A Nicolasito, hermano, cómplice de estas líneas en su consagración a la obra de Papá Nicolás.

El próximo 10 de julio se cumplen 30 años de la creación de la fundación Nicolás Guillén, justo en el día del aniversario 119 del natalicio del poeta. La importancia de esta institución, no solo en la promoción y estudio de la significativa figura literaria que le da nombre, si no en la de otros autores cubanos y extranjeros —y eventos históricos y culturales— asociados a Guillén y a sus contemporáneos, como la Guerra Civil española o las luchas y debates por la integración racial y el reconocimiento del sincretismo en su “color cubano” de nuestra sociedad, han sido algunos ejes de su programa durante estos provechosos años de trabajo.

Y si de aniversarios se trata, y a tenor de esta crónica que reproducimos, que en muchos de sus tópicos tiene una increíble actualidad, este año se cumplen 80 de la memorable victoria de la novena venezolana sobre la cubana, en el muy recordado IV Campeonato Mundial de Beisbol Amateur de 1941, primera corona de los morochos en ese tipo de eventos. Ese triunfo contribuyó notablemente a impulsar el que ya era el deporte nacional en la patria de Bolívar, y los miembros de esa novena serían reconocidos por la afición y la prensa especializada de su país como los Héroes del 41.

Nicolás Guillén fue un fiel defensor del deporte y sobre él escribió poemas y crónicas. Foto: Tomada de Zenda

Los flamantes campeones tuvieron a su regreso un recibimiento apoteósico. En noviembre de 1941, Andrés Eloy Blanco —lectura de mis primeros años, el más popular de los poetas venezolanos y amigo entrañable de Guillén— pronunció, en el estadio nacional de El Paraíso, un encendido discurso, no exento de la visión social que identificó su obra, con el cual saludaba a nombre del pueblo al equipo venezolano que de forma inolvidable acababa de ganar unos días antes contra la favorita Cuba el Campeonato Mundial de Beisbol Amateur. Se trataba del célebre duelo en el estadio La Tropical entre Daniel Chino Canónico y el Guajiro Conrado Marrero. Para festejar:

[…] se bebió largo y tendido, como dijo el famoso escritor Guillermo Meneses en una de sus más celebradas obras. “Campeones” […]. Esa tarde afirmó el poeta Andrés Eloy Blanco, “[…] un grupo de los nuestros, y no de los que ha vivido mejor, sino de los que tienen que correr más detrás de un pan que de una pelota, impusieron su músculo y su mente en concurso con atletas internacionales”.[1]

Del pitcher Daniel Canónico, cuyo padre era profesor de música, se puede reconocer que más allá de las lides atléticas tuvo una faceta musical, un ejemplo más del reconocido vínculo entre las artes y el deporte. El destacado comentarista Cuco Conde, con el título “Canónico, pitcher estrella y músico de jazz”, escribió un reportaje para Bohemia. En la conversación que sostuvo con Canónico en el lobby del Hotel Los Ángeles, donde se alojaba la selección de Venezuela, el “pitcher de la calma desesperante” le confesó que le agradaba tocar el timbal y se encontraba muy entusiasmado con un grupito de jazz en el que estaba comenzando a tocar en Caracas.[2]

En cuanto a la crónica mencionada, en un nuevo registro de la papelería de Nicolás Guillén, a tenor de su bibliografía realizada por las hermanas Araceli y Josefina García Carranza, registramos un total de 738 asientos publicados durante cuarenta y dos años, en el período de 1929-1971, aparecidos en diferentes publicaciones periódicas de la época y no recogidos hasta el presente en libro. De ellos, 602 aparecieron en el periódico Noticias de Hoy, diario fundado en 1938, y donde empezara a colaborar desde sus primeros tiempos, y durante un cuarto de siglo, entre 1940 y 1965, cuando este dejó de salir para fusionarse con el recién fundado periódico Granma. 

“Las menciones al pasatiempo nacional en la poesía de Nicolás Guillén son conocidas, algunas muy citadas”.

Algunos de esos textos, aparecidos en Hoy y otros medios, desde el Diario de la Marina, en 1929; hasta Granma, en 1966; serían sobre temas alusivos al deporte, como los relativos al boxeo, “La Humildad, Kid Chocolate y el señor Lavié”, o “Joe Louis hacia el frente”; otros al ajedrez en homenaje renovado a Capablanca; y claro está, no podía faltar el beisbol. El que ahora compartimos, hasta donde sabemos solo fue reproducido en Hoy, en la edición del 25 de octubre de 1941, a solo unas horas de la peleada final de aquel campeonato mundial.

Las menciones al pasatiempo nacional en la poesía de Nicolás Guillén son conocidas, algunas muy citadas, como la antológica “Elegía por Martín Dihigo”, con aquellos versos perdurables dedicados a la muerte de su admirado ídolo: “Con la fuerte cabeza reclinada / En su guante de pitcher va Dihigo. / El rostro de ceniza (la muerte de los negros) / Y los ojos cerrados persiguiendo / Una blanca pelota, ya la última”.

