo hace. Soy realista, pesimista dirán algunos: sin dotes algunas de augur no creo que el capitalismo actual posea la capacidad de remodelarse en función del bien común, menos aún desde el desmadre de un virus. Tampoco creo que la vida humana sufra cambios significativos a consecuencias del triste y luctuoso escenario actual. Ciertos elementos, desde luego, pueden cambiar. No serán, sostengo, significativos. Pandemia, esa palabra que desde hace un semestre mata, enferma, amedrenta y confina, llega desde la unión de dos vocablos griegos: pan (todo) y demos (pueblo): todo el pueblo. Enfermedad de todo el pueblo.

“Cuidémonos pues, preservémonos para, no obstante la crisis económica que se avecina, besar y abrazar”.
 

Algo me atrevo a vaticinar. Cuando el virus deje de contagiar y asesinar, cuando la pandemia, enfermedad de todos, se desdibuje en lontananza, a pesar de la crisis económica descomunal que asolará urbi et orbi, aún más para el Tercer Mundo; llegará una pandemia otra, una felicidad de todo el pueblo, del planeta todo: una orgía humana de uniones, besos y abrazos. Cuidémonos pues, preservémonos para, no obstante la crisis económica que se avecina, besar y abrazar. Para decir a amigos, amores y familia: bendita sea la posibilidad de volver a verte, de besarte, de abrazarte, de reunirnos, cenar lo exiguo que alcancemos a colocar sobre nuestras mesas; volver a reír, a llorar, a visitarte, a pasear contigo. Ojalá que de tales besos y abrazos —pandémicos como nunca— surja la ola que mueva a cambiar definitiva y para siempre el mundo.

Notas:
1. El Presidente —democráticamente electo— de una nación insular del sudeste asiático sostuvo que debía dispararse a matar a quien violara cuarentenas y toque de queda, establecidos para enfrentar la pandemia. Tras esa declaración un policía de esa nación disparó sobre un anciano.
2. Resulta significativo que, en mitad de la necesidad imperiosa de lograr inmunidad vacuna mediante, el mundo reporte hoy la existencia de un inusitado movimiento, supuestamente naturista, que se declare enemigo de cualquier vacuna. ¿Será necesario establecer, por medios legales, la obligatoriedad de vacunarse en virtud de asegurar la salud de todos?
3. Los afamados pintores Egon Schiele y Gustav Klimt tuvieron la desgracia de enfermar y morir durante la llamada gripe española, de 1918-1919. Edvard Munch enfermó, mas logró salvar la vida y legarnos dos lienzos: Autorretrato con gripe española y Autorretrato posterior a la gripe española. William Shakespeare escribió, durante la cuarentena derivada de la epidemia de peste de 1606, tres de sus más connotadas obras.