Un brindis por “el Blado” en los 15 de La Jiribilla

Paquita Armas Fonseca
5/5/2016

No sé si cuando se publiquen estas líneas por los 15 de “la Jiri” Bladimir Zamora, “el Blado”, aún viva. Ahora, cuando las redacto, tiene un fallo multiorgánico y solo un milagro lo podría salvar. Tengo que escribir de él porque, además de ser uno de mis mejores amigos, estuvo entre los fundadores, aquellos locos que hacían de cada viernes un rito para subir la actualización digital al amanecer del sábado.

El Ángel de La Jiribilla (nombre lezamiano, por supuesto,) rondaba cada entrega con su peculiar sentido de la cubanía.En un cuartico de apenas tres metros por cuatro —en el viejo edificio del Instituto Cubano del Libro (ICL)— y sin aire acondicionado, se rotaban los redactores y los diseñadores en algunas computadoras. Digo se rotaban porque yo esperaba, viendo películas, el parto de cada número que, generalmente, era después de las dos de la mañana. Por razones personales no podía ir siempre. Que me conectara para ver el número durante la madrugada hacía susurrar con sorna al Blado: “no es para tanto”, pero su sonrisa lo traicionaba.

Estuve en algunos cierres, por ejemplo, cuando murió Juan Pablo Segundo y yo no tenía conexión en mi casa. Esa noche en específico, el Blado, mi caimanero, mi jiribillero, cogió una buena nota luego de escribir las columnas que le tocaban. El Mariscal, Manuel Henríquez Lagarde, también junto a Fidel Díaz Castro “Fidelito”, empinó sabroso el codo y los tres me decían que con aquel texto no me absolverían de mis pecados para entrar en el Reino de los cielos.


Ilustración: Archivo de La Jiribilla
 

Nirma Acosta “Nirmilla”, con voz dulce y segura, los conminaba a tranquilizarse, mientras René Hernández “Rene”, buscaba las mejores fotos. En un silencio que solo rompía sus pisadas fuertes, se acercaba Iroel Sánchez, presidente entonces del ICL, para ver cómo andaba aquella publicación nacida de sus desvelos y de otro soñador, Abel Prieto Jiménez. Aunque sus nombres no aparecían en la revista digital, sí estaban presentes en los grandes desafíos editoriales que tuvo desde sus inicios. También Rosa Miriam Elizalde aportó talento, tiempo y amor a la publicación. El Ángel de La Jiribilla (nombre lezamiano, por supuesto) rondaba cada entrega con su peculiar sentido de la cubanía.

Periodistas como él: cultos, revolucionarios, cubanos… hicieron de La Jiribilla una revista diferente y que aún conserva su prestigio.Si tuviera que perpetuar mi paso por esa publicación entrañable recordaría mi sección La vida en cuadritos, con entrevistados como Juan Padrón o el peruano Juan Acevedo, que respondían con dibujos a cinco preguntas tipos. Tampoco podría olvidar cuando un gran ciclón parecía que iba a partir La Habana en dos, y a las cuatro de la tarde de ese viernes Nirma y el resto del equipo decidieron dedicar el número a los huracanes. Viendo la comparecencia televisiva con Fidel y el Dr. Rubiera, tomaba los datos hasta ese atardecer. Recuerdo cuando nuestro jefe habló de un corcoveo, Rubiera rio y se robó la frase. El animal pasó por el sur de La Habana, aunque no fue desbaratada como yo decía que sucedería si aquellos vientos, más el torrente de agua, visitaban la capital de todos los cubanos.


Iustración: Archivo de La Jiribilla
 

¿Cómo no recordar la sección Pio Tai y las broncas entre los aficionados al beisbol y Rene esperando, no solo el final del partido, sino que escribiéramos para salir al otro día con el resultado? Tampoco puedo olvidar cuando Nirma me llamó y me preguntó: "¿Paqui, estás viendo Telesur?". “En cinco minutos tienes la nota”, le respondí llorando, pues Chávez había muerto. Al poco rato Alexis Díaz Pimienta me escribió un correo: “tu nota fue la primera personal publicada desde Cuba”. No fue un mérito personal, sino de La Jiribilla.

Y volviendo al principio, ¡qué maravilla que un milagro restituyera al Blado y pudiéramos compartir esas líneas entre todos los que arrancamos en esta locura semanal! Ojalá que ese inquieto Ángel lo visite y lo reponga un poco, lo suficiente para que siga habitando el planeta Tierra.

Periodistas como él: cultos, revolucionarios, cubanos… hicieron de La Jiribilla una revista diferente y que aún conserva su prestigio. ¿Verdad Blado que volverás a escribir en ella, y vencerás a esa cirrosis, hija de tantos malos tragos?