Un Mejunje Teatral

Rubén Darío Salazar
3/2/2017

Desde el año 1992, el populoso Centro Cultural El Mejunje, en Santa Clara, celebra entre el 22 y el 29 de enero un singular festival teatral. Primero se llamó Festival de Teatro de Pequeño Formato, y desde la pasada edición se nombra Festival Mejunje Teatral. Cualquier evento que organice el promotor, actor y director artístico Ramón Silverio, líder del increíble lugar, se sabe de antemano que tendrá carácter inclusivo.


Foto: Internet

En esa concepción, abierta a todos los colores escénicos, el teatro de títeres ha tenido siempre su espacio; de hecho, esta fiesta número 25 estuvo dedicada a la desaparecida maestra titiritera Xiomara Palacio, nacida en Remedios, y al actor titiritero René Acosta, fallecido también, y no tan conocido como la Palacio, pero igualmente consagrado al universo de los retablos desde el Guiñol de Santa Clara.

De los 31 grupos participantes en la cita reciente, 16 se dedican al teatro para niños y de títeres. Provenientes de Granma, Sancti Spíritus, Cienfuegos, Matanzas, La Habana, Pinar del Río y la provincia anfitriona, algunas agrupaciones invitadas mostraron tendencia a la apertura de géneros y estilos, ampliando sus fronteras creativas hasta otros terrenos tradicionalmente “vedados” a los hacedores del teatro dedicado a los infantes.

Sucedió con Teatro sobre el camino, de Santa Clara, y el estreno con actores de En vez de infierno encuentres gloria; el Guiñol de Remedios y www.mujeres.com, estreno que mira hacia el mundo audiovisual e informático; y con la participación de Teatro de Las Estaciones en un proyecto como Cuatro, ganador de la Beca de creación Santa Camila de La Habana Vieja, de la Uneac matancera, con caminos mixturados entre el teatro y la danza. No se trata de abarcar estéticas ajenas, sino de experimentar desde otras vertientes de la escena, en busca de posibilidades que pueden enriquecer el imaginario práctico y conceptual de los artistas que trabajamos con figuras o para los más pequeños.

No pude verlo todo. Llegué con mi agrupación en la última etapa del Festival. Desde 2013 no participábamos de este personalísimo  jolgorio. Regresar me hizo comprobar algunas apreciaciones que he ido consolidando desde nuestra primera vez allí, en 1997, y valorar las diversas características que marcan a un certamen nacido en el llamado “Periodo Especial”, cuyo origen demostró la efectividad de festivales con un criterio alternativo de realización.

La cita teatral de El Mejunje abre sus puertas lo mismo para grupos emergentes  o de escasa o ninguna presencia en el panorama de los principales festivales del país (Festival Internacional de Teatro de La Habana, Festival Nacional de Teatro de Camagüey, Temporada de teatro latinoamericano y caribeño Mayo Teatral, y Taller Internacional de Títeres de Matanzas), que para grupos reconocidos y otros que no lo son tanto, lo cual posibilita un toma y daca que hace crecer a unos y otros, a la vez que permite confrontar quehaceres y resultados en un espacio de total libertad, como proclama el centro cultural del querido Silverio.

En mi modesta opinión de asiduo participante del Festival, me gustaría que los encuentros mencionados dejaran de ser una consecuencia fortuita, que puede darse o no entre los conjuntos dramáticos que asisten. Creo que debiera ser un propósito apoyado de manera consciente por el comité organizador del evento; así como abrir en la programación una zona de exposición para jóvenes directores, incluir en la muestra una sección para las variantes creativas de grupos que se han dedicado siempre a un género escénico específico, invitar a puestas en escena de referencia nacional o internacional y realizar luego un desmontaje de los espectáculos, entre otras propuestas de intercambio. Todo esto cabe en un festival que ha apostado orgánicamente no solo por la inclusividad, sino también por la solidaridad.

De 1992 a la fecha, las cosas han cambiado en todos los niveles sociales, culturales y materiales. El propio Mejunje se ha dinamitado como estructura arquitectónica. Lo que sucedió con los jóvenes grupos titiriteros que lideraban lo que Freddy Artiles llamó en su momento el “Boom de los 90”, y que hallaron en Santa Clara una rampa de lanzamiento y encuentro fraterno, no siento que esté sucediendo ahora con las nuevas compañías. Muchas pudieran ser las causas en términos de calidad, estrategias de producción o identificación generacional, pero algo ha cambiado definitivamente.  

La continua representación de espectáculos, en una programación a veces caótica, que no contempla áreas de reflexión y diálogo desde el punto de vista curatorial, pudiera atentar contra  la convocatoria, desarrollo y singularidad del Festival. Es este un apunte para pensar, que hago desde el cariño hacia un evento al que mucho le debo.

Ser incluyente equivale también a ser inteligente, a no  dejar que pierda brillo una acción teatral diferente y necesaria. El Consejo de las Artes Escénicas de Villa Clara tiene que prepararse para que el evento, en lo que corresponde a hospedaje, transporte y condiciones técnicas en los espacios de representación, posea condiciones medianamente óptimas. Todo no puede basarse en el encuentro armónico de las agrupaciones, son importantes también otros bienestares.

Un proyecto sui géneris como este, que ya acumula un cuarto de siglo, tiene que seguir. Repensarlo y cuidarlo no debería ser tarea solo de sus creadores, sino de todos los que creemos y defendemos su esencia integradora, inclusiva y teatral.