“Tendrás que echarte harina en la piel”, le comentó con dolor su compañera a la bailarina clásica, a aquella alumna desaprobada en el pase de nivel. Que el suspenso inicial haya sido revocado es una muestra de que el prejuicio racial se había impuesto a la ejecución artística. Nadie me contó el lamentable suceso, lo viví de cerca, y sé cuanta huella dejó en la artista en ciernes y en toda su familia.

“Todos ustedes los orientales son oscuritos”, me dijo aquella señora en cuya casa me quedé unas horas tras el largo viaje de Santiago de Cuba a Santa Clara. “No lo digo por mal ―acotó al ver mi reacción― es que ustedes… cogen mucho sol”.

“Cada episodio de racismo, velado o explícito, e incluso aquellos que parecen envueltos en presumibles ingenuidades, son profundamente lesivos a la dignidad humana”.

Fueron episodios que asaltaron mi memoria cuando las redes circularon el paseo de unas personas embutidas en el atuendo del Ku Klux Klan, por el parque Calixto García de Holguín, so pretexto de celebrar Halloween. No es la primera vez que algo así sucede, ya el pasado año en fecha similar circuló una imagen en La Habana de una persona vestida a la usanza de este grupo supremacista blanco estadounidense, de esta organización con tantos crímenes en su historial.

Cada episodio de racismo, velado o explícito, e incluso aquellos que parecen envueltos en presumibles ingenuidades, son profundamente lesivos a la dignidad humana.  El racismo nunca es ingenuo, porque tiene su basamento en la creencia de la superioridad de unos humanos sobre otros, y ya sabemos todo lo que ha provocado semejante pensamiento.

“El racismo nunca es ingenuo”.

La globalización es un proceso inevitable, no hay campanas asépticas en el mundo de hoy. Este universo donde vivimos es por antonomasia un mundo de la comunicación, de la hipercomunicación. Lo que sucede a miles de kilómetros entra a nuestros oídos, retinas y hasta análisis, como pan común. Tradiciones y modismos de otras culturas, de otras geografías, se asoman, se procesan, se van quedando.

La cultura cubana es una refundición perpetua. Sus mixturas y confluencias no han estado exentas de choques, como toda argamasa de pluralidades; mas esa convivencia de las diferencias ―que en otras partes se dirime violentamente― es  una síntesis asumida, una marca identitaria, un motivo de legítimo orgullo. El aplatanamiento de lo global en lo local es un sello cubano. Sin embargo, no hay que extraviarse: hay  que saber muy bien qué nuevos ingredientes agregar a nuestro ajiaco; cuáles vale la pena sumar.

Lo ocurrido ahora en Holguín va más allá del hecho puntual y asoma la punta de un iceberg, provoca preguntas en un doble ámbito.

¿Bajo qué circunstancias llegó Halloween a Cuba? ¿Ocurrió a través del audiovisual anglosajón, las redes sociales, las aulas universitarias, la enseñanza de la lengua inglesa, ciertas entidades estatales o espacios privados que auparon y defendieron la celebración mirando solo su filón comercial?  ¿Más dinero? ¿Menos país? ¿De qué aspectos de Halloween estamos hablando exactamente? ¿Conocemos esa celebración en verdad? ¿Una calabaza tallada en el ajiaco cubano? ¿Hasta dónde nos puede llevar el corta y pega acrítico en la asunción de patrones foráneos?

¿Acaso tales importaciones andan llenando vacíos educativos, culturales y existenciales que nuestra sociedad padece?

Siempre recuerdo cómo la santiaguera, santiaguerísima calle Enramadas ―la “novia de nuestra ciudad”, como dijera el compositor Pedro Gómez―, se llenó en tiempos navideños de muñecos de nieve inflables bajo su tórrido sol. ¿Acaso tales importaciones andan llenando vacíos educativos, culturales y existenciales que nuestra sociedad padece? ¿O acaso son inevitables préstamos, referencias, citas de la globalización? ¿Cuáles son, ahora mismo, los asideros simbólicos de nuestra juventud? ¿Qué diseños de diversión estamos suministrando a los jóvenes de acuerdo con sus intereses y posibilidades económicas? ¿Todavía es sostenible aquel mandato dual martiano de injertar el mundo en nuestras repúblicas, pero manteniendo su tronco raigal?

La doctora Alicia de la Caridad Martínez Tena, fundadora del Centro de Estudios Sociales Cubanos y Caribeños Doctor José Antonio Portuondo (CESCA) y uno de los pilares de la investigación social en la Universidad de Oriente, aporta razonamientos plenamente atendibles: 

Hay que pensar y actuar. Hay que debatir y consensuar. Las mixturas e hibridaciones de las que hoy somos partícipes nos hacen correr el riesgo de perder nuestro horizonte: la cubanía, tan magistralmente enseñada por Don Fernando Ortiz en su extraordinario ensayo “Los factores humanos de la cubanidad”. Saber sortear en la globalización los embates culturales foráneos desde la creatividad y la participación son hoy coordenadas imprescindibles en la labor de la gestión cultural. Las culturas locales siguen siendo el armazón de la vida cotidiana del cubano y hay que pulsar con inteligencia, conocimiento e innovación. Viva nuestra cultura, rica, musical, legendaria, inclusiva. 

Creatividad y participación, en efecto, son conceptos clave en la sociedad cubana de hoy, envuelta en muchas complejidades, en demasiadas carencias. Más allá de la hueca calabaza, hay interrogantes que desbordan el hecho que ha motivado estas líneas. ¿Cómo derivó la celebración del “Halloween tropical” en el uso del infamante atuendo del Ku Klux Klan? ¿Quiénes vaciaron de sentido la memoria?  ¿Cómo es posible desconocer  que un disfraz, que un atuendo ―cualquiera que sea―, carga sobre quien lo asume toda su simbología? ¿A quién le pareció jocoso y a quién exagerada la reacción que ha generado el suceso? ¿Quién puede quedar impasible?

“Las culturas locales siguen siendo el armazón de la vida cotidiana del cubano y hay que pulsar con inteligencia, conocimiento e innovación”.

A la Cuba que alzó sus riquezas materiales y espirituales desde la raíz indígena, el sudor y la sangre africanas, y el caudal ibérico  ―“la guerra no es contra el español, sino contra la codicia e incapacidad de España”, apuntaba Martí en el siglo XIX―, las ramas chinas, árabes, antillanas. A esa Cuba que el genio de Martí concibió como “fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”. A la Cuba que resistió ser Juana y Fernandina, porque su nombre aruaco ya la definía. A la Cuba abierta y segura de sí misma. A la Cuba cimarrona, plural, orgullosa de sus hijos auténticos, dondequiera que estén. Es a esa a la que podemos defender. Es a esa y en esa que nos abrazamos.   

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