Un ángel llamado Haydée Milanés

Geovannys Manso
2/11/2018

La sala Margarita Casallas de El Mejunje de Santa Clara queda en silencio, siempre que la voz de Haydée Milanés se adueña del espacio. Su voz tenue, como nacida de algún susurro de la tierra, comienza a interpretar canciones tremendas: puro feeling, dolor, desencuentros, amores idos, clausurados por el tiempo. Comienza a cantar de pie, pero poco tiempo después solicita una banqueta “porque estas canciones son del alma”. Y allí sentada, nos regala un repertorio que tal vez solo ella puede darnos desde sus registros, sin deseos de crear un espectáculo, más allá de la fuerza ineludible de cada palabra, de cada frase. Tras cada canción una ovación. Tras cada ovación, un silencio. Tras cada silencio una nueva canción: aún más cercana, más tierna, más al centro de nuestras nostalgias que, aunque hemos podido escuchar algunas de ellas en aquellos discos que Pablo Milanés grabara hace varias décadas, hoy nos llegan “remasterizadas” por una tibieza que nos imanta.


Foto: Web oficial Haydée Milanés
 

Puedo observar el rostro de los que allí se congregan. Hay cierto furor en sus miradas. Desde sus rostros desciende el manto de un país que ha sabido construir canciones como quien construye catedrales infinitas. Pueden intuir que Haydée Milanés les devuelve, les entrega, les otorga un regalo inaprensible: aquel que fustiga el alma con sonoridades ya nuestras, siempre nuestras, aunque el repertorio no sea exclusivamente cubano, pues mucha canción sutil nos ha dado México, Colombia, Argentina; pero cuando Haydée dijo: “esta canción es de Ela O’Farril, de aquí, de Santa Clara”, la sala tembló de extremo a extremo: un largo aplauso, una profunda reverencia, una campana que dejó escuchar su grito en aquel espacio de ladrillos abiertos y sombras.

Fue en aquel momento cuando recordé a otra cantante santaclareña: Doris de la Torre, y a un poeta, también santaclareño: Sigfredo Ariel, que nos advierte:

En Santa Clara, cerca de mi familia, frente

a los almendros de la gran carretera de Camajuaní

sobre la tarde, peinada pulcramente

estaba Doris de la Torre, Dios mío,

Doris de la Torre, disimula y sigue caminando

no le hables, que nadie la moleste, Dios mío,

Doris de la Torre regresó.

A veces hay que estar en el lugar justo para que Cuba nos conmueva, ilumine, y defina, yo estaba en el lugar exacto, donde las canciones más humanas que ha fraguado un país, eran interpretadas por una voz que nos sobresalta por su espesura simbólica: porque cuando canta traduce no sé qué tradición que habita nuestra sangre; porque cuando canta nos inmoviliza, nos azora, nos abraza.

Con Palabras, de Marta Valdés, intentó cerrar aquel concierto memorable, pero no hubo calma hasta que no regresó al escenario para decirnos adiós con una canción de Pablo Milanés.

Luego tuvo tiempo para conversar con los integrantes de la Trovuntivitis santaclareña, para saludar a algunos amigos, para anunciar lo que sucedería al día siguiente en el teatro La Caridad, donde estaría acompañada por la Orquesta Sinfónica de Villa Clara y Leonardo García.

Quise quedarme con aquella intimidad, con aquel misterio, con aquel ángel que revoloteaba sobre mí, mientras me alejaba de allí, tarareando:

Hoy estoy pensando que tal vez existas

está de fiesta la imaginación…

Canciones que Haydée Milanés reinstaura en la memoria de todos, con el olor y la sustancia de la mirra y el incienso de los antiguos reyes.