Un atuendo lujoso colgado a la intemperie

Caridad Atencio
28/10/2016

 

La lectura de La intensidad de las cosas cotidianas [1], primer poemario publicado por Sheyla Valladares, con toda la incertidumbre y repercusión que tal hecho supone para la autora, nos devela que la poeta ha querido más la verdad que ser buena, como confiesa la Sontag en su Diario [2]. Nos enfrentamos a versos de gran poder sugerente y a una rebeldía sutil e intelectual, donde una avidez de vida y la objetividad se dan la mano:

Elijo mi confesión
la tumba donde sepultaré mis huesos
y la ira,
la lujuria por este tiempo y esta luz.
Elijo las muescas que lucirá mi piel,
todos los agujeros visibles y supurantes [3].
 

Foto: Internet

Son versos claves en el poemario, donde el yo poético elige el secreto suyo que te revelará, no el que tú, conociendo su condición de mujer, esperas oír. Bien sintomático como poema pórtico —elige hasta las heridas, lo que habla de un sujeto activo hasta lo impensable—, pues no otra cosa dice que la rebeldía es la primera cara, y quizá la única auténtica de las caras, en el caso femenino, que en ocasiones llega a trasvasar tal condición:

Yo soy mi propia familia:
la llave roma,
inservible,
para abrir las puertas necesarias.
Detrás no hay linaje que justifique
desvaríos ni estertores,
huesos con los que armar
mi propio esqueleto fabulador.
Los retratos en las paredes están vacíos;
nadie pregunta por los muertos de antaño:
ya fueron olvidados.
Sobrevive un fantasma
que ronda entre sueño y sueño
y viene a avisar
que cierre la boca y abra los ojos.
Mi familia:
rompecabezas incompleto
y desperdigado sobre la mesa de cada día [4].

No sé por qué descubro en este poema una especie de declaración generacional, privada de la autocompasión, algo muy recurrente en la lírica femenina, vuelta rebeldía esencial, no temerosa de sí misma; y noto un tono firme o una voluntad firme en el despliegue poético de esta muchacha, así como el manejo del ángulo o el argumento sutil. Se advierte en la autora un grado natural de intuición poética, una intuición poderosa que le devuelve la naturaleza maldita de la existencia femenina:

Una mujer sola
canta boleros en la noche
frente a su televisor
hasta que termina por vencerla
la duplicidad de su vida tras el cristal.
No sabría cómo lidiar
con el espanto multiplicado,
qué fuerzas enfrentarle,
cuál señal será útil
para complacer su voracidad.
Va dejando las máscaras
sobre los muebles de la habitación,
debajo de la mesa
donde comen todos los días
seres con apariencia conocida y cálida
que se cuidan de no enseñar los colmillos,
las encías ensangrentadas,
la furia que desata sus gustos y su hambre.
La mujer toma un puñal
y va llenando de manchas rojas las paredes.
Nada le han dicho de los ejércitos mejores,
por eso edifica la victoria
sobre cualquier promesa.
Crea sus propias criaturas
y las invita al banquete
que con su cuerpo
les ha preparado [5].

La poeta nos convence de por qué la mujer tiene que ser rebelde por naturaleza en un mundo donde la mayoría vive de su sacrificio; intuye las amargas esencias de lo femenino, convenciéndonos nuevamente de por qué la poesía es una búsqueda de lo inexplicable [6], aun cuando su pluma y su intelecto tienen mucho de qué nutrirse, mucho por recorrer:

Cuida tu porción de palabras,
Nada se sabe de la hora del día
que salvan.
Cualquier derroche
será considerado una falta.
Después,
en lo solo,
el paisaje podrá ser recompuesto,
cuando a nadie le espante
la imperfecta simetría de tu vida [7].

Por eso la condición femenina puede intercambiar roles entre la sufrida y la vidente, entre la racional y la supersticiosa. En otro sentido de las esencias, podemos encontrar en el libro el aspecto clamoroso de una huella, la avidez de la juventud convertida en ceguera, o una urdimbre firme que quiere definir su voz. A veces explora la vena filosófica en textos de menor fuerza que los que abordan el desafío de su existencia como mujer, del gesto enigmático que provoca la incertidumbre.

Celebro, entonces, esta primera entrega que demuestra que “nuestra tarea crucial en este momento de la historia —una tarea para las  mujeres y los hombres— no es celebrar esta supuesta diferencia entre nuestras naturalezas, sino cuestionar valientemente mediante palabra y acto la realidad de esta diferencia, para que la misma no nos distorsione con violencia, resquebrajando nuestra condición humilde [8]”.

En su ópera prima se recrea una situación como la ilustración de la portada del libro: un atuendo lujoso colgado a la intemperie.

Notas:
1. Sheyla Valladares. La intensidad de las cosas cotidianas. Ediciones Sed de Belleza, Santa Clara, 2014. La autora publicó antes un cuaderno de poemas para niños y jóvenes premiado en el Concurso Pinos Nuevos. El libro comentado aquí no tiene nota de contracubierta, únicamente un poema de la autora que la sustituye. Este aparentemente gesto promocional, priva al lector de una orientación necesaria y precisa, y, para desgracia, se ha vuelto práctica en varias editoriales del país.
2. Susan Sontag. Renacida. Diarios Tempranos, Mondadori, Barcelona, 2011, p. 305.
3. Sheyla Valladares. Ob. cit, p. 9.
4. Sheyla  Valladares. Ob. cit, “Álbum de familia”, p. 18.
5. Sheyla Valladares. Ob. cit., pp. 54 -55.
6. Wallace Stevens.
7. Sheyla Valladares. Ob. cit, “Imperfecta simetría”.
8. Diana Bellesi. Prólogo a Diez poetas norteamericanas. Ediciones Angria, 1995, Buenos Aires, p. 461.