Una cita con Sartori desde un rincón de Cuba

Mauricio Escuela
9/2/2021

Dice Sartori, filósofo y voz de la ciencia política moderna, que es muy difícil convertir la información en conocimiento, si existe una preponderancia de lo visible sobre lo inteligible. Ello nos lleva a un ver sin entender. Las alquimias de los procedimientos más posmodernos en torno a la construcción de los sentidos señalan hacia dichas fórmulas: lo oculto es determinante y lo que vemos ni siquiera remotamente tiene un rostro real, sino que utiliza, parodia, los márgenes legales y democráticos.

“Si se quiere hacer política real, nada mejor que el diálogo de tú a tú en torno a una mesa de temas”.
Ilustración: Ares. Tomada de perfil de Facebook del Ministerio de Cultura

 

Con lo anterior quiero decir que en esa posmodernización de la política hay una negatividad hacia la política, hacia los mecanismos de negocio, presión, consenso, que en la historia caracterizan los momentos claves de ese constructo humano. Adrede, se quiso que, a inicios de este siglo, abordemos la realidad desde una visión de la superficie, solo fijándonos en los márgenes y lo fenoménico. Lo acontecido frente al Ministerio de Cultura, secuela del 27N del 2020, tiene esa dimensión oculta, esa corriente subterránea que solo en ocasiones se hace manifiesta, pero jamás inteligible. En la post democracia, los mecanismos de quiebre de la política forman parte del proceso, se utiliza un sucedáneo que sustituye la fórmula real, para conducir precisamente a que la realidad no sea inteligible, clara, analítica, sino confusa, fundamentalista, fanática. A los artistas se les invitó a pasar al Ministerio y no quisieron, esa es la única e irrefutable verdad, hay hasta videos que lo demuestran. Y uno sigue preguntándose, por qué se negaron.

Si se quiere hacer política real, nada mejor que el diálogo de tú a tú en torno a una mesa de temas. Ahí se miden las fuerzas y no en constructos mediáticos, maleables, los cuales se padecen más allá del cumplimiento de un sentido informador. Hay insatisfacciones legítimas en torno a las instituciones culturales y la jerarquización del arte y del papel del creador. De eso nadie tiene duda. Se hacen necesarios un análisis y nuevas dinámicas en la cualificación de qué fórmulas están rigiendo los márgenes hacia abajo, en provincias, en materia de pensamiento y crítica legítimos. Lo digo con total experiencia y tras padecer no pocos hechos en los espacios donde me he movido y que no siempre son valederos de una jerarquización justa. Tratar con personas indolentes, malintencionadas, que posicionan prácticas exclusivistas y banales, que usan el poder transitorio como palabra cimera para condenar a este o salvar al otro nos hace desear cambios sustanciales en las instituciones. Pero constructivamente, dentro del plano de un consenso que va de hacer política real y en beneficio de corrientes públicas, de pensamientos cercanos al común del creador.

Conozco un pintor de alta valía que trabajaba en una Casa de la Cultura hasta altas horas, sostuvo espacios de intercambio atrevidos, tertulias, un movimiento en torno a su persona de sumo interés y aportaciones; dicho joven partió hacia su casita, en un campo aledaño, luego de que el nuevo director de la institución le prohibiera crear “fuera del horario de trabajo de 8 am a 5 pm”. La medida fue solo la punta del iceberg para frenar el ansia creadora del muchacho y a la vez generar una ola de deserciones postreras de casi todo el personal de valía. Pudiéramos decir que es un ejemplo, pero como me muevo en este campo (literalmente), conozco muchos. Remedios no posee prensa local desde 1970 y antes tuvo una intensísima que fue centro y foco de cultura desde 1852. Joel Pérez Soto, investigador y colega, fundó el boletín impreso El Remediano, de gran aceptación, donde solía colaborar todo tipo de gente. Todavía mi amigo, el director del fascículo, no se atreve a explicarme por qué de la noche a la mañana debió cerrar una publicación que solo abordaba la historia y la cultura locales.

No podemos tirar el sofá, y a veces nos lo tiran sin que podamos revertir el daño. Ello no quiere decir que quienes concurrieron a la secuela del 27N fueran todos como mis dos colegas. ¡Cuánto deseamos acá, en los constructos provincianos, ese privilegio del diálogo de alto nivel que a ellos les otorgaron! En los espacios accesorios de la cultura, los poblados, los municipios, no tenemos otra ambición que hacer una obra, saltar las incomprensiones y que brille lo que tenga que brillar. En cambio, la post democracia confrontacional en las cercanías del ministerio solo pudo confluir en altercados, porque colocar un celular en la cara es, para cualquiera, una agresión, más aún cuando se trata de un funcionario público. En estos tiempos, en los cuales hay de todo, desde la post verdad hasta el terrorismo real, se ha azuzado el fantasma de la desconfianza, de la división y la tendencia desmedida hacia el odio. Una vez, en unas parrandas, un contrincante me filmó sin consentimiento, con el objetivo de mostrar luego en las redes sociales qué reacción tuve cuando la carroza de mi barrio no salió. Fue un gesto inocente de su parte, ingenuo, aun así molesta, hiere, invade. No hay que acorralar, ni tirar encerronas a quienes con decencia nos invitan al diálogo en plano de iguales.

La cultura no es un remanso, hay que corregirla, la cultura no es de las instituciones ni de los gobernantes, hay que redistribuirla. Pero esas bases ya están en lo estatuido en Cuba, solo hay que materializarlas, consecuentemente, a través de los más flexibles mecanismos de entendimiento de la diferencia y de la diversidad creativa y libre. A veces se le habla a las instituciones como si fuesen la peste y no es así, nunca hubo tal fin, aunque la realidad en su variopinta existencia se deforme y sea obtusa y trunca. Construir no es el acto de tener algo hecho, sino el proceso constante e infinito de hacerlo.

En otra entrega a La Jiribilla abogué por un entendimiento desde el espíritu, donde fuéramos humildes en nuestras opiniones y firmes en las exigencias. No es malo que se nos oiga a todos, no se trata de eso, sino de preservar los espacios para seguir siendo escuchados, para llevar adelante la batalla cotidiana por la creatividad. En el Ministerio de Cultura no trabajan ogros, ni el linchamiento mediático, esa plaga que cunde en redes, constituye forma legítima de lucha por la causa que sea. El quiebre de la institucionalidad no favorece a nadie, ni soluciona los problemas de esas instituciones. Pensar otros espacios, legitimidades, discursos, encuentros, sí que deviene beneficio, culturalmente aportativo y defendible. Agrego que a eso debió dirigirse, sin más, toda petición en estas secuelas que hemos visto frente a las instalaciones gubernamentales.

Ni desde la satanización ni desde el quiebre ni a partir de la violencia simbólica ejercida en contra de adversarios ideológicos en las redes, se logran mayores libertades ni espacios diversos en cuanto al estilo y los contenidos del arte y la cultura. No hay que santificar a nadie ni considerarnos portadores de una luz absoluta, sino aceptar que solo en la sana variante del debate se avanza, si es que la voluntad es avanzar.

La post democracia es un fenómeno ligado a las redes sociales y su uso pretende el quiebre de lo real en una constante dinámica de poder y contrapoder. Pareciera que se crean redes arborescentes y discursivas a plena voluntad de una muchedumbre espontánea, pero funciona como un sistema sustitutivo del sistema vigente.

Negarse a aceptar un diálogo luego de haberlo pedido, acorralar hasta el hartazgo a personas desarmadas, sin guardaespaldas y en pleno azuzamiento del odio entre iguales; son métodos conducentes a quiebres lamentables y críticos en el plano de la construcción consensual. La tristeza de confrontarnos entre cubanos será siempre ese sentimiento que golpea mi pecho, cada vez que acontecen estos sucedáneos; pero hay que vivir en la realidad como proceso y no en la burbuja, en la construcción como lo inacabado y no como cosa detenida.

Hubiera querido dialogar con algunos colegas, artistas, escucharlos, darnos el beneficio de sentarnos a la misma mesa. Yo atravesé por episodios lamentables, pero no detesto ni criminalizo a los odiadores, ya que ellos no son este país, ni mucho menos la Revolución. Resulta lamentable que otras cosas pasan entre bambalinas y que, siendo invisibles, nadie hasta ahora las puede entender. Vuelvo a Sartori, lo que se muestra no explica lo que existe, sino que lo encumbre. Post democracia.