Al segundo texto de la polémica Sotero Figueroa le da comienzo recusando el pie de imprenta del libro en el cual detecta otra superchería de Trujillo, y es su declaración de haber realizado el libro en “Tipografía de El Porvenir, 51 New St.” cuando en realidad dicha publicación nunca tuvo taller propio y acudía a los servicios de otros impresores. Pone así en evidencia la descuidada inexactitud del autor en detalles de poco relieve pero aplicable a otras situaciones de mayor relevancia. Una vez aclarado esto, pasa a esclarecer el primer pasaje tergiversado en el libro, el relativo a una supuesta falsa relación que hace Martí de una expedición a Cuba llevada a cabo por Calixto García en marzo de 1880, que tenía por propósito ponerse al mando de las tropas de Guillermo Moncada, José Maceo y Quintín Bandera, con la cual el Apóstol debió colaborar. Dicha expedición no llegó a cumplir su cometido, y entre las causas que se aluden para explicar tal fracaso, se halla la tardanza de la llegada del auxilio del extranjero. No obstante, según Trujillo, el 13 de mayo circulaba en New York un impreso-proclama firmado por José Martí dando cuenta del feliz arribo a Cuba de una expedición con una lista de 82 expedicionarios y agrega: “Solo salieron de aquí veintisiete, y desembarcaron veinte. Tomamos estos datos del diario del General Calixto García”.  Ante esto, el patriota puertorriqueño señala la voluntad evidente de este autor de mancillar la figura de Martí al sacar a la palestra datos que ponen en entredicho la veracidad de su palabra y la eficacia de su trabajo al frente del Comité Revolucionario. Y si bien no presenta pruebas para refutar tales insinuaciones, sí convida a Trujillo a indagar sobre las posibles causas de tamaña desproporción de cifras en las declaraciones sobre la expedición.

“La polémica entre Sotero Figueroa y Enrique Trujillo constituye un reflejo de las disputas ideológicas que tuvieron lugar en el seno del movimiento independentista cubano tanto dentro de la Isla como en las emigraciones, así como de las pugnas en pos de la legitimación de relatos históricos que avalaran una u otra conducta política…”

En el tercer escrito, Figueroa hace la exposición de algunas referencias en el libro a otros intentos de expediciones y luchas armadas previas a la fundación del Partido martiano. Allí su autor señala que estas se sustentaron en esfuerzos individuales en general, como fueron los casos de Ramón Leocadio Bonachea y Francisco Varona junto a Limbano Sánchez. También en este punto sale a relucir la negativa de Martí a colaborar con el Plan Gómez-Maceo en un franco intento por atribuir al Apóstol actitudes de indiferencia o inactividad (dígase antipatriotismo) ante los esfuerzos independentistas. Por añadidura, Trujillo parece querer atribuirse alguna participación decorosa en torno a estos sucesos y comenta el ofrecimiento que le había hecho Gómez para ocupar la dirección del periódico La República, que nunca se materializó, apareciendo en su lugar El Avisador Cubano, el cual tampoco contó con una larga vida debido a su incapacidad para adaptarse a un proceso revolucionario en vías de fracaso, de lo que Sotero Figueroa colige, “no rendía cuentas sino al Dios Éxito”. 

José Martí, Apóstol de la independencia cubana. Fotos: Internet

En la cuarta entrega de la polémica, se advierte una vuelta atrás en el tema de la expedición de Calixto García presentado en el segundo escrito con la intención de dar a conocer dos documentos que atestiguan las falsedades que intenta hacer creer Trujillo sobre el movimiento revolucionario, y sobre Martí en particular. Más adelante, continúa clarificando los hechos en torno al fracaso del intento de sublevación de la Guerra Chiquita. En este punto, Trujillo irónicamente atribuía “la cesación de las hostilidades en Las Villas, por acuerdo honrosísimo que hicieron los jefes levantados, Francisco Carrillo y Emilio Núñez”, en un intento por minimizar el arrojo de estos patriotas, a lo que Sotero Figueroa responde reproduciendo la misiva de José Martí a este último en que lo convida a deponer las armas.

El quinto texto aborda la supuesta acogida que dio Martí a los proyectos del brigadier Ruz para independizar a Cuba, y al respecto Trujillo replica su disposición a estos planes frente a su abstención de participar en el Plan Gómez-Maceo. Sin embargo, se dice aquí que Martí no los asumió de manera personal, sino que invitó al brigadier a compartirlos con el resto de los emigrados de New York. Una vez concluida esta demostración, Sotero Figueroa pasa a analizar el carácter del periódico El Avisador Cubano, publicación dirigida por el autor de los Apuntes, caracterizada por él mismo de acuerdo con la visión que propone de la situación política del momento como “expectante y evolutiva”. Al respecto, el editor de La Doctrina aclara lo siguiente: “decir a la patria esclavizada uno y otro día que se piensa en ella, que se labora, que se acopian recursos, que estamos ojo avizor para ayudarla en su hora de resolución extrema (…) eso no entraba en los fines del Director del Avisador Cubano”.  De esta manera, a su entender, quedaba huérfana de representación en la ciudad neoyorquina la idea independiente.

Para terminar, alude a la mención hecha por el antipatriota acerca de la discordia entre el brigadier Flor Crombet y Martí, acontecida durante la reunión pública celebrada en Pithagoras Hall el 15 de julio de 1888, y cita al detractor: “Decíase después de esa reunión, que Crombet tenía propósitos revolucionarios que no pudo llevar a cabo”.  A través del acomodaticio “se dice”, Trujillo introducía especulaciones improbables en torno al hecho con el fin de sugerir, una vez más, la falta de compromiso y voluntad de diálogo del organizador de la última gesta mambisa.

En el siguiente texto, Figueroa retoma el tema de El Avisador Cubano a propósito de la alusión en los Apuntes de su tránsito, en 1889, hacia El Avisador Hispanoamericano, bajo la dirección del propio director, desde donde este “siguió defendiendo los intereses separatistas de Cuba”.  El patriota puertorriqueño desmiente aquí la supuesta existencia de tales intereses separatistas en la política editorial del periódico que, considera, se hallaba basada en el oportunismo. Tras el quiebre de la empresa periodística, nació El Porvenir, definido esta vez como “apologista primero y después sañudo maldiciente del gran Martí”.   

En el séptimo de los escritos, Sotero Figueroa se detiene a desmentir la aseveración de Trujillo de que en 1890 no había organización en la emigración para levantar recursos, y lo hace recordando la ya existencia en esa época del Club Los Independientes. Por último, se interesa en el capítulo del libro dedicado a la Sociedad Cultural Hispanoamericana cuyo contenido Trujillo relaciona con actividades de tipo patriótico, y en tal sentido expresa que “allí se propagó siempre la unión de nuestra raza en América y el progreso de los pueblos. Y en el desierto de almas de ciudad extraña, nostálgica, fue siempre aquella Sociedad un oasis. La causa de la independencia de Cuba tuvo en ella un centinela avanzado, que velaba por su honra”.  Sin embargo, el gran martiano revela la falsedad de tal aseveración relativa al carácter de dicha sociedad cuya verdadera esencia resultaba estar un tanto distante de los empeños por promover la soberanía y descolonización del intelecto americano, no así de la reproducción de los patrones culturales e ideológicos importados. En su consideración, tal asociación no había realizado ningún aporte significativo en la esfera política o cultural al ideal emancipatorio continental, y menos aún, al independentista cubano.

“…Ante el peligro de la pérdida de la herencia martiana, surge la voz de Figueroa a través de un discurso que declara no tener su basamento en la deificación de los héroes, sino en la historicidad de sus figuras…”

Tales reflexiones pusieron fin a esta impugnación por entregas, lo cual no parece haber sido inicialmente la intención de su autor, a juzgar por la manera en que concluye este texto, abierto a un próximo escrito reivindicatorio. No obstante la evidente mutilación del intento, todo lo expuesto resultó suficiente para poner de relieve el afán desmoralizador con que fue tratada la figura de José Martí y su proyecto político-social para Cuba tras su muerte por parte de uno de sus detractores más jerarquizados dentro de la directiva de la emigración cubana: de ahí la pertinencia y certeza de la intervención del patriota puertorriqueño.

La polémica entre Sotero Figueroa y Enrique Trujillo constituye un reflejo de las disputas ideológicas que tuvieron lugar en el seno del movimiento independentista cubano tanto dentro de la Isla como en las emigraciones, así como de las pugnas en pos de la legitimación de relatos históricos que avalaran una u otra conducta política. Ante el peligro de la pérdida de la herencia martiana, surge la voz de Figueroa a través de un discurso que declara no tener su basamento en la deificación de los héroes, sino en la historicidad de sus figuras, aun cuando por momentos se le note el abandono del tono neutral que pretende. Y aunque no pueda admitírsele a estos textos ni la galanura del lenguaje, ni la profundidad del pensamiento, sí ostentan la dignidad de haber servido como freno a los agentes propiciatorios de la muerte de nuestros ideales redentores.