Todo lo que duele cura

Emilio Comas Paret
24/8/2017

Cuando terminé de leer El ungüento de la Magdalena: humor en la medicina popular cubana, un compendio de más de 200 relatos testimoniales sobre la medicina popular, me di cuenta de dos cosas: una, que el humor, más que las propias recetas, es el tema principal de este texto, y dos, que lo de las recetas es un pretexto para penetrar en las maneras, a veces sabias y otras llenas de picardía y socarronería, de esos campesinos que por diferentes razones han ido a vivir a los bateyes de los centrales o a pequeños pueblos que surgieron a partir de “apeaderos” del tren o del cruce de la carretera con las paralelas del propio tren. Es decir, hay más de ambiente costumbrista y de formas y maneras propias de las zonas rurales y suburbanas donde viven, trabajan, procrean y mueren, a su manera, muchos cubanos con una forma distinta de hablar y hasta de pensar y reaccionar.


Las “recetas” que recomiendan los campesinos magnifican, como una gran verdad, su filosofía.
Ilustración: Sigfredo Ariel.

 

Al leer muchas de las narraciones en primera persona, recordé aquella anécdota del maestro Onelio Jorge Cardoso que contaba su encuentro con un mitómano, quizás el causante de la aparición del personaje de Juan Candela en sus cuentos, y que se llamaba Navea, y era un guajiro rellollo de allá por las selvas del suroriente cubano. Onelio contaba que ante la pregunta de uno de los provocadores de siempre, de si había visto cuando Cristóbal Colón había llegado a Cuba a descubrirla, Navea se recostó filosóficamente a un árbol y dijo textualmente: “Andaba yo por la Plata Baja cuando pasaron pegaditas a la costa. Eran tres y delante, en la nave capitana, iba Cristóbal, con su melena, su saya con cinto y sus medias de pelotero”.

Y es ese mismo tono de desenfado el que presenta este texto, que en cierto sentido coincide con la sentencia de Félix Pita en “Elogio de Marco Polo” cuando dice: “Marco Polo es el mito, es la fábula, es la mentira verdadera. ¿Qué otra cosa sino la poesía moviéndole?”.

Las anécdotas recogidas por el poeta, periodista, editor e investigador Ricardo Riverón son, en muchas ocasiones, esa “fábula, mentira verdadera” de nuestros cuenteros populares, que al final no es más que poesía en su sentido más puro.

Las “recetas” que recomiendan los campesinos entrevistados tienen como trasfondo la necesidad de contar anécdotas de los barrios y chismes de bateyes, pero también, en muchas ocasiones, magnifican como una gran verdad la filosofía del campesino y su particular sabiduría, que se enlazan con el conocimiento adquirido a través de los años y la trasmisión oral, y el resultado es usado para burlar la muerte, en el convencimiento de que las enfermedades, la mayoría de las veces, existen solo en la conciencia de la gente y no en el cuerpo. De ahí que se ponga de manifiesto el postulado de que “todo lo que duele cura”, en el entendimiento de que el dolor aplaca el dolor, o lo que es lo mismo: si a usted le duele mucho la cabeza, se da con un martillo sobre un dedo y le dolerá el dedo, pero el dolor de cabeza desaparecerá.

El trabajo de buscar anécdotas de Riverón se circunscribe a regiones del centro de la provincia de Villa Clara y llega solamente hasta San Juan de los Remedios, pero si el entrevistador hubiera caminado siete kilómetros más, habría logrado entrevistar a los pescadores de Caibarién, y entonces encontraría otras  recetas diferentes, como aquella de que el caldo de macabí es bueno para las mujeres lactantes, que los huevos de carey salados mejoran la impotencia sexual, que el aceite del hígado de un alecrín cura los catarros y mejora la tuberculosis, que el agua del mangle colorado cura el impétido, y que tomada como agua común detiene el cáncer, que el “humazo” de carbón vegetal con azúcar prieta ahuyenta la plaga de mosquitos y que la borra de café en la planta de los pies baja la fiebre. Pero entonces ya este quizás fuera otro libro, que bien pudiera organizarlo el propio Riverón con aquellos “campesinos del mar”.    
 

Tomado de Cubarte