Hay acontecimientos culturales que —a veces a propósito y en otras ocasiones por azar— se reconectan entre sí. En eso pensaba mientras, hace muy poco, recorría la muestra colectiva Las once mil vírgenes y, días antes, disfrutaba de Antonia Eiriz: el desgarramiento de la sinceridad.

¿Qué vínculo pueden tener ambas exposiciones, si la primera se exhibe gracias al proyecto Corral Falso, de Guanabacoa, y la segunda se ubica en el edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes? Sencillo: el humilde soporte, la técnica del papier maché, que con tanta prolijidad y vehemencia cultivó —desde su natal Juanelo— Antonia Eiriz, una de las principales figuras del arte cubano del siglo XX.

Aunque en la expo de Bellas Artes no hay piezas representativas realizadas en ese soporte, porque curatorialmente se enfoca en su quehacer pictórico de los años sesenta, la Eiriz —como ningún otro creador de esta Isla—, dedicó gran parte de su tiempo a enseñar los secretos del papier maché.

Obra: Virgen de la esperanza, Alicia Leal. Fotos: De la autora

Ahora, convocados por el proyecto Corral Falso que encabeza el también artista visual Tomás Núñez (Johny), cincuenta y cuatro creadores han asumido el papier maché como soporte obligado para desatar su imaginación y su imaginería, y así nace Las once mil vírgenes, exposición interesantísima y de alto vuelo por varias razones. Primero, porque se gestó en el momento en que la pandemia en Cuba llegaba a los picos más altos y todos los artistas estaban necesariamente recluidos en sus casas, que devinieron talleres. Y ese diálogo estrecho no solo con el soporte, sino el significado y los significantes que tiene la virgen de la Caridad del Cobre, permitió que cada pieza se erigiera en una suerte de refugio espiritual, en una manera de reinterpretar la fe desde la figura icónica de La Patrona de Cuba.

Obra: Defendiendo mis sueños, José Omar Torres.

Otra singularidad de esta muestra es que incluye a consagrados del arte cubano —como los Premios Nacionales Alfredo Sosabravo, Lesbia Vent Dumois, Nelson Domínguez y Eduardo Roca Salazar (Choco)—, pero también a jóvenes creadores que comienzan a dar sus primeros (pero seguros) pasos en el mundo de la creación, como Miriannys Montes de Oca o Laura Sofía Torres, por solo citar dos.

Es realmente impresionante constatar cómo se desborda la creatividad de este medio centenar de artistas a partir de un mismo soporte, y cómo son capaces —desde sus particulares estéticas, lenguajes y modos de expresión— de recrear con color, texturas o adiciones un discurso que, teniendo un denominador común, puede llegar a ser tan plural, abarcador y, a la vez, coherente.

“Es realmente impresionante constatar cómo se desborda la creatividad de este medio centenar de artistas a partir de un mismo soporte, y cómo son capaces (…) de recrear con color, texturas o adiciones un discurso que, teniendo un denominador común, puede llegar a ser tan plural, abarcador y, a la vez, coherente”.

Es imposible en una breve reseña hacer un paneo de toda la muestra, pero hay piezas que merecen ser destacadas: Eduardo Abela (Virgen con Martí), nos recrea con ese humor que transpira en todo su quehacer; Alicia Leal (Virgen de la esperanza) con trazo leve obliga a mirar al mar; Lesbia Vent Dumois (Santísima virgen de Regla) entremezcla el rojo, blanco y azul —los colores de la bandera cubana— junto a un finísimo bordado que remarca y pone acentos en las manualidades tan características en su obra; Manuel López Oliva (Santa Sofística) no puede sustraerse de sus máscaras; Ernesto García Peña (Renacer), trasforma y transmuta su sistema de símbolos; José Omar Torres (Defendiendo mis sueños) coloca a la virgen sobre un bote y la ampara y abriga con la ciudad, uno de sus temas recurrentes; Nelson Domínguez (S/T) la cubre con su manto expresionista; Yuniell Pérez, Moti, (Virgen de lo efímero) recurre a lo más experimental y aporta la sensación enigmática que rodea a la tercera dimensión; Blas Nelson (Oh, Mamy Blue) utiliza la incrustación como delicado y sugerente recurso; Zaida del Río (Ruega por nosotros), desde el mismísimo título hace un pedido/invocación a la virgen; Alfredo Sosabravo (Virgen) apela a su lúdico rejuego de estrellas y pájaros; Andy Rivero (La virgen del sol) mantiene su tan suyo discurso abstraccionista, pero atenúa su explosiva paleta hacia los ocres; Ángel Ramírez (Patrona de la noche y la navegación precaria) expande el inmenso universo de la fe hacia una constelación, adicionándole ligeros y sugerentes aditamentos; Diana Balboa (Cecilia, patrona de la música), retoma sus magníficos ensamblajes y vuelve, otra vez, su mirada hacia la música, mientras que Luis Enrique Camejo (La Madre) ubica en un primer plano a un bravío mar y una rustica balsa, detrás la ciudad y en medio de esa composición coloca la ofrenda: un desgarrador drama pictórico…

Obra de Tomás Núñez (Johny).

Y así, navegando en medio de un verdadero y estremecedor mar de vírgenes, sentimos que el espíritu de Antonia Eiriz, la fuerza del paper maché y el talento de cincuenta y cuatro artistas contemporáneos cubanos, sobrevuelan del Juanelo a Bellas Artes, y de ahí al guanabacoense Corral Falso, proyecto comunitario asentado en auténticos valores culturales y dirigido por Tomás Núñez (Johny), un creador que, en paralelo a su obra, se ha convertido en un inquieto gestor cultural que dedica gran parte de su tiempo a fomentar proyectos que involucran a otros: iniciativa que hay que aplaudir con ardor en estos momentos complejos para la economía y, por supuesto, también para la cultura.

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