Un perro amor

Carlos Gámez
8/5/2017

Hablar de mascotas no es solo tarea de Animal Planet. A veces, cuando se piensa en la compañía, fidelidad, amor sincero, vienen a la mente nuestros animales domésticos, esos con los que hablamos, con quienes nos confesamos, sin esperar penitencia.

Y es que cuando evocamos el pensamiento de compartir, no solo aparecen los amores, la familia y los amigos, sino, además, aquellos con los que nos sentimos ligados por alguna razón, aunque no recibamos verbalmente una respuesta de su lado.       

El grupo Teatro Callejero Andante, de Granma, se presentó en la IX Jornada de Teatro Callejero con dos propuestas. De ellas, El mejor amigo del hombre, dirigida por Soren Valente y Juan González Fiffe, se pudo ver en las inmediaciones del Parque de La Libertad. Varios niños y adolescentes estuvieron allí, escucharon la narración en voz de tres actores, al tiempo que cantaron tal y como nos tiene acostumbrados el colectivo en su cruzada por la defensa de ritmos nacionales.

Escena de El mejor amigo del hombre, por Teatro Callejero Andante
Escena de El mejor amigo del hombre, por Teatro Callejero Andante

Los días de la Jornada estuvieron marcados por la lluvia ininterrumpida que lastró varias de las puestas programadas. Fue así que la concepción de esta obra, pensada para la calle, tuvo lugar en uno de los portales que limita la plaza, después de haber buscado por un tiempo, con el público siguiendo a los personajes, un sitio donde armar la carpa.  

La puesta cuenta la historia del amor entre un perro/hombre-mujer y una mujer, acosada por el enamoramiento del “hombre joven, apuesto y alto”. La linealidad de la fábula pareciese cooperar en el camino de un teatro sencillo que se preocupa por descubrir emociones en el público, más que por exponer un virtuosismo dramatúrgico, aunque cada uno de los actores domina un instrumento musical y en la suma de todos podemos encontrar cierta competencia interpretativa.

Lo cierto es que, a veces, tenemos móviles para presentar ideas que luego detonen otros significantes. De ahí que uno de los directores, Juan González Fiffe, en una conversación luego de terminada la función, me decía: “La puesta tiene un gran compromiso con muchas problemáticas presentes en la sociedad cubana de hoy; sin embargo, utilizamos esa manera de representarla para que pareciese más sencilla de lo que realmente es”. Porque solemos tener un referente para los cuestionamientos profundos en su misma línea vocal, pero no siempre tiene que ser así. Se puede, también, hablar de muchas cosas desde una forma “teatral”.

La narratividad del espectáculo utiliza la evolución de una historia aristotélica para no confundir sus motivos. El pretexto del amor al perro no es tal, sino la representación de la humanidad que, genéricamente, es posicionada en esta suerte de escalón bajo. La sociedad contemporánea se ha convertido en un extracto de las posturas irracionales que asumen nuestras mascotas, por eso el empleo de un perro para evocar estos significantes. Sumado a estas lecturas, se encuentra la indefinición genérica del animal, que para el final es una muchacha que es recogida por la otra, hasta que son dibujados dentro de un corazón ambos rostros.

Puede el teatro en su origen pretender mencionar muchas historias concomitantes. Puede y debe posicionarse en medio de diálogos actuales y polémicos. Mas no siempre son las soluciones escénicas un camino fácil de recorrer, pues como los temas, las estéticas deben dinamitar su raíz hasta encontrar el mejor suelo donde crecer para mostrarse en todo su esplendor.      

El teatro de calle puede moverse en ámbitos opuestos, lejanos y subterfugios, en ocasiones, demasiado pactados. Así, para nadie es un secreto que el grupo de Fiffe resalta en la escena oriental, y por ello esperamos siempre lo mejor; ahora bien, este perro amor debe ser vacunado contra la rabia. Porque de las calles no siempre se escapa ileso.