En los predios del antiguo Teatro Auditórium, hoy Amadeo Roldan, por invitación del Ballet Alicia Alonso, se estrenó mi primer ballet auspiciado por una compañía nacional, la noche del 9 de febrero de 1952, con música de Argeliers León (Cuatro Escenas de Ballet), escenografía de Luis Lastra y máscaras de Tomás Oliva.

El evento fue muy importante para mí por tocar aspectos religiosos de nuestra cultura, mezcla hispanoafricana, a través de los últimos avances de la época, como la Danza Moderna, la cual había estudiado en EE.UU. en la escuela de Martha Graham. Tal estreno fue tan impactante en nuestro medio que vale la pena recordar los acontecimientos y circunstancias de su montaje y puesta en escena.

Ramiro Guerra, creador de un estreno danzario impactante en nuestro medio. Imagen: Tomada de La Jiribilla

Primeramente, es necesario hacer constar que la música de Argeliers León fue un shock sonoro al oído de los bailarines, bien acostumbrados al sonido musical de Tchaikovsky, Chopin, Delibes y otros compositores del estilo clásico académico, utilizado por la compañía: sus ásperas sonoridades y complejos ritmos desconcertaron a los bailarines del reparto confiados a la interpretación de la obra. En segundo lugar, los movimientos del torso y las caderas, la ausencia de zapatillas de punta con el uso del pie desnudo, más los niveles espaciales, pues en ocasiones los cuerpos debían rodar por el suelo, a veces entrelazados los intérpretes masculinos con los femeninos, también tuvo un impacto negativo en la aceptación por parte de los ejecutantes. Y tercero, la temática de las fiestas religiosas afrocubanas, en aquella época era motivo de rechazo por los conceptos éticos raciales que se imponían en nuestra cultura a mediados del siglo XX, a pesar del movimiento intelectual que desde los años 20 se había expandido en la obra literaria de Alejo Carpentier y Nicolás Guillén ad altri, así como en la música de Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla. La presencia de las madres de las bailarinas en los ensayos, cosa muy de aquellos días, agravó la situación llevándola a un nivel conflictivamente enojoso.

En un momento de la danza, la bailarina que encarnaba a Yemayá debía ser cargada en alto por un bailarín extranjero contratado por la compañía, quien se tomó el irrespetuoso lujo de propasarse en su cometido coreográfico y tocar con fines obscenos la región glútea de la solista quien, una vez devuelta al suelo, partió inmediatamente a comunicarle al director de la compañía, que era Fernando Alonso, el abusivo ultraje físico de que había sido víctima en el ensayo. La bomba explotó cuando el tal bailarín fue expulsado de la compañía y enviado de vuelta a su país, Uruguay, como castigo a su obsceno atrevimiento y falta de sentido profesional.

“El evento fue muy importante para mí por tocar aspectos religiosos de nuestra cultura, mezcla hispanoafricana, a través de los últimos avances de la época, como la Danza Moderna, la cual había estudiado en EE.UU. en la escuela de Martha Graham”.

La crisis sobre Toque pudo ser conjurada por Renée Méndez Capote, reconocida intelectual y amiga mía quien, al ser madre de una de las bailarinas del elenco, Maricusa Cabrera, le ofreció a Fernando Alonso gestionar una visita de don Fernando Ortiz a la compañía, para ofrecer una conferencia sobre los ritos afrocubanos y su música y danzas, heredadas por nuestra cultura desde la época del colonialismo español en nuestra Isla.

Después de la conferencia, se calmaron los ánimos y se estrenó la obra con buena aceptación del público capitalino y la crítica nacional.

“Don Fernando Ortiz envió un enjundioso mensaje a Fernando Alonso, asegurando para la danza en Cuba una buena dirección con aquel tipo de obra, por sus valores étnicos y culturales”

Don Fernando Ortiz envió un enjundioso mensaje a Fernando Alonso, asegurando para la danza en Cuba una buena dirección con aquel tipo de obra, por sus valores étnicos y culturales. He aquí el texto, tomado del programa del día del estreno:

¡Buenos augurios al Ballet Negro!

El ballet Toque, cuando salga a la luz del Auditórium, acaso será el más atinado logro que se haya dado en Cuba de una transculturación estética entre motivos musicales y danzarios, alejadísimo por mares y siglos pasados, y las técnicas, gustos y maneras del arte presente más avanzado, ya entrando firme en los celajes donde alborea el venidero Arte de ayer, de hoy y casi de mañana; arte “de abajo” y “arte de arriba”, arte con Alma de Cuba… “cubano… na má”, pero en su plena y gloriosa integridad nacional, traducida al lenguaje de universales vibraciones. ¿Por qué no ha de lograr lo que el arte de otros países? Lo hará con bellas floraciones, si no reniega de sus profundas raíces ni de su rica savia y sabe airear su frondoso follaje en las más altas corrientes de la cultura contemporánea. Vuestro ballet negro Toque puede ser un hecho fecundo y bien orientado. ¡Lo auguramos!

* Capítulo de las memorias inéditas de Ramiro Guerra.