Un árbol centenario llamado Lawrence Ferlinghetti

Norberto Codina
3/3/2021

                                                            A Piri Thomas, in memoriam
 

Lawrence Ferlinghetti, poeta, editor y librero que ayudó a impulsar y perpetuar la generación “beat”, murió hace unos días —el pasado lunes 22 de febrero—, en el hogar de su entrañable San Francisco, próximo a cumplir la provecta edad de 102 años. La editorial que fundó junto a su emblemática librería dio a conocer títulos de autores imprescindibles como Jack Kerouac, Allen Ginsberg, William S. Burroughs, entre otros. Su publicación más famosa fue el estremecedor texto de Ginsberg, “Howl” (“Aullido”), poema que provocó un juicio por obscenidad en 1957 y que marcó una impronta para que se reconociera, más allá de la censura y la polémica desatada, la libertad de expresión en tiempos de profundo conservadurismo en la sociedad norteamericana. Como la secuoya roja de su California adoptiva, fue un árbol generoso y centenario, icónico en la cultura emergente de su país, y como tal me gustaría recordarlo.

Lawrence Ferlinghetti delante de su librería City Lights, en San Francisco. Fotos: Internet
 

Lo vi por única vez y lo saludé en 1998, cuando visité su librería City Lights en el barrio de North Beach, en compañía del escritor “niuyorican” Piri Thomas. Lawrence era una persona muy agradable, presta al diálogo como anfitrión de un sitio que, más que un negocio, era un pretexto para el encuentro de colegas, amigos y visitantes de cualquier parte, curiosos ante aquel mítico espacio, como era mi caso. Alguna vez se reconoció, ante todo, como un librero, y asumió con orgullo tan noble profesión: “Lo que de verdad hice fue cuidar de mi tienda”.[1] Fue un encuentro fugaz donde él y Piri fueron los verdaderos interlocutores, aunque yo aproveché para mencionarle a Margaret Randall, una amiga en común a la que, entre otras cosas, le debo conocer su obra de primera mano, así como el movimiento que gestaron.

Recuerdo que la mayor parte de mi visita la empleé en el recorrido por el local. Memorizo City Lights, más allá de su ambicioso nombre (Luz de ciudad), como un lugar íntimo, abigarrado de libros y revistas modestamente organizados en estantes, revisteros, muebles distribuidos en espacios discretos, donde letreros manuscritos o impresos te orientaban, por ejemplo, sobre la ubicación de la sala de poesía (Poetry Room Upstairs). También, al pasar por un pequeño arco de medio punto, te encontrabas con otro cartel (In This Room Fiction From Latin America, Caribbean, Middle East, Africa and Asia) y con un universo de autores disímiles por sus tendencias y latitudes. Era un sitio encantador, con la magia de su leyenda y legado, tributo a todos esos escritores contestatarios que acogió no obstante la censura de los grandes medios y de todo un sistema; independientes en su inconformidad y su experimentación, como era la voluntad libre de su animador.

Thomas, en cuya casa me quedaba —en el área amable de Sausalito, ubicada junto al Golden Gate Bridge—, era un guía de privilegio. Él, criado en el Harlem hispano y de auténtica estirpe boricua —aunque orgulloso de su padre nacido en Santiago de Cuba—, era autor de un memorable libro, Por estas calles bravas (Down These Mean Streets), autobiografía basada en su dura educación en El Barrio, y en su largo tiempo en la cárcel, título que fuera un éxito de venta y referente de estudios universitarios. Piri es alguien, por demás, imprescindible en esta evocación. Ambos escritores, nacidos en Nueva York, terminarían sus vidas en la cosmopolita San Francisco.

Ferlinghetti, ampliamente reconocido como promotor de la literatura de vanguardia, nos dejó como creador una poesía provocadora y merecedora de incluirse en cualquier antología de su país. Quisiera como botón de muestra compartir dos ejemplos. El primero, traducido por Ernesto Cardenal y José Coronel Urtecho, dos grandes poetas y difusores de la poesía norteamericana, muestra su toma de conciencia por los más desposeídos, y asume como motivación la desgarradora serie de grabados Los desastres de la guerra, de Francisco de Goya: “En las más grandes escenas de Goya nos parece que vemos /los pueblos del mundo /exactamente en el momento en que /por primera vez alcanzaron el título de /‘humanidad sufriente’”.

