UNO

Vi abrir una puerta uno de esos tantos días en que no cesa el ajetreo constante, el ruido de los autos, los pasos (lentos y apurados pasos) sobre calles zigzagueantes, colas, los vendedores ambulantes y aquellos que lo son, de esquina o de portal, no importa, mucho que enumerar… la ciudad es mucho más… desde mi estancia corta, no es difícil. Uno la respira.

“Pensé que esta vez no llegarías a mi casa”. Más indulgente aún: “Esta vez no te lo iba a perdonar”.

Y claro, esas cosas que tienen que ver con celebrar (la visita) desde la risa (por tamaña bienvenida) hasta un apretón de manos. Y hubo abrazos, lo juro, porque no eran tiempos de pandemias.

En verdad nunca supe como él sabía que yo estaba en Camagüey. Siempre sabe, se entera no sé cómo, que yo voy, se entera que yo estuve.

Pero he ahí el saludo de Olga, un sorbo de café, una alarma que congrega en la puerta y un timbre de teléfono. Hay para reír y, hasta, para cuestionar los desafíos y/o las desazones (en verdad venturas y desventuras) de la cultura nuestra.

Tiene un sillón secular, se mueve en su sillón.

DOS

Confío en que se puede leer, acercar uno, a los distintos registros que marcan, o han marcado la obra de Luis Álvarez. Para un hombre que ha ido de la investigación al ensayo y, desde su sensibilidad y manera de ver el mundo, a la poesía, no es extraño. Voy de Casa en el sur a Isla en mi cuerpo (Ácana,). Y viceversa. De lo inédito a lo édito. Qué más da.

Luis Álvarez “busca las esencias, las examina, nos las devuelve, tal como diría nuestro José Martí, en copa nueva”. Foto: Tomada de Claustrofobias

Hay la opinión de que la poesía no es sino un estado de visitación.

Poesía discursiva, confesional casi, su amplio y extendido metaforizar, he aquí un ejemplo:

Así por la poesía de Luis, lector abierto incluso a las tendencias nuevas, (ojo: si lo sabré yo) pasan lo mejor de todas las épocas, no se encajona en un grupo, en un movimiento, muestra su órbita en torno a un mundo, a un universo. Al menos creo notar las reminiscencias de los siglos de Oro, el 27 en toda su extensión, y el imaginario nuestro, Ballagas, la poesía hispanoamericana, Florit, Baquero, Martí, Orígenes, el siglo XIX nuestro y el de otros…, cito, oh Dios, de manera aleatoria, aleatoria sí, pero no caótica. Y al citar y atribuir no importa si lo hago mal, o bien, el poeta asume su reminiscencia, no importa lo que diga, si ya no lee a tal cual poeta, si lo leyó o no, lo importante, o lo que mejor nos interesa o debe interesar, es que ya ha sido tocado, el poeta ha sido bendecido, y como tal esas lecturas le agradecen, también él, no dudo lo agradezca. Aleatoria, aleatorios, como son los universos que nos acompañan, mezclarlo todo, todo mezclado, ya sabemos, las angustias, alegrías, el infinito asombro de un poeta, del mundo del poeta, o, del poeta inmerso en su mundo, aquel que ve, aquel que interroga se interroga, y deglute, engulle, (no olvidar que Álvarez es ensayista, Álvarez es investigador) y como tal busca las esencias, las examina, nos las devuelve, tal como diría nuestro José Martí, en copa nueva.

“Así por la poesía de Luis, lector abierto incluso a las tendencias nuevas, (ojo: si lo sabré yo) pasan lo mejor de todas las épocas, no se encajona en un grupo, en un movimiento, muestra su órbita en torno a un mundo, a un universo”.

Gravitan en él los temas amatorios:

Voy a besar el ruedo de su ademán furtivo,
su espléndida huella acariciante

de Muestrario de la carne traspasada

la ciudad, los amigos, esa especie de llamado del deseoso para decirlo con Lezama Lima, en poemas donde la mención a la madre recobra esa laxitud que suele privilegiar la memoria:

el corazón de la luz flota en el agua
mientras mi madre acomoda su vestido
es la tarde, los bienes se regalan,
se levanta una brisa y su rostro se refleja.
Es mi madre que calma las aguas para mí,
como un consuelo previo a la tristeza de los tiempos
su marca ondulante entre los dedos
que van marcando lazos y levantando telas.

Desde el estanque

O en el poema “Flujos del tiempo”:

Mi madre ha derribado las fotos de mi tiempo…

Otro elemento esencial en la poesía de Álvarez es su insistencia, persistencia en el tiempo, su paso arrollador, devastador, él mismo no se oculta a la hora de mostrar, más bien subrayar de la mano de T. S. Eliot, estos versos tomados del poema “Burt Norton”:

El tiempo pasado y el tiempo futuro,
Lo que pudo haber sido y lo que ha sido
Tienden a un solo fin, presente siempre.

