Todos los deseos tienen su historia

Enrique Pérez Díaz
7/7/2017

Pinocho es uno de los héroes universales que durante décadas más ha hecho tirarse de los pelos a los estudiosos de la LIJ. ¿Qué deseaba ejemplificar Carlo Collodi con ese muñeco-niño tan cargado de defectos, imperfecciones o taras y, por demás, tan proclive a lo prohibido?

Las aventuras de Pinocho (en italiano Le avventure di Pinocchio) es una obra literaria escrita por el autor italiano Carlo Lorenzini (Florencia, Italia, 24 de noviembre de 1826 – id. 26 de octubre de 1890), más conocido por Carlo Collodi. Originalmente se publicó en el periódico Giornale per i bambini desde 1882 hasta 1883, como historia de un títere y las ilustraciones eran de Enrico Mazzanti.

Se plantea que ya cuenta con traducciones a más de doscientos cincuenta idiomas y dialectos, incluyendo al sistema de lectura braille. La obra también se ha convertido en uno de los libros más vendidos de todos los tiempos. Desde su primera publicación, la novela ha dado lugar a diversas adaptaciones a lo largo del tiempo, entre las que se incluyen grabaciones de audio, obras de teatro, películas, ballets y obras de ópera.

La primera versión publicada en España, que corrió a cargo de Rafael Calleja, hijo del fundador de la Editorial Calleja e ilustrado por Salvador Bartolozzi es una adaptación más castiza de la novela.


Portada del libro publicado por la editorial Gente Nueva

Aunque hay numerosos teóricos que atribuyen la escritura de este libro raro a las ideas masónicas o alquímicas de su autor, casi todas esas teorías, aunque lógicas, quedan en el terreno de la especulación. Se piensa que Pinocho es un viaje en pos del mejoramiento humano, de una parte y por otra, es la materia inerte que cobra vida luego de un proceso de someterse a las más disímiles influencias externas, como mismo los alquimistas buscaban oro a partir de sustancias menos nobles. En Pinocho se cumple, además, casi por completo el esquema del teórico ruso Vladimir Propp, cuando en su morfología del cuento atribuía al héroe una serie de funciones que marcaban su devenir en medio de una historia.

En 36 capítulos somos testigos de  como el maestro carpintero Cereza halla un pedazo de madera que llora y ríe como un niño. Lo regala a su amigo Geppetto. Este fabrica al muñeco y le llama Pinocho. Como todo niño malcriado, Pinocho no quiere escuchar al grillo que habla. El muñeco se siente hambriento y hace una tortilla que escapa volando. Luego dormido se queman sus pies en una estufa. Geppetto lo arregla y vende su abrigo para comprarle un abecedario y enviarlo al Teatro de las Marionetas. Allí estas le hacen una fiesta hasta que llega el titiritero Comefuego y Pinocho corre un grave peligro. A partir de ahí se complica la historia al punto de que en el camino de Pinocho aparecen toda clase de rufianes que lo incitan a cualquier delito y en su físico el muñeco va sufriendo todo tipo de mutaciones, cada vez más terribles, pero que le sirven para ganar experiencias que un buen día le reivindican convirtiéndole en un niño de verdad.

Tal vez Lorenzini escribiera su historia guiado por una súbita inspiración, pues esta es una pieza descollante en su obra muy inferior en su conjunto, o tal vez — ¿para qué rompernos a estas alturas la cabeza con especulaciones de esa índole?— nada quiso decir con una secreta intención moralizadora, sino que simplemente dijo aquello que el desarrollo casi fabular de su aleccionador libro le dictó.

De cualquier forma, Pinocho puede representar un viaje del ser humano hacia los confines que se le esconden dentro de sí mismo. Como dijera Francois Ruy-Vidal en una cita: “no se logran adultos equilibrados dando seguridad a los niños, sino por el contrario, exponiéndolos progresivamente a la vida”.

Pinocho es arrastrado —y de buen grado, es decir, con su aceptación— por las malsanas compañías del gato y el zorro hacia su aventura en aquel mítico país donde nunca se aprende y todo el tiempo se vive en un perenne juego, pero ¿acaso no es esta una lección que el muñeco —en su desarrollo para hacerse un ser humano— deberá aprender como vía de evolución?

¿Si desde el primer momento hubiera sido un muñeco lleno de perfecciones, que a todos dejaba satisfechos y felices, hubiera sido necesario que se convirtiera en niño?

¿Acaso serán los niños perfectos por el hecho mismo de serlo? Para ser de veras un digno hijo de Geppetto, deberá correr esas aventuras (a veces algo escandalosas y espeluznantes) con tal de madurar sobre los errores y alcanzar finalmente la perfección o, al menos, una aceptable dosis de ella.

