Todo Mafalda: Un libro enorme para un Quino muy grande

Reinaldo Cedeño Pineda
4/10/2020
Fotos: Cortesía del autor
 

“Quino, con cada uno de sus libros, lleva ya muchos años demostrándonos que los niños son los depositarios de la sabiduría. Lo malo para el mundo es que a medida que crecen van perdiendo el uso de la razón (…) se casan sin amor, trabajan por dinero, se cepillan los dientes, se cortan las uñas, y al final ―convertidos en adultos miserables― no se ahogan en un vaso de agua sino en un plato de sopa. Comprobar esto en cada libro de Quino es lo que más se parece a la felicidad: la quinoterapia”.[i]

Lo firma, Gabriel García Márquez. Es el prólogo al volumen Todo Mafalda de la Editorial Lumen, impresión que remarca los cuarenta años de la célebre caricatura. El libro llegó a mi biblioteca por obra del destino, del azar concurrente…

Una mañana, en la Feria del Libro, en La Habana, recorría las calles empedradas, las incómodas calles de San Carlos de la Cabaña. Perdido en aquella enormidad. De pronto, un caballero de espejuelos, frente a frente. Lo conozco de algún lado, estoy seguro. Un barrido inútil a la memoria, un momentáneo black out. No atino a más que a un tímido saludo que aquel señor corresponde cortésmente.

Pasa un instante y me veo arrastrado por la marea humana. Desemboco en una de las salas. En la apretada bóveda, Joaquín Salvador Lavado Tejón, Quino, presenta “sus obras completas”. Viaja atrás, bien atrás en sus contadas, a su natal Mendoza. Emerge un niño de tres años, absorto, el día en que su tío Joaquín ―dibujante publicitario― lo visita y desliza con habilidad el lápiz sobre el papel.

¡No sabe lo que ha hecho!

Andando el tiempo, Quino decide que su camino será el dibujo humorístico. Todo queda atrás, incluso la Escuela de Bellas Artes. Se va a probar suerte a la capital, pero Buenos Aires no se rinde así nomás. Una retirada y otra vuelta… Mafalda nace después de una década de trabajo, del mucho bregar, del encargo de una publicidad indirecta de electrodomésticos. La treta es descubierta y truncada. Sin embargo, ya no hay remedio. Ahora la chica empuja, es preciso soltarle, darle vuelo.

 

Lo escucho muy de cerca, al señor de espejuelos, al padre de Mafalda. En primera fila. He perdido la oportunidad de extenderle un trozo de papel, de tomar una imagen, de estrechar su mano; pero estoy a la caza. El mundo restituye mi despiste. El mismísimo Quino pone en mis manos Todo Mafalda, su libro, su enorme libro de ¡659 páginas! que comienza con un membrete rotundo: “De la primera a la última tira”.

Mafalda en todo su esplendor: la de los primeros tiempos, la más reciente, la que por diferentes causas permanecía inédita. El personaje había visto la luz el 29 de septiembre de 1964 en el semanario Primera Plana; aunque su despegue definitivo ocurrirá al publicar sus tiras en el popular diario El Mundo de la capital bonaerense, y al cerrar este, en el semanario Siete Días Ilustrados (1968-1973).

Latinoamérica y Europa se rinden ante el pensamiento expresado por aquella muchachita de lazo en la cabeza, sin lazos en la mente. Umberto Eco introduce el libro Mafalda, la contestataria, publicado en Italia. El reconocido semiólogo la califica como “una heroína iracunda que rechaza al mundo tal cual es… reivindicando su derecho a seguir siendo una niña que no quiere hacerse cargo de un universo adulterado por sus padres”. [ii]

 

Ahora que este 2020, y su pérfida siega, nos arrebata también al artista argentino, vuelvo a su obra. El culmen de la historieta. Síntesis por antonomasia, un grito humano ―a veces un alarido― sin que jamás la sencillez ceda, el arte caiga. Sin etiquetas de edades, sin estigmas de temas. Como una saeta.

No es posible sumergirse en la esencia latinoamericana sin asomarse a Mafalda, la niña que al preguntarse nos pregunta “Si Dios habrá patentado esta idea del manicomio redondo”.

 

Hubiera querido contarle a Quino como llegó a Santiago de Cuba aquel libro de atril que puso en mis manos. Como surcó la Isla grande, como hizo quebrar mi pobre maletín, como pasó de casa en casa, como fundé un club de lectores en derredor y como debí cerrarlo ante la amenaza de que algunas páginas no regresaran más. Quién sabe si la mismísima Mafalda se hubiera asomado por estos lares. Lo quiero imaginar, lo estoy soñando.

 

Notas:
[i] Prólogo de Gabriel García Márquez en Todo Mafalda, Editorial Lumen, Barcelona, 2004.
[ii] Umberto Eco, citado en Todo Mafalda…, p 524.