Un barco, también la luna

Maikel José Rodríguez Calviño
1/12/2020

Diago rinde tributo a otro Diago en Homenaje, muestra que por estos días acoge Villa Manuela. Organizada con motivo del centenario de Roberto Diago Querol, artista cimero de la segunda vanguardia cubana, la exposición recoge un amplio número de piezas realizadas en fecha reciente por su nieto, Roberto Diago Durruthy, una de las figuras más significativas del arte cubano contemporáneo.

Vista general de Homenaje, exposición que podrá ser disfrutada hasta enero del próximo año.
Fotos: Maité Fernández

 

Homenaje se debate entre la instalación, la pintura matérica y el dibujo. En ella encontramos piezas de visualidad táctil —como “El poder de tu alma” (2013) y “La piel que habla” (2015)— o ensambladas a partir de grandes fragmentos de hojalata soldados entre sí, cuyas junturas remiten a las escarificaciones rituales, forma de violencia simbólica con múltiples connotaciones dentro de los grupos culturales que las practican. A la muestra se suman la quinta pieza de la serie escultórico-instalativa Paños mágicos, de sabor povero, y cuatro dibujos de un conjunto realizado el presente año. A manera de colofón, y justificado por el tributo, han sido añadidos un autorretrato de Diago Querol y un retrato que del artista hiciera Loló Soldevilla en 1952.

De la serie Paños mágicos (2019), ejecutada con maderas recicladas y alambres.
 

Quiero detenerme específicamente en las pinturas y dibujos, sustentados en una densidad simbólica presente tanto en las constelaciones iconográficas desplegadas en ellos como en los procedimientos técnicos empleados. Diago conoce de la inmanencia del símbolo; él encapsula el saber, la tradición, lo luminoso y lo terrible en señales simples, reducidas en muchos casos a sencillos trazos de gran trasfondo eidético. El bosque, la sabiduría del árbol, su paciencia e idioma; la esencia de la flor vertida en la esencia de su forma; la figura humana sintetizada en una silueta de rasgos básicos, continentes de lo individual y lo colectivo; la libertad del ave arquetípica que encarna a todas las aves del mundo. Los lienzos y dibujos presentes en Homenaje bullen de misteriosas presencias, de principios de incertidumbre, pues todo símbolo, en cuanto intento de comunicación con lo indefinible, es, por definición, ambiguo, impreciso, hermético. En ello radica su valor y razón de ser, y eso Diago lo sabe a la perfección.

Tomemos dos pinturas en particular: “Hombre de lucha” y “Un barco me trajo”, realizadas en 2020. Detengámonos primero en la ejecución. Ambas imágenes han sido configuradas a partir de recortes de lienzo adheridos al soporte y luego pintados. En “Hombre de lucha” el protagonista, de sexo indefinido, encarna una supraidentidad compuesta por múltiples identidades (esto es, múltiples piezas) aunadas por historias comunes, la fe colectiva y el devenir cotidiano; aunados por el ashé, memoria ontológica continente de todo lo que fueron quienes han sido antes que nosotros. El collar en el cuello remite lo mismo al objeto sacripotente, reservorio de espiritualidad y cultura, que al grillete de la coacción y la esclavitud.

Algo similar ocurre con “Un barco me trajo”, pieza centrada, como su título indica, en la trata negrera. Los fragmentos de lienzo azules y negros remiten a la intranquilidad oceánica, a la noche física y espiritual, a la Muerte en todos sus aspectos. El artista utilizó la blancura del soporte para figurar las embarcaciones: dos cuencos, dos reservorios que almacenan y transportan. Curiosamente, también semejan dos medialunas cuya palidez remite a la presunta primacía de una raza que domina y al cimentaje puro, vital y visceral de la raza llevada hasta tierras americanas en calidad de objetos muebles; basamento que derivará en sistemas religiosos sincréticos encaminados precisamente a garantizar la supervivencia cotidiana mediante un constante diálogo entre ser humano, naturaleza y deidades propias e impuestas. Acaso ambas figuras remitan a la Yemayá Mayelewó, dueña del añil, del azul profundo del mar, o a Yamayá Asesú, dueña de la medialuna.

Obra “Un barco me trajo”.
 

Piel y heridas en la piel; dermis subjetivas macro y microhistóricas, y las huellas que la existencia deja en ellas. La obra de Diago, y precisamente los trabajos reunidos en Homenaje, trascienden lo religioso para concentrarse en una zona cultural mucho más amplia y abarcadora: lo sagrado, visto aquí como el espacio delimitado por esos mitos y sus correspondientes ritos, culturalmente significativos para una persona, un pueblo, las identidades, la nación. Ello, inevitablemente, me remite al primer Diago y a sus significativas piezas “El abanico”, “El oráculo” y la peculiar “Elegguá regala los caminos”, también centradas en el misterio del mito y su vitalidad —al explayarlo en el tiempo y el espacio, en el aquí-ahora—, así como en el símbolo y su permanencia, abordado por Querol exclusivamente desde la imagen, y por Durruthy desde la imagen y los procedimientos que condujeron a ella.

De la serie Siempre juntos.
 

En cuanto a la resolución curatorial, poco debe objetarse. Las piezas se integran de forma coherente en el espacio, y su presencia está respaldada por una selección cuidadosa. En lo personal, me quedé insatisfecho ante los escasos ejemplos pertenecientes a la serie de dibujos realizados por Roberto en el presente año. Espero que el artista nos agasaje pronto con una muestra dedicada exclusivamente a este conjunto de piezas, cuyos atisbos prometen, y mucho. Mientras, disfrutemos de un tributo que reverencia los hilos sanguíneos y artísticos entre dos significativos creadores del arte insular.