Ya esa tesis se maneja en el versículo bíblico referido al hijo pródigo que regresa al hogar y es perdonado por su padre. Esto quiere decir, lógico es, que nadie nace perfecto y aquel que lo fuere en grado sumo, entonces lo será por exceso y así mismo hará galas de todo lo contrario. Creo que en esta nueva edición de Gente Nueva, las ilustraciones tan provocativas de Valerio refuerzan muchas de las intenciones de la obra original y restan a la historia el aire amelcochado al que siempre nos han acostumbrado artistas anteriores, en su afán de hacer de Pinocho lo que justamente nunca podrá ser: un simple libro para niños.

El otro libro de esta mañana significa para mí un placer enorme presentarlo, pues tiene una historia bastante particular.

Visitaba Matanzas, siempre Atenas, marina y entrañable y me tropecé con una peculiar exposición: los cuadros de Roberto Braulio sobre los poemas de Carilda Oliver Labra.


Portada del libro Historia del deseo

Los peculiares trazos me incitaron a leer aquellos poemas que afloraban en enormes paneles a lo largo de una sala y al momento me hablaron de alguien tan conocido como cercano a mis recuerdos de antaño: Pinocho, ese muñeco que no quiere ser inanimado y opta por el sufrimiento de los mortales y en ese camino va dejando lascas de piel y apertrechándose de sentimientos hasta entonces turbadores por lo desconocidos.

La Dama de la Poesía, la enamorada eterna del amor, la princesa que todavía se asoma a los puentes del desvelo en busca del amor sin límites, era la causante de aquella muestra, de ese enorme sobresalto cultural… Carilda, siempre Carilda…

Recuerdo que torpemente tomé una agenda y traté de copiar aquellos poemas, llevarme conmigo el ánima de aquella belleza inaprensible, pero debía marcharme apremiado por el tiempo…

Y el tiempo pasó y un buen día hablando con Raydel de otros asuntos, se menciona aquel libro que todos llamábamos Pinocho. Tan entusiasmado como yo, Raydel me presentó a Roberto y comenzamos a urdir proyectos juntos.

Muchos no se han podido realizar, pero este libro sí.

Y creo que la vida premiará a todos sus lectores con algo inusual, un modo diferente —pero verdaderamente íntimo, sentido, vehemente— de adueñarse de la figura del clásico muñeco incomprendido que va conociendo diversos estadios humanos para ganar esa sensibilidad que no conoce el madero.

El lector va recorriendo de la mano de ese Pinocho inanimado pero atento, cuanto le enfrenta el mundo en su camino.

Carilda y Roberto, en este libro inusual y al decir de ella misma: “Ambos realizan un milagro y en la ilusión esconden soledad y locura”.

Y todo el tiempo nos conmueve y asombra este singular Pinocho que “No quiere obedecer voces ajenas, escapa de la culpa y del miedo. Se parece al hombre cuando elige abrir algún camino que no tenga dueño”.

Porque este muñeco que “Ha nacido sin carne y no tiene un corazón para su angustia”, descubrirá un buen día que “Ser humano es un asunto serio”, pero “¿Quién puede cortar los hilos del destino?”.

Carilda, con su gracia de siempre y esas imágenes tan suyas que todos conocemos, nos dice que “Dentro de la madera tiembla desamparado un hombre que no sabe si es de hijo o de amante el amor que lo trastorna”.

 El enigma no resuelto de su ancestro, arrastra al madero hasta su fuga, solamente lo abraza la libertad del viento; revivido en muñeco que se sueña carne y hueso, sangre y fuego, esperanza y luz, amante amor amado, él se inventa una vida humana hasta el delirio: “Dos son las luces dichosas del farol como dos los que se juntan en un beso”, nos dice Carilda en su libro.

Un deseo, mil deseos, una historia del deseo en este conjunto armonioso de imágenes que nacen desde un verso o poemas que beben de una imagen: diálogo de artistas que se unen multiplican reverdecen en pos de un eros vital y promisorio.

Textos sin edad ni geografía, la relectura del mítico niño de Collodi reverdecido en el aliento de Carilda Oliver Labra y recreado por Roberto Braulio, el proemio de Raydel Hernández y la despedida de José Manuel Espino, nos entregan este libro singular y diferente: quien pase por sus páginas queda en ellas cautivado —¿en cautiverio?— porque “Este cuento jamás fue sobre un niño, ni sobre el temblor del árbol, ni sobre la soledad del viejo carpintero. Pinocho es la historia del deseo”.

Hagamos nuestro pues, este hermoso poemario que nos entrega la editorial Gente Nueva con la certeza de que nos hará crecer en la lectura, redimensionar la obra de Carilda y asombrarnos, una y mil veces de la historia de ese muñeco inmortal que se niega a decir adiós y que, como expresa uno de estos versos: “Por ahora solo es un estallido de luz entre las nubes”.