Thriller a la cubana: con intriga en Matanzas

Joel del Río
8/1/2019

Las autoridades culturales de la Atenas de Cuba debieran recibir al equipo realizador de El regreso, largometraje de ficción escrito y dirigido a cuatro manos por Blanca Rosa Blanco y Alberto Luberta, como se recibe a los amigos pródigos que regresan a la ciudad, luego de haber reconocido su belleza mediante un importante testimonio audiovisual. Es difícil recordar, en el cine cubano, realizadores tan enamorados, con razones a la vista, de esa, la también llamada Ciudad de los puentes. Y así llegamos a una de las virtudes más ostensibles de la película: la idea de refrescar geográficamente las imágenes repetidas de la capital, y rodarla en Matanzas, y su adecuada selección de locaciones una vez instalados en la ciudad, con aquellas canteras majestuosas y cavernas sombrías, aquel concierto de David Blanco al aire libre, y las vistas de una urbe desde la cual siempre se ve el mar, junto a las líneas por donde pasa silencioso un tren.

El regreso, largometraje de ficción escrito y dirigido a cuatro manos por Blanca Rosa Blanco y Alberto Luberta,
es, además, un importante testimonio audiovisual de la belleza de la ciudad de Matanzas. Foto: Prensa Latina

 

Aunque la selección de locaciones puede formar parte de las responsabilidades del director de arte Maykel Martínez (siempre de acuerdo con los realizadores y con el fotógrafo Alexander González y el productor Carlos de la Huerta) también hay logros al nivel de la ambientación (en los plausibles interiores de cada casa) y en cuanto al vestuario, muy bien dirigido a la hora de caracterizar cada personaje. Por este camino, llegamos al rubro más destacable en El regreso: las actuaciones. Actriz excelente ella misma, Blanca Rosa Blanco se unió con Alberto Luberta para lograr, entre otros aciertos, un casting irreprochable y desempeños bastante notables dentro del registro del thriller sicológico, donde más que la acción física predomina la caracterización en términos de intriga, que encubre secretos, verdades a medias, ardides.

Patricia (bien defendida por la actriz-directora) es la heroína que retorna (he ahí la explicación del título) a su lugar de origen, recicla un amor del pasado y quiere poner en limpio un borrón, una culpa, una cuenta pendiente. Como plataforma de toda la película, es óptima la historia de esta detective que intenta rehabilitar el nombre de un hombre condenado injustamente, y tratando de rehabilitar a su defendido se ve compulsada a encontrar al verdadero culpable, así, por supuesto, la trama atraviesa varias instancias de falsos culpables hasta el final, donde pasa lo que pasa en este tipo de películas. Pero lo relevante es que esta historia es típica del thriller, y por ello la película funciona con el público, porque principalmente tiene el encanto de la mayor parte de los filmes de género, que cuenta lo mismo que se ha contado muchas veces con algunas variaciones imprescindibles.

En su Matanzas de origen, Patricia se encuentra con un antiguo colega, con el cual tuvo una relación, pero él ahora se encuentra en acomplejada posición de provinciano machista. Yadier Fernández saca airoso su personaje, y consigue diferenciarlo del investigador de Nido de mantis, que hemos visto casi simultáneamente. En un conjunto donde destaca su comprensión del personaje, Yadier tiene una escena asombrosa con la jovencísima actriz que interpreta a su hija. La escena está resuelta en planos secuencia, lo cual aumenta la dificultad para el actor, que brilla por su naturalidad y entrega, en un tono muy alto y peligroso, porque pudiera derivar en una sobreactuación, eludida en este caso con oficio y dominio escénico. Precisamente en cuanto a este personaje, y sus vínculos con la protagonista, sobresale la carencia de clausura dramática, porque hacía falta, en el final, una escena de resolución sobre la pareja y su futuro o su no futuro, pero el protagonista masculino es prácticamente abandonado de súbito, en medio de un concierto, sin que volvamos a saber de él.

Otros papeles memorables, compuestos a grandes rasgos, quedaron a cargo de Rafael Lahera, Yaité Ruiz, Carlos Enrique Almirante, Yazmín Gómez y Jorge Martínez. (Advierto que de aquí en adelante aparecen spoilers, o detalles del argumento que quizás el lector no quiera saber, pero fueron imprescindibles para caracterizar el trabajo de algunos actores y la importancia de sus personajes). Lahera regresa, por suerte, al cine cubano, y lo hace con un gran papel, que el actor interpreta como a destajo, con intermitencias, porque las exageraciones o muecas a veces le impiden insinuar, y al mismo tiempo ocultar, los abismos de esta alma torcida. Yaité Ruiz y Carlos Enrique Almirante ofrecen dos de las composiciones más completas y asombrosas, porque ambos se desmarcan de los lugares comunes impuestos en las habituales representaciones de la prostituta y el marginal, para complejizar tales arquetipos desde una verdad esencial, una sinceridad que solo los grandes intérpretes logran encontrar y mostrar.

