Un calendario para rescatar los sueños

Enrique Pérez Díaz
10/3/2017

Todos los concursos que existen en el mundo tienen una historia, pero en ocasiones carecen de memoria. Por ese olvido involuntario es como a veces no se repara en que los concursos, en buena medida, son responsables de marcar el panorama literario de una o muchas épocas, la evolución y el desarrollo (o retroceso) de un movimiento determinado y, en el mejor de los casos, el deleite de infinitos lectores que, en su momento, crecieron con esos libros premiados. Esto me viene a la mente cuando tengo entre mis manos Mi patio guarda un Tesoro (quince calendarios de bolsillo), selección de textos para niños premiados en el concurso Calendario, a cargo de Rafael González y Eldys Baratute, que publica ese admirable sello de la AHS que es la casa holguinera Ediciones La Luz.

 

La primera vez que Eldys me habló de este proyecto, aunque nunca dudé de su valía, me pareció poco probable que el azar le permitiera concluirlo, entre otras cosas porque el azar es caprichoso y más cuando este azar se llama poligrafía o presupuestos o cualquiera sabe… Tenía en mi mente, además, la imagen de una querida Inesita Casaña pugnando durante años por hacer algo semejante con los Premios Casa de las Américas de literatura infantil o el propio Esteban Llorach anhelando un intento similar por ese galardón que se honra con el nombre de la revista martiana: La Edad de Oro. ¡Pero ahora debo reconocer que Eldys es muy fuerte!

Este libro ha visto la luz con excelentes ilustraciones de los pinareños Albertho Díaz de León y Alexei Alfonso Pérez; Jorge Zequeira Brito, de Camagüey y los habaneros Leonor Hernández Martínez y Alain R. Cuba, todos ellos inquietos, creativos y talentosos jóvenes dibujantes que con su impronta artística recrean el universo de estos casi 20 años de Calendario. Debo reconocer que el concurso siempre me inspiró simpatía, pues en más de una ocasión, al nombrarme jurado, la Editora Abril me permitió aquilatar la valía de quienes entonces muy imberbes, hoy se pueden considerar escritores consagrados.

Volando y volando, años atrás entre las páginas de este libro singular y de la mano de sus poemas, cuentos y fragmentos de novela, nos acercamos hasta un texto diferente y particularmente de mi agrado. El Calendario de 1999 nos permitía conocer a Evangelista y los recuerdos, novela de Maylén Domínguez, quien en su mejor estilo nos traza el fresco de una mítica ciudad cuidada en su memoria, donde personajes de ese micromundo tan particular se dan la mano en un realismo entre naive y mágico, para hacer del lector su cautivo en una secuencia e historias que tienen tanto encanto como la geografía hechizada del lugar. Maylén se ha convertido hoy en una firme narradora, que como otras del centro de la isla —y pienso en Mildre Hernández o Lidia Meriño— se pasean con holgura en el mundo de los libros para niños, cada una con su propuesta bien diferente.

En el Calendario de 2002 gana un libro de versos, en verdad renovador. Con El silencio de los peces, el santiaguero Eduard Encina revelaba la esencia crítica de su postura hacia una infancia que no puede ser criada en el engaño o la evasión de lo real, y ponía en la mira a la sociedad que a veces deseduca a esa niñez, igual que harán muchos autores tiempo después. Los versos de Eduard conmueven y laceran al mismo tiempo; son hermosas imágenes, pero despojadas de la puerilidad tradicional o facilista, imágenes poéticas que tocan el alma de cualquiera y sobre todo la dejan llena de inquietud.

La novela de Sigrid Victoria Dueñas, Los no sé ni qué tienen la panza rayada, sería triunfadora del premio en el año 2003. Era la primera vez que ganaba el certamen un libro tan imaginativo y original, preámbulo de la narrativa posterior de su autora, signada por el devaneo sui géneris con la fantasía y la ciencia ficción, pero de carácter más humano. Sus personajes guardan reminiscencias de los queridos mumines de Tove Jansson, pero la trascienden en intencionalidad y son palpable muestra de cómo se puede escribir un buen libro desde un argumento sencillo, dotado del candor de su autora.

Cuando en 2004 Enid Vian, Omar Felipe Mauri y yo coincidimos en premiar Donde van a morir las mariposas, de la matancera Yanira Marimón, estábamos todavía con el corazón algo apretado por el hilo argumental de esta breve novela realista, pero tan llena de hondas significaciones humanas y espirituales. Los niños de la Marimón se debaten en un ambiente hostil, que rechaza a los diferentes, y es sabido que cualquiera puede “ser vuelto” diferente por una preferencia sexual, una idea política, el desapego a una causa que siente ajena o una simple mirada, un gesto. Con su prosa exquisita, Yanira conmueve sin ser plañidera, alerta sin ser discursiva y deja un cauce abierto, quizás lo más importante, al sentimiento del lector, de un lector sin edad.

 

El Premio Calendario de 2005 será precisamente un libro de uno de los autores de la selección. Con su novela Marité y la Hormiga Loca, Eldys Baratute ya despuntaba como el polémico artífice de Cucarachas al borde de un ataque de nervios o de A la sombra de un león, libros opuestos entre sí, que demuestran su constante inquietud por calar los universos complicados de esa infancia que no asume con mucha convicción (o casi ninguna) el mundo adulto. Creo recordar que, en su momento, establecí cierto paralelo entre el personaje protagónico de un Eldys todavía imberbe y otros clásicos de la literatura extranjera como Pippa Mediaslargas (de la sueca Astrid Lindgren), La gran Gilly Hopkins (de la norteamericana Katherine Paterson) o los “terribles” Sippi, Souri y Do Mayor, protagonistas de Los niños más encantadores del mundo (de la austriaca Gina Ruck Pauquet) —seres archifamosos en el contexto de la literatura para niños por su carácter iconoclasta, evidente en el desacato a cualquier pose establecida.

Un narrador de la entonces llamada provincia Habana, como Eric Adrián Pérez —cuyo asomo a las letras ha sido esporádico, aunque fructífero— ganó el Calendario 2006 con Bigote sin prisa, texto imaginativo, a caballo entre los cuentos tradicionales campesinos, matizados de tanta picardía y humor, y cierto realismo absurdo que en su momento caracterizara la obra de un autor como Albertico Yáñez. Sus argumentos tenían un regusto a diferente, burlesco, anticonvencional, y no se detenían en el lastre etario para decirle a su posible lector varias verdades. También volviendo a las raíces, gana el Premio en 2008 De congo y carabalí, de Marcia Jiménez Arce, conjunto de versos que rescata el folclore afrocubano en un intento de darle un enfoque contemporáneo y que en su momento reveló las herramientas literarias de esta autora pinareña que, con los años, ha encaminado sus pasos hacia derroteros más ambiciosos.

El rescate de las figuras del canon fue una de las corrientes que más caracterizaron la literatura cubana para niños en los primeros noventa. Autores como quien escribe o Iliana Prieto y Omar Felipe Mauri, revisitaron el mundo feérico o de las brujas. Transgrediendo como aquellos la tradición de los clásicos, Eric Llanes, con su novela ganadora en 2009, La brujita de San Isidro, revela una postura diferente. A partir de un mundo citadino y coloquial, se establecen postulados y valores que demandan un activo lector. Creo recordar que el volumen tuvo tan buena acogida que su autor entregó una secuela.

 

El poemario Hábitat, de Rafael Álvarez, Premio Calendario 2010, no es para nada un libro de ciencia como podría pensarse. Se trata de una obra que retoma figuras de la naturaleza y en una fina filigrana regala versos tan breves como sugerentes, que desde su título ya están jugando con las cadencias, con cierta herencia del haiku japonés, ese encanto de lo no dicho, aquel silencio que alguien de oído muy fino pudo escuchar, al decir del maestro Félix Pita Rodríguez.

De las inquietudes y contradicciones adolescentes habla la novela Un trío y la fama, de Yoan Balón, que en 2011 ganara el premio. Se trata de una prosa sencilla, casi coloquial que, intercalando algunos versos de uno de los coprotagonistas, (el escritor) revela la original personalidad del que quiere ser músico. Confieso que es una obra que en su momento se me escapó, pero leer los fragmentos incluidos me estimula a visitar la creación de este joven autor camagüeyano.

Un narrador conocido es quien recibe el Calendario 2012. El pinareño José Antonio Linares Asco con su tierna Vaquita da un vuelco a su creación, que tiene libros tan diferentes como Cuentos para niños de mi tamaño, Alino Moño, Crudella y el vendedor de abrazos, Un parque para Berta, Los niños no tienen cabeza, Un poco de amor y girasoles, el inquietante ¿Dónde estás, Susana? y Para qué sirve un tesoro.

Con el volumen de cuentos Dime bruja que destellas, Elaine Vilar se demostraba a los jurados del Calendario 2013, poseedora de las buenas artes de esa narradora, poeta y dramaturga que es hoy. Su meteórico desarrollo en pocos años la evidencia como una escritora exigente y tenaz, que en cada entrega lucha por renovarse, más audaz en cada nuevo texto que en el anterior, no solo por su exaltada imaginación, sino incluso en su técnica narrativa. Por si no le bastara esto, Elaine incursiona con fluidez en los mundos de la fantasía heroica y la ciencia ficción con el mismo candor que nos deleita en sus cuentos de hadas y brujas.

Acercándonos a los años más recientes, llegamos a En un lugar de la mancha, poemario de Randoll Machado ganador en 2014, que se acerca al mundo cotidiano infantil con esa ingenuidad de los propios niños y remeda algo de la poesía tradicional para estas edades. Cubanía, rejuego lúdico, regodeo en la flora, la fauna y el medio ambiente, en los juegos, son las claves que mueven su escritura.

Los Premios de 2015 y 2016 son novelas que en mi concepto mucho se relacionan y evidencian la valía de sus jóvenes creadores. El olor de los almendros, de Daniel Zayas, que tuve la oportunidad de premiar junto a Eldys Baratute y Eduard Encina, es un libro singular donde su autor vuelve su vista al pasado y nos traza el panorama desesperanzador de un niño en un mundo republicano que le trastorna por no entenderlo. La violencia y el horror de una época se vuelcan en esta original novela que deja sin habla en más de un momento. Otro libro sorprendente, que casi termino de leer horas antes de hacer este comentario, es No hay tiempo para festejos, con el cual Diana Castaños se hizo acreedora del premio hace un año. Como Daniel, nos retrotrae en el tiempo y la memoria para visitar el universo pobre de un niño campesino y su enfrentamiento precoz a la crudeza inminente que ofrece la adultez. Si en el libro de Daniel todavía quedan atisbos de esperanza para el protagonista, el de Diana nos ofrece un final que golpea por su realismo, pero que magistralmente cierra el ciclo de la novela con una mordedura de serpiente feroz. Ambos jóvenes atisban con su narrativa una nueva corriente dentro del realismo que ya se viene cultivando para niños en Cuba.

Llegamos al fin de este viaje en pos de tiempo y recuerdos. Atrás quedan las horas en que conocimos por vez primera los párrafos y estrofas que hoy regalan remembranzas. Cada libro de estos fue el sueño de un autor, su editor, el dibujante y hasta el niño que navegó entre sus páginas y ahora vive en otro tiempo. Nuestro almanaque ya se cierra, pero no sin que antes retomemos la hermosa imagen de Nersys Felipe que inspira el título de esta selección:

Desde su musgo primero,

y hasta hoy que te lo cuento,

en sus aguas escondidas,

mi patio guarda un secreto.