Álvarez se apropia de un yo muy personal, aprehendido quizás en ese otro yo, el martiano, un yo que, por supuesto, él conoce muy bien, no solo porque aparezca incluida dentro de sus ineludibles lecturas, sino porque la propia poesía del maestro ha sido objeto de sus investigaciones: la edición de Polvo de alas de mariposa (1994) está ahí para corroborarlo, ese tipo de sujeto que puede ser, y de hecho es, muy colectivo, digamos que insular. Un sujeto que canta (devela) lo personal, la familia, los asuntos de y con la amada, el tiempo (el tiempo siempre) un tiempo lineal o circular, qué importa… libresco (el Eliot de “Burt Norton” de los Cuatro cuartetos, recordemos, no deja de ser bíblico quien, a través de esa modalidad estrófica muy inglesa que es la sextina, asume, retiene, la densidad temporal de un Dante), pero es que hablamos de un poeta, Luis Álvarez, conocedor de la impronta citadina que él habita y lo ha habitado. Digamos que Eliot amparado en la sextina, Álvarez en el versículo. Y como tal Casa en el sur, Isla en mi cuerpo, respiran, hacen que emerjan los poros, los intersticios de los muros, las plantas, los animales, los habitantes, los destellos y desdeños de la noche, la aparición de la amada en medio de las sombras, los dolores del cuerpo y la tensión de la sangre. El poeta que es suele ser eso y mucho más en cada una de sus entregas, aun en medio de cuanto tema lo apasiona y no puede dejar de indagar, de sustraerse, sabe que es (lo sabe bien) un flanêr y un voyeur, su mirada se ocupa no solo de tantear lo derruido, de aquello que declina, se ocupa también de lo que ya no es o no está ya, se ocupa de lo que muere, de lo que nace. Vale decir, transpira.

“Álvarez se apropia de un yo muy personal, aprehendido quizás en ese otro yo, el martiano, un yo que, por supuesto, él conoce muy bien, no solo porque aparezca incluida dentro de sus ineludibles lecturas, sino porque la propia poesía del maestro ha sido objeto de sus investigaciones”

Calle enrejada, muros de la sed apremiante
y cegadora, ¿cómo cruzar este lindero denso
de carencias y cojera permanente?
¿Dónde está el mundo, Dios, dónde queda mi mano
rebuscando las ascuas que trajeron nuestros padres?
¿Cómo la isla que predestinaran
al resplandor y la savia, al péndulo entre el grito
y el amor, se ha hecho desierta sobre el cosmos?

Él hizo la Osa y el Orión

A casa descubierta, una pared defendida. Una flor en el patio. Un ruido y los guiños callejeros, enclave y mundo de sus dominios, sol, este, el insular que rasga el vidrio y las ventanas de protegidas sombras:

Guardé su terraza cruzada de planetas,
su silencio de refugio entre los montes,
la habitación para olvidarme de mí mismo.
Mi casa en rama y flor,
certeza silenciosa
del hombre y su cántaro en la espalda
que me guían al banquete y la densidad
absoluta del ciervo en la mañana.
Mi casa en rama y flor

Los versos de Isla en mi cuerpo y Casa en el sur en el fondo amparan un gusto por la sanación. Álvarez privilegia el discurso evocativo pero, más que evocar, salva, disiente, enciende la emoción, su emoción siempre.

TRES

Los que conocemos a Luis y hemos compartido su vehemencia no solo por las letras, sino por la cultura y la historia de la Isla, y hasta de sus próceres, y su entusiasta forma de nombrar y compartir saberes, sabemos también que es un apasionado de las artes plásticas, de modo que sus poemas muchas veces devienen especie de descripciones de un cuadro, una pieza, no de otros sino de sí mismo, de su vida, del dolor en sus días y la corruptibilidad y belleza (que siempre la hay) de su entorno.

Y no está mal que tu mirada vaya de un lado a otro, de los cuadros que engalanan tus paredes a los libros que atesora. Bibliómano como no van quedando ya, bibliófilo como no van quedando hoy. Recobro, al calor de la conversación, el pulso de su erudición. Porque el café, ha de saberse, no es cualquier café si, sobre todo, nos viene en las manos de Olga.

Y ya en la puerta:

“Pero, ¿cómo sabía que yo vendría, que estaría en Camagüey?”.

“Se te olvida, Rito, que yo soy un viejo zorro”. Risas. “Salúdame a tu esposa”.

3