El patriotismo no es tan solo una herencia, un legado que alimenta el orgullo de pertenecer a un territorio, o el espíritu aglutinador de un “nosotros”. Es también un recurso movilizador de virtudes, para defender esa comunidad como casa de familia y dicha compartida. Así lo asumió nuestro Héroe Nacional en su campaña movilizativa para la Revolución del 95.

En su práctica discursiva fue el independentismo la “integración simbólica” de un “nosotros”, más un modo dignificado de servir a la Patria. Un “nosotros” alimentado y manifestado en su relación con el pasado y en su constante proyección futura.

Para el Apóstol ser patriota es venerar lo sagrado que se ha acumulado, que se debe preservar y, sobre todo, corresponder con nuevos heroísmos. “De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantarnos sobre ella”. “Este hombre ¡ah cubanos! —dice de un veterano del 68—, merece toda nuestra veneración, y ante él, yo me reconozco pequeño, y no puedo hablar sino para saludarlo con la efusión del hijo agradecido”.

En su práctica discursiva fue el independentismo la “integración simbólica” de un “nosotros”, más un modo dignificado de servir a la Patria. Imagen: Esteban Vaderrama / Tomada del Portal José Martí

El fundador del Partido Revolucionario Cubano socializó un patriotismo significado como amor hacia el terruño, como “viril tributo de cada cubano a otro” y como una energía revolucionaria que los movilizaba por el “bien de todos”. “De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno, ni el malo”. Un patriotismo codificado en claves de amor, para contrastarlo con el marco odioso de los colonialistas. “Fue que un pueblo en que el exceso de odio ha hecho más viva que en pueblo alguno la necesidad del amor, entiende y proclama que por el amor, sincero y continuo, han de resolverse, y si no, no se han de resolver,—los problemas que ha anudado el odio”.

Un amor que se expande en voluntades y en actos, que deviene en compromiso (“deshecho y rehecho”, “purgado y renovado”), como un “respeto periódico a una idea de que no se puede adjurar sin deshonor”. El patriotismo lo significó como una fe, un sacrificio y una bendición. “Es como imposición divina, o marca de un fuego superior a la justicia misma de los hombres, la conjunción de un hombre y su pueblo; y cuando, siquiera sea por cortos instantes, llega un hombre a servir a su país de palabra o de brazo, ya está a prueba de su misma maldad, y la patria agradecida no querrá ver en él el extravío con que se desluce, sino el servicio con que la honró”.

Pero vano sería ese “júbilo evangélico” y “vano sería este encendido amor del corazón cubano”, si no se conducía “con éxito a la formación de un pueblo”, si no se ordenaban, a tiempo, “los elementos indispensables para la victoria”. Los guerreros se han de palpar el corazón y reconocerlo sano, latiendo por nuevos sueños.

El patriotismo no es tan solo una herencia, un legado que alimenta el orgullo de pertenecer a un territorio (…). Es también un recurso movilizador de virtudes.

La “Patria es una como casa de familia” y “todos los cubanos son hermanos”. Por tanto, ir a la guerra era luchar por esa “casa propia”, “levantada con manos amigas”, y defender el honor de esa familia. El patriotismo brotaba de esa “conjunción de dolor” por no tenerla, y de “este perseverar en el sacrificio”, hasta conquistarla.

“¡Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce por nuestras entrañas, y se abre sola la caja de nuestros ahorros, y nos apretamos para hacer un puesto más en la mesa, y echa las alas el corazón enamorado para amparar al que nació en la misma tierra que nosotros, aunque el pecado lo trastorne, o la ignorancia lo extravíe, o la ira lo enfurezca, o lo ensangriente el crimen!”, exclama a finales de 1891, en su conocido discurso “Con todos y para el bien de todos”.

Para movilizarlos en pos de esa “casa propia”, El Delegadorecurre a metáforas tan simbólicas como: “corazón cubano” y “alma cubana”; resortes movilizativos, que activan lo afectivo. Con tales analogías, nociones más abstractas o de menor carga emotiva, como sociedad o pueblo, adquieren una connotación más empática, la unión no es de cuerpos, sino de espíritus.

Este vindicador y movilizador de esperanzas, “descubrió, de entre sus cenizas aparentes, el corazón cubano: reveló al pueblo de Cuba su unidad y su pujanza”. Imagen: Flora Fong / Tomada del Portal José Martí

El “corazón cubano” simboliza al núcleo común de la Patria, comunión de intereses y esperanzas. Con la expresión “alma cubana” le asigna a la nación significaciones del alma, su expansividad contagiosa o incendiaria. Inmaterialidad que comparte con el espíritu, condensado en el carácter personal o elevado hasta la categoría de virtud, cuyo impulso cambia, para bien, los comportamientos humanos.

Son parte de su discurso “ungido y angélico”, de sus estrofas de “límpida hermosura”, de sus “imágenes nuevas y felices” con las que esparce sus “ideas sagaces y esenciales”; como en “torrentes de aquella hermandad que no he de sufrir que nadie me le niegue a la ejemplar alma cubana”, para poner en fila, “como al alba”, a las “masas confusas”, para esa “arremetida última de los corazones” que prepara meticulosamente.

Con ellas, aviva la confianza; pues, como alerta en el Salón Jaeger´s de Nueva York, en 1894: “Un pueblo se amengua cuando no tiene confianza en sí: crece cuando un suceso honrado viene a demostrarle que aún tiene entero y limpio el corazón”. Y eso hizo este vindicador y movilizador de esperanzas, “descubrió, de entre sus cenizas aparentes, el corazón cubano: reveló al pueblo de Cuba su unidad y su pujanza”.

Por ello, así como “honrar héroes, los hace”, no podríamos ser patriotas sin activar al Héroe de Dos Ríos en nuestro orgullo cotidiano, con nuevas y amorosas arremetidas, por sus dulcísimos sueños.

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