Yazmín Gómez y Jorge Martínez atraviesan, al parecer, una racha de inspiración que solo merece elogios, y lo digo a partir de sus recientes empeños en Por qué lloran mis amigas y Últimos días en La Habana. El espectador se pregunta todo el tiempo qué oculta el semblante hierático del personaje de Yazmín, y su defensa a ultranza de las virtudes familiares. Hacia el final hay una escena prodigiosa, donde la actriz pone en juego toda su capacidad de expresión para comunicarnos el derrumbe de su universo entero. Por otra parte, la soledad, las burlas y una existencia miserable convierten al personaje de Jorge Martínez en un engendro monstruoso, y el actor suministra, y dosifica, toda esta información cada vez que aparece. Se trata de desempeños muy cavilados y serios, que enriquecen, desde el histrionismo, la ambición sicológica de este thriller que intenta penetrar en las vidas íntimas de los personajes, policías y criminales, más que recrearse con el eterno juego gato-ratón, bueno-malo.

Jorge Martínez y Blanca Rosa Blanco en la filmación de El regreso. Foto: Radio Rebelde
 

Los riesgos de recurrir a una narrativa genérica incluyen también el imperativo de conocer al dedillo sus códigos, y El regreso padece de cierta dispersión narrativa, perdonable en un filme de autor, pero que enrarecen y enfrían la narración. Hay decenas de tiempos muertos que enlentecen la trama, en la primera mitad, donde los personajes caminan y se encuentran unos con otros, y conversan, sin que sepamos adónde van, qué quieren, o por qué hacen lo que hacen, cuando todo ello debe quedar claro en un primer acto o fase introductoria. También se repiten o subrayan, por diálogo, ciertos aspectos que el espectador percibió de sobra, mientras que otras situaciones del argumento, medulares, de imprescindible resolución, sobre todo hacia el final, aparecen de súbito y apenas se explican ni se justifican ni se entienden a cabalidad, sobre todo cuando se aplica la lógica inherente al thriller de persecución, de héroe devenido víctima, ambiente urbano, nocturnal, y resolución final sorprendente, hasta pasmosa, pero dentro de cierta lógica realista.

En la esfera de las reservas quedan también algunas frases o diálogos demasiado rimbombantes y literarios, que conspiran contra la naturalidad bastante aceptable del conjunto. Y no me refiero a la muy bien resuelta y colocada aserción de nunca entrar en un lugar sin saber dónde está la salida, sino a ciertos momentos demasiado enfáticos, que suenan huecos, como el epílogo, muy oportuno en cuanto al tema de la violencia contra la mujer, pero que parece impostado, excedente, en un filme donde ese tema era uno de los ejes secundarios de la acción, y así funcionaba perfectamente, sin subrayados extemporáneos, innecesarios.

Concebida con oficio, por un equipo muy calificado, para complacer a un público que nunca, o casi nunca, encuentra productos cubanos de esta suerte, El regreso será pasto de los hipercríticos y será disfrutada, como yo la disfruté, sin dejar de reconocer los balbuceos y vaguedades vinculadas siempre a una ópera prima, sobre todo en un país que carece de tradiciones cinematográficas sólidas en cuanto al cine dirigido por mujeres, por actrices, y mucho menos en la tesitura del thriller más o menos clásico. Porque la experiencia acumulada por Blanca Rosa Blanco en los televisivos Día y noche y Tras la huella, puede servirle de punto de partida, en tanto se trata también de policiacos, pero en ninguno de esos programas hay inocentes acusados ni culpables que escapen al peso de la ley, y la directora y guionista necesitaba de ambos para urdir una trama atractiva, intrigante.

Financiado por el Ministerio de Cultura, con el apoyo de RTV Comercial y el ICAIC, El regreso es una película eficaz en tanto está capacitada para involucrar al público, sobre todo por el atractivo de sus personajes (muy bien defendidos por la totalidad del elenco). Porque, pese a sus defectos de guion, problemas de ritmo y algunos huecos de lógica en la trama, la intriga urdida por los guionistas resulta, al fin y al cabo, perturbadora y atrayente, como siempre ocurre con el thriller, aunque se ambiente en un lugar tan familiar, cercano y soleado como Matanzas.