Otro de sus textos antológicos es “Ropa interior”, donde satiriza las diferencias y prejuicios sociales, ya sea por raza, nacionalidad, clase o género, y las cuestiona desde la perspectiva cultural que le toca vivir: “Alguna vez te has detenido a considerar /a la ropa interior en abstracto /Cuando de veras te pones a pensarlo /surgen problemas tremendos/ (…) Todos usan algún tipo de ropa interior /Hasta los indios /usan ropa interior /Hasta los cubanos /usan ropa interior /El Papa usa ropa interior o eso espero /Los negros usan ropa interior /El gobernador de Luisiana /usa ropa interior / lo vi en la televisión/ (…) No te engañes /Todo se basa en el sistema bipartidista /que no permite gran libertad de elección”.

Esa mezcla de “reflexión, lirismo y mordacidad” que caracterizó toda su escritura, como reconoce el crítico Pedro de la Hoz cuando con motivo de su centenario publicó en la prensa cubana una merecida evocación, se refleja por igual en su autobiografía novelada escrita al final de su vida, Little boy. “The New York Times, a propósito de la publicación, retrató a Ferlinghetti como ‘protagonista único en un drama nacional: la lucha de Estados Unidos por imaginar una cultura democrática, (…) esa lucha de la imaginación que subyace en el arte de Walt Whitman y Duke Ellington, Emily Dickinson y Buster Keaton y también en una serie de temas estadounidenses, desde la segregación de las escuelas públicas hasta la realidad del cambio climático causado por el hombre”.[2]

Su visión crítica y desencantada del siglo XX y del llamado “sueño estadounidense” venía de sus mezcladas experiencias. Hijo de inmigrantes y huérfano de padre; infancia difícil; amplia formación académica en Carolina del Norte, Columbia y la Sorbona; participación como oficial en el desembarco de Normandía, y el apoderarse de esa máxima latina: “Soy un hombre, nada humano me es ajeno”.

Ferlinghetti se destacó por su pasión hacia la literatura, la defensa de la libertad de expresión y su labor como embajador de la cultura estadounidense.
 

Según me recuerda mi buen amigo y siempre vecino Alfredo Prieto, no importa donde esté, en los planes de Ediciones Matanzas se encuentra Los “beat”: poesía de la rebelión, de nuestra contertulia en los lejanos 70 en el taller universitario Roque Dalton, otra exvecina que responde al nombre de Margaret Randall. En esas páginas reconoceremos todo lo que le debe la cultura estadounidense de los 60, tanto en la literatura, la música, donde fue de especial importancia —bastaría citar a Bob Dylan, Joan Báez, Jim Morrison, Janis Joplin y Patti Smith—, y su repercusión en otros ámbitos de la sociedad más allá de las fronteras norteamericanas.

Margaret, representante genuina de esa experiencia sociocultural que marcó toda una época, evocó así a su amigo Ferlinghetti al conocer la noticia de su fallecimiento: “Durante su larga vida se ocupó constantemente de lo que sucedía en el mundo, haciendo su parte para interpretarlo y hacerlo un lugar mejor. (…) Un hombre que vivió mucho y dio mucho”.

Con ella, que en la distancia estuvo presente junto a Lawrence, Piri y yo en aquel encuentro en City Lights del que pronto se cumplirá un cuarto de siglo, quiero concluir este breve homenaje.

 

Notas:
 
[1] Pablo Guimón: “Muere el poeta y editor de la generación ‘beat’ Lawrence Ferlinghetti”, El País, Madrid, 23 de febrero de 2021.
[2] Pedro de la Hoz: “Centenario de Ferlinghetti”, Granma, La Habana, 1 de abril de 2019.