¿Un síntoma?

Maikel José Rodríguez Calviño
23/3/2020

No había comentado nada sobre el tema, en especial porque no tenía las ideas claras y solo me dediqué a recopilar información con respecto al caso. Pero el hecho de que Luis Manuel Otero Alcántara pretenda, en la tarde del próximo miércoles y vía online, subastar la bandera que utilizó para su performance “Drapeau”, y luego donar el dinero al gobierno cubano para la lucha contra la propagación del coronavirus en nuestro país, es algo tan absurdo, ridículo y oportunista que no puedo hacer menos que expresar mi indignación.

Foto: Maisel López Valdés.
 

En días recientes sostuve una conversación con una amiga sobre el Caso Luis Manuel. Analizamos el fenómeno desde múltiples puntos de vista, contrastamos opiniones, debatimos los pros y los contras… Convenimos en que a él no se le presentaron cargos como artista, sino como ciudadano cubano. Que en mi opinión (subjetiva, personal; pero que intenta ser justa y estar informada), no cuenta entre los peores artistas de Cuba en este momento, pero tampoco entre los mejores, como se le ha querido ver. Que su obra ha evolucionado hacia un activismo político, fundamentado en la inmediatez y la oportunidad, que ha demeritado su calidad estética. Que (también en mi opinión) no ocupa un lugar significativo dentro de la amplia lista de artistas del performance que ya forman parte de la Historia del arte cubano. Que, en realidad, si es artista o no, y si lo que hace es o no arte, solo lo determinará el tiempo, el cual, parafraseando a Adolfo Colombres, ablanda lo duro y endurece lo blando: o sea, que pone las cosas en su lugar y les otorga su consistencia definitiva. ¿Chiquillo malcriado que quiere llamar la atención? ¿Enfánt terrible que juega con candela y encarna el sentir de una generación sin conciencia generacional? ¿Iluminado del arte cubano actual? El tiempo: él tendrá la última palabra. Quizás, de aquí a veinte años, nadie lo recuerde, o tal vez los estudiantes universitarios estudien su obra en la Facultad de Artes y Letras, como mismo hoy se estudia la obra de Antonia Eiriz, Raúl Martínez y Servando Cabrera.

Foto: Abel Rojas Barallobre.  Tomada del sitio web de Radio Rebelde
 

Convenimos que la serie fotográfica que tanta polémica ha despertado carece de la calidad estética mínima para ser considerada como tal. Que, con la bandera cubana, en el arte cubano se han hecho cosas peores, más o menos inteligentes, más o menos artísticas, más o menos efectivas. Los ejemplos sobran. Sin embargo, coincidimos en que, para valorar con justicia conceptos o aspectos tan subjetivos como la artisticidad y la efectividad de lo artístico aplicados al Caso Luis Manuel, se necesita de un análisis mucho más profundo y especializado que tenga en cuenta los conceptos de arte y de artista, y el papel que ellos juegan en el panorama cultural cubano del momento. Que, desde la institución y el sector privado, tenemos mucho por revisitar, por corregir, por replantearnos y reestructurar si realmente queremos que el proyecto cultural cubano se sostenga. Que ello es aplicable a nuestras estructuras de gobierno. Que nos gustaba pensar que, para denigrar a la bandera cubana, para ultrajarla (concepto, por demás, muy viciado), se necesitaba mucho más que lo hecho por Luis Manuel en su performance y su serie fotográfica. Que la historia, cubanía y belleza latentes en nuestra bandera, en realidad, no pueden ser eclipsadas con una acción cuya calidad artística es tan cuestionable como la de cualquier otra. Que nuestra bandera, en cuanto símbolo, trasciende eso y mucho más.
Convenimos en que el arte es libre para expresar y ser expresado, pero que eso no le otorga la facultad a nadie para quebrar la ley. Que nadie está por encima de ella, se dedique a lo que se dedique, haga lo que haga. Ni los artistas, ni los escritores, ni los funcionarios, ni los políticos. Que la mayoría de los criterios emitidos sobre el caso carecían de la imparcialidad y la despolitización suficientes para valorar los hechos con claridad. Que, de un lado, han convertido a Luis Manuel en un mártir y, del otro, en candidato a la hoguera, y que, entre tantas opiniones y polarizaciones, ha faltado el punto de vista jurídico, de gran peso, cuando no definitorio, pues muchas personas aún desconocen, con claridad, los cargos impuestos al artista, quien sabe perfectamente lo que quiere, cómo conseguirlo, y se lanza a por ello. Que su encarcelamiento fue una medida excesiva e innecesaria, pues en Cuba hay delincuentes mucho más experimentados que disfrutan de un plan pijama en sus casas. Que quienes lo defendían nunca toleraron una opinión opuesta o que intentara comprender los acontecimientos desde otros puntos de vista. Que su caso ha servido para desempolvar viejas interrogantes sobre el papel crítico del arte y del artista en nuestro contexto, el papel mediador y regulador de las instituciones y del Estado en el acto creativo, la importancia de dichas instituciones en la defensa de los gremios, la libertad de expresión y la libertad de creación: temas (entre otros) de antigua data que emergen una y otra vez, sobre todo porque no siempre son abordados lo suficiente y con la suficiente transparencia. Las heridas, para que acaben de cicatrizar, deben ser debidamente expuestas al aire. Aunque, repito, al artista no se le han presentado los cargos por ser creador, sino por haber quebrado una ley mientras creaba, lo cual es, en última instancia, un delito, incluso cuando dichos cargos puedan ser cuestionados, y que, en el caso de que se les hayan impuesto injustamente, el error caería en el campo de lo legal, de lo jurídico, y no de lo creativo y lo estético. Por consiguiente, afirmar que lo habían encarcelado por gestar su obra sería una verdad a medias, que solo reflejaba algunos aspectos de la problemática. Que crear sin respetar las leyes civiles es una forma de anarquía.

Foto: Abel Rojas Barallobre / Tomada del sitio web de Radio Rebelde
 

Mi amiga y yo también convenimos en que todos, con nuestros comentarios y opiniones, nuestros aplausos y desprecios, con la repercusión mediática que generamos, le estamos haciendo la obra a Luis Manuel, le estamos construyendo su carrera, lo estamos legitimando (aún más, eso depende del punto de vista de cada cual). No obstante, al final, él es, prescindible: la punta de lanza en una histórica lucha de intereses mucho más vieja y profunda, en la cual creador y producción simbólica serán, a la postre, otra ficha, otra jugada.

Ahora, en momentos de inquietud, angustia, preocupación, sufrimiento, dolor y enfermedad, tanto en Cuba como en el resto del mundo; en momentos de mayor incertidumbre económica y evidentes carencias cotidianas, justamente cuando más necesitamos del respeto y la solidaridad entre todos; en momentos en los que muchas personas se debaten entre la vida y la muerte, en que no sabemos, como nunca habíamos desconocido, qué sucederá mañana, Luis Manuel Otero Alcántara quiere subastar la bandera que utilizó para su obra (llamémosle así; no encuentro otro término más adecuado) y donar el monto al Consejo de Estado. El cinismo de la propuesta, el oportunismo y la falta de sentido común alcanzan aquí su máxima expresión. Cualquier oportunidad es buena para acaparar nuevamente una atención que las circunstancias actuales se han encargado de difuminar. Usualmente, acciones así garantizan, precisamente, una celebridad efímera. Basta que aparezca una noticia más impactante para que la opaque, máxime en las redes y en los medios de comunicación, donde se olvida tan fácil. El cinismo, aunque sea praxis antigua, está muy de moda y garantiza adeptos.

Y siento mucha vergüenza. Vergüenza propia y ajena. Vergüenza con que alguien identifique la acción como un ejemplo de arte cubano contemporáneo. Vergüenza por los que venden la idea de que la obra de Luis Manuel encarna el sentir de todos los cubanos, y de los que alegremente la compran. Vergüenza por los que irán a pujar. Y también siento pena, no por ver en la acción, en la venta, una obra de arte, una acción performática (repito: que lo sea o no necesitaría de un análisis muy cuidadoso e informado), sino por las personas que aplauden la propuesta. Que la apoyan. Que la comparten. Que la consideran útil y necesaria.
Alucinante. Absurdo. Triste. Preocupante.

¿Podremos interpretarlo como un síntoma de lo que Luis Manuel propone como artista y, por extensión, como persona y como cubano, así como de la calidad humana inherente a su obra? ¿O debemos interpretarlo como otro impulso crítico gestado al calor de las circunstancias? ¿Hay una postura crítica real tras el gesto, o solo una simulación de una postura: una pose? El arte, sabemos, es simulación, y también se puede simular que se es artista, sobre todo en los tiempos actuales, en los que no tenemos muy claro qué son, o pueden ser, ambas cosas, o que utilizamos un sinnúmero de conceptos relativos.

Foto tomada del blog Futuro cubano
 

Poco me importa que, tras publicar este texto, sea yo sometido a un linchamiento mediático como los que sufrieron algunos artistas y amigos por sostener una opinión contraria a la defendida por la “justicia”. Respeto las opiniones de cada cual e intento comprenderlas. Además, si alguien necesita ofender para hacer valer su opinión, poco valor habita en dichos criterios. Asimismo, Facebook no es un medio de prensa, sino un espacio para expresarse libremente. Eso me permite asegurar lo siguiente: mi bandera cubana, esa que admiro y defiendo todos los días desde mi trabajo cotidiano, con sus virtudes y defectos, no es una bandera que pueda convivir con el oportunismo y el cinismo, el absurdo y el escándalo político en aras de construir una carrera artística. Mi bandera, esa en la que yo creo, esa que flota en mi mente cada vez que pienso en ella, no comulga con la falta de sentido común y el irrespeto. Mi bandera, como objeto, puede comprarse y venderse, romperse y ensuciarse, mas, como símbolo, no se subasta, no se mercantiliza, no se vende, y mucho menos se denigra con tanta facilidad. Aunque luzca igual a las otras. A fin de cuentas, los símbolos son los mismos; lo que cambia son sus significados. Que cada quien les dé a los nuestros los usos que les dictan su espíritu, sus valores, su filosofía de vida, sus odios y simpatías, sus anhelos y resquemores. Sus egos, sus deudas, sus miedos y valentías. En todos los casos, serán ellos espejo y reflejo que exponen a quienes los usan, que los muestran por dentro. Que los revelan. Que los desnudan.

Pero, claro, esa que yo llevo conmigo, por la que yo apuesto, es mi bandera. Otros tienen las suyas y las enarbolan en función de lo que son y lo que quieren.

No conozco a Luis Manuel; no conozco a la mayoría de los críticos y colegas que lo defienden; no pretendo, con este post, resolver un caso que necesita de análisis mucho más ambiciosos; no pretendo arrojar más luz sobre él, inmolarme, polemizar ni “destacar”. Poco me conoce quien así lo crea. Para eso, tengo otros métodos.

Si alguien quiere aprovechar mis palabras para tergiversarlas o intentar maltratarme, que se abstenga. Poca atención merecen ambas cosas. Respeto esas otras banderas y aplaudo que las defiendan con tanta vehemencia, aunque no siempre concuerde con ellas y los significados que les otorgan. Allá cada cual con la que enarbola. Yo, particularmente, me quedo con la mía.

 

Tomado del perfil en Facebook del autor.