Un mayo teatral y titiritero

Rubén Darío Salazar
26/5/2016
Fotos: Sonia Almaguer
 

Mayo Teatral, la Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño que organiza la Casa de Las Américas con periodicidad bienal, se las arregla casi siempre para incluir en su rica y plural programación al teatro de figuras. Se me antoja que en esta edición la cita a los objetos y muñecos se hallaba implícita desde el mismo cartel de Lyly Díaz. Sugerentes máscaras, en medio de una floresta tropical, se asomaban entre ojos-flores y franjas de colores que insinuaban retablos cromáticos de una esplendente vivacidad.


 

Además de la inclusión de Los dos príncipes —el más reciente estreno de Teatro de Las Estaciones— entre los espectáculos nacionales, se inauguró en la galería El panal, del Teatro de La Orden Tercera en La Habana Vieja, la exposición Cuba, estación de luz, de la fotógrafa Sonia Almaguer. Esta inquieta mujer, armada siempre con su lente voraz, ha ido atrapando de un extremo a otro de la Isla títeres y actores dispuestos a vivir su existencia finita bajo las luces. La muestra, apreciada con una mayor disposición espacial durante el pasado Taller Internacional de Títeres de Matanzas, insiste no solo en registrar esos instantes mágicos que ocurren sobre las tablas, sino en hacerlo desde soportes atractivos para el visitante. Formatos de gran dimensión, algunos con luz interna, cual negativos coloreados, y otros que funcionan de modo interactivo con los presentes, o en pantallas digitales, a tono con los tiempos de la virtualidad y las manipulaciones digitales. Nada le es ajeno a Sonia dentro del universo fotográfico, mucho menos la gracia y la técnica con que dispone sus visiones para nosotros. Sus retratos no necesitan mayor alabanza que la de ser disfrutados en su intensa organicidad y misterio.

Entre los espectáculos internacionales invitados estuvo Otelo, del grupo Viajeinmóvil, de Chile. Apreciarla me hizo confirmar que el teatro sigue siendo esa especie de caja maravillosa en vivo, que nos cuenta una historia sobre el pasado, el presente o el futuro. Un acto de encuentro que une a los artistas, casi al alcance de la mano, respirando su única vida, con el público presente, mirones compulsivos de un acto dramático especialmente realizado para ellos.


 

Cuando se utilizan títeres u objetos manipulados, la semantización del teatro, la metáfora, el juego de roles e intercambios encuentran una promiscuidad deliciosa, de una magnitud inenarrable. Fue eso lo que sentí en Otelo, versión libre sobre la conocida tragedia de Shakespeare, a cargo de Jaime Lorca, Teresita Iacobelli y Christian Ortega, también responsables de la puesta en escena. Ya conocía a Viajeinmóvil desde hace algunos años. Los aplaudí en el Festival Mundial de las Marionetas de Charleville-Mezieres, Francia, en un montaje de grandes dimensiones, con grandes elementos escenográficos transformables, movibles y sugerentes. La concepción espectacular era mucho más ambiciosa a nivel de aparataje teatral que el montaje seleccionado para debutar en La Habana.

Jaime Lorca y su equipo creativo ocupan un sitio especialísimo en el concierto de teatro de figuras de nuestra región. Su labor halla eco en otras partes del mundo mediante devoluciones artísticas marcadas por un concienzudo y exquisito trabajo de las especialidades del montaje.

Otelo es una pieza virtuosa, no solo por el tratamiento plástico de los personajes que acude a cabezas de peluquería, pies y piernas para calzados y medias femeninas, vestidos, chaquetas, gorras, objetos de la vida cotidiana y una cama como centro de la vida de las parejas Otelo-Desdémona, Yago-Emilia, sino también por el rico diálogo actoral conseguido por el propio Lorca y Nicole Espinoza, potente en matices ora sinuosos, ora evidentes; por el movimiento casi coreográfico de todas las escenas, la banda sonora programática y una dramaturgia eficaz que junta lo clásico y lo social con lo contemporáneo.


 

Lo que más admiré de este Shakespeare chileno y del mundo, fue el concepto de montaje que coloca en escena a los personajes de Otelo, Desdémona y Casio como maniquíes de un escaparate de ventas, almas  negociables debido a sus personalidades influenciables, víctimas de convenciones, tabúes, patrones tradicionales de conducta y otras mecánicas miserables. El retorcido e infeliz Yago y su esposa Emilia, no menos martirizada que Desdémona, son personajes de carne y hueso, con una elocución cercana a lo inhumano, como si leyeran un guion cuya historia adquiere aires de radionovelas o teleseries.

Todo parece ocurrir de manera inevitable, matemáticamente ordenado por alguien malévolo erigido en Dios todopoderoso. La partitura escénica tuvo un desarrollo casi perfecto, defendida por seres que nunca se quebraron, armados en los instantes cruciales de energías magistralmente contenidas.

Cuando sobrevino el apagón final, el acto impecable de Viajeinmóvil dejó sobre la platea de la mítica Sala Hubert de Blanck una marea de sensaciones gratas, perturbadoras, insinuantes y hasta inesperadas. Eso es el teatro en definitiva, un libro de la vida escrito por un equipo artístico, que se completa o no durante el acto de representación. Privilegios que nos deparó Mayo Teatral, esta vez con un regalo titiritero de excelencia.