Mi primer encuentro consciente con la Nueva Trova no fue directamente ni con la obra de Pablo Milanés o de Silvio Rodríguez. Ciertamente conocía las canciones de ambos y tarareaba junto a mi madre el estribillo de un tema de Noel Nicola que aún me es recurrente (“es más, te perdono…”). Pero decir que amaba y disfrutaba esa música sería una mentira total.

Finalizado el primer tercio de la década de los setenta, creo que fue en 1974, y en el portal de la casa situada en el cruce de las calles 17 y J, en El Vedado, se había establecido la oficina de Relaciones Internacionales de la UJC y por una extraña razón los vecinos llamaban a aquel lugar “la comisión”. La casa había sido la residencia del Dr. Ramón Grau San Martín y se decía que a ella fueron a buscarle los estudiantes de la universidad, tras la revolución del 33, para pedirle que ocupara la primera magistratura de la república, dado el prestigio que tenía como médico, profesor y autoridad del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico).

La Nueva Trova, al menos desde sus canciones, comenzaba a iluminar el sentido y el gusto musical de muchos de nosotros. Imagen: Tomada de Internet

Otras personas, que además de vivir en la zona conocían la historia de la casa y sus habitantes, afirmaban haber visto allí, alguna que otra vez, sentado en el portal, a Eduardo Chibás. En fin, que cuando ocurren estos hechos que narro la casa de marras se había transformado en un hervidero de jóvenes, que bien dormían sobre los buroes o sostenían largas discusiones entre ellos que involucraban a la muchachada del barrio que jugaba pelota en el parqueo de la vivienda. Es la misma casa que años después, por no se sabe qué extraña razón, fue convertida en una pizzería, borrando su peso en la historia.

Uno de los funcionarios de ese entonces de aquel lugar, llamado “el negro Estrada”, era quizás la persona más conocida en el barrio de todos los que allí trabajaban. Estrada era un hombre corpulento, de una gran sonrisa y voz atronadora, pero además era todo un dandy para la época. Siempre vestía ropa clara y era común verlo sentado en la barbería de Panchito recortando su especdrum. Él era el encargado del tema cultura en aquel lugar y parte de su fama residía en que sabía organizar fiestas y recitales en el portal de “la comisión” a las que asistía todo el barrio. Pero algo que pocos sabían era que era hijo del Dr. Salvador García Agüero y que tenía una facilidad de palabras y un poder de convencimiento envidiables. En el caso de los muchachos del barrio, era nuestro socio, pues siempre disponía de tiempo para jugar al “cuatro esquinas” en el parqueo de su oficina.

“Pancho —que no era otro que Pancho Amat— era la sensación de aquel grupo”.

Fue en uno de esos juegos que nos presentó a un hombre negro, delgado que cargaba un contrabajo más corpulento que él, y que respondía al nombre de Andrés Pedroso. Pero Pedroso no andaba solo; le acompañaba un “jabao” de amplia frente y una melena que comenzaba a la mitad de su cabeza y que además era profesor —lo mismo que Estrada—, que tocaba el tres y al que todos llamaban Pancho. Ellos dos eran la avanzada del guateque que allá, en la tarde sábado, había organizado Estrada para la gente de la oficina y del barrio.

Aquella tarde, en una de las esquinas del portal se fue armando un sistema de sonido —con las condiciones de la época— que consistía en tres o cuatro micrófonos, acompañados de una banqueta para el bongosero y, frente a la posición de la orquesta, se situaron un grupo de sillas, todo parte del mobiliario de oficina del lugar.

Serían cerca de las cinco de la tarde cuando comenzó a tocar aquel “conjunto”, que era parte de la Nueva Trova —un término que ya había escuchado, pero que entonces no entendía su significado ni cultural ni social, al menos yo, que era un preadolescente entonces—, y que intercalaba poemas entre una canción y otra.

“Pancho —que no era otro que Pancho Amat— era la sensación de aquel grupo; al menos fue lo que notamos”. Imagen: Tomada de Radio Cadena Habana 

Manguaré, que así se llamaba aquel grupo, formaba parte de ese movimiento, y el fuerte de su repertorio se relacionaba con el folklore suramericano. Por esa razón su flautista, de vez en vez, tocaba lo mismo una quena que algún otro instrumento propio de esa zona geográfica. Recuerdo haberles escuchado por vez primera a ellos un tema que hasta el presente me ha acompañado y que pertenecía al chileno Víctor Jara: “Te recuerdo Amanda”, y cómo me sedujo la voz de su cantante Santiago. Pero la apoteosis de aquella tarde fue cuando comenzaron a cantar sones y canciones de eso que llamaban “la trova tradicional”. Eran canciones que casi todos los adultos del barrio conocían y cantaban junto con ellos. Todo aderezado con los largos solos que a modo de introducción hacía aquel hombre llamado Pancho con el tres, una guitarra que para muchos era nueva; nosotros conocíamos las habituales, sobre todo las que tocaban algunos vecinos cuando cantaban los temas de los grupos españoles de pop que eran la sensación del momento.

Pancho —que no era otro que Pancho Amat— era la sensación de aquel grupo; al menos fue lo que notamos; se acercaba al público con su instrumento y eso enardecía a los presentes que le premiaban con un atronador aplauso.

Aquella tarde, para mi suerte y futura formación estética en materia de música cubana y de la Nueva Trova en particular, escuché por vez primera dos temas de Pablo Milanés que no he olvidado: “Años” y “Para vivir”. Temas que fueron escuchados con atención por los presentes; no olvido el silencio que reinó en lugar.

Manguaré fue parte de aquellas tardes que casi todos los viernes o sábados organizaba el negro Estrada, hasta su fatídica y temprana muerte a fines del año 1978. Allí estrenaron temas acompañando a Omara Portuondo, y sus presentaciones fueron diseñando un público que habría de acompañarlo en esos años y que disfrutaron algunos de sus éxitos de aquel tiempo como el tema de Rodolfo de la Fuente “Mujer, si la distancia es esa huella”; y que fue testigo del estreno de su tema más trascedente —en el mismo instante que ampliaron su formato incorporando un piano—: “En casa del Licenciado”, y que fue su punto de giro musical al abandonar el folklorismo y tomar la ruta del son.

No sé si aquella lejana tarde del año 1974 fue su debut profesional. Solo sé que para muchos de nosotros fue la puerta de entrada de la Nueva Trova a nuestras vidas. Una vida que tenía su complemento cada noche frente al televisor disfrutando una novela llamada La casa grande, que narraba los conflictos de ese tiempo y cuyo tema principal interpretaba Silvio Rodríguez junto al Grupo de Experimentación Sonora, y que todos conocíamos.

“(…) aquella lejana tarde del año 1974 (…) para muchos de nosotros fue la puerta de entrada de la Nueva Trova a nuestras vidas”.

La Nueva Trova, al menos desde sus canciones, comenzaba a iluminar el sentido y el gusto musical de muchos de nosotros. A qué más.

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