Hay otras referencias realmente orgánicas del autor de Motivos de son sobre el deporte de las bolas y los strikes, inmersas en el sentido de cubanidad, mestizaje y luchas sociales que son claves en su obra y revelan su “educación sentimental”, marcada indistintamente por el genio poético nicaragüense y el ídolo deportivo de su infancia, el lanzador José de la Caridad Méndez, El Diamante Negro: “Niño jugué beisbol / Amé a Rubén Darío, es cierto / con sus violentas rosas / sobre todas las cosas / él fue mi rey, mi sol / pero allá en lo más alto de mi sueño / un sitio puro y verde guardé siempre / para Méndez, el pitcher, mi otro dueño”.[3]

En sus crónicas,[4] indistintamente, se encuentra presente su afición beisbolera. Como cuando especula sobre su dilema con respecto a tomar partido por el Habana o el Almendares, pues aunque simpatizaba con el segundo, algunos amigos le llamaban la atención acerca de su “elitista” afición, que no se correspondía con su vocación hacia los estratos más populares. En su evocación “Pelota”,[5] representa algunos tópicos que dialogan con el texto que más adelante damos a conocer: “A título de buen criollo (eso al menos creo yo) se gusta el beisbol, o dicho de modo más cubano, la pelota. Me gusta el dominó, aunque a veces me ahorco el doble‑nueve; me gusta el ron, sin que desdeñe por ello un vaso de ‘bon vino’, a la manera de Berceo (…)

“Sin embargo, por ahora no hablaré más que de pelota. Empezaré diciendo que en mi niñez camagüeyana fui almendarista y siempre mantuve esa militancia aun cuando supe, por boca de mi tío, ya en la capitaldel país, que el trapo azul era equivalente a aristocracia, y que la gente del pueblo simpatizaba en su mayor parte con el Habana.

Conrado Marrero y Daniel Canónico. Foto: Tomada de curiosidadesdelbeisbol.com

“Lo cierto es que tratárase de cualquiera de los dos ‘eternos rivales’, y del Fe, que con los alacranes y los leones formaban el campeonato ‘nacional’ (mucho más tarde vendría el Cienfuegos) todos eran clubs compuestos de jugadores cubanos, salvo cortísimas excepciones: Marsans, Almeida, Hungo, Violá, Romañach, Palmero, Luke (sic), Méndez, Joseíto Rodríguez, Cueto, Strike González, Acosta, Calvos… ¡Tantos y tantos! Yo los amaba, saltando por sobre las limitaciones partidarias, y en cada uno de ellos veía un motivo de orgullo nacional”.

El mencionado Joseíto Rodríguez, quien figura en el Salón de la Fama del Beisbol Cubano, es citado por Nicolás por “su magnífica dirección” en el equipo morocho. Lo cierto es que, aunque el pelotero habanero jugó y fue manager en la Liga Profesional Venezolana durante más de una década, el venezolano Manuel El Pollo Malpica —con el que el cubano coincidiera en la pelota de ese país— fue el verdadero director de esa novena campeona. Nacido en Valencia, Carabobo, se destacó como receptor y mentor, paralelo a sus estudios de medicina, profesión que desempañaría al retirarse. Al año siguiente del clamoroso triunfo, repitió al frente del team venezolano en el V Campeonato Mundial, pero Conrado Marrero se desquitaría contra su archi rival Canónico —por lo demás fuera del terreno un buen amigo—, y los criollos serían los nuevos campeones mundiales.

“Compartir estas líneas, publicadas hace ocho décadas, es como volver a vivir las emociones de nuestros abuelos, y una muestra más de la mano de Nicolás Guillén, de cómo la pelota forma parte de nuestra condición nacional”.

Algunos de sus ídolos son recordados en el texto que reproducimos, además de Joseíto, como José de la Caridad Méndez,El Diamante Negro, Bombín Pedroso, y El Jabuco Hidalgo. A Méndez lo recuerda como el “vencedor de los elefantes blancos de Connie Mack”, quien fuera legendario directivo de los Atléticos de Filadelfia, cuya mascota, nacida de lo que pretendió ser una burla del contrario, se convertiría de manera reivindicativa, de “una pandilla de elefantes blancos”, auno de los mejores equipos de la época.

La preocupación por la integración racial, la pasión por la pelota como representación de nuestra manera de ser, la gracia natural del juego, el conocimiento y respeto del aficionado, el deporte como espacio para la unificación regional, y otras constantes que se replican en sus acercamientos afines, lo podemos encontrar aquí de manera orgánica.

Compartir estas líneas, publicadas hace ocho décadas, es como volver a vivir las emociones de nuestros abuelos, y una muestra más de la mano de Nicolás Guillén, de cómo la pelota forma parte de nuestra condición nacional.

El Vedado, julio de 2021.

De pelota…[6]

Nicolás Guillén

Bueno, ya saben ustedes, mejor que yo, que “hablar de pelota” es, en Cuba, hacerse el disimulado, cambiar de conversación cuando hay algún importuno cerca, y sustituirla con la popularísima jerga de los tubeyes, tribeyes, jonrones y otras peripecias beisboleras.

A veces, se habla de pelota no porque tan desagradable contratiempo ocurra, sino porque ocurran otras cosas. Por ejemplo, en estos días, a causa del campeonato mundial… del Caribe, entre las novenas “amateurs” (tradúzcase manigüeras) de siete u ocho países americanos, nuestros muy queridos vecinos. Más que nada, a la verdad, por la reñida competencia entre el “Venezuela” y el “Cuba”, que llegaron al final del campeonato, acezando, con tamaña lengua afuera, y sin que pudiera decirse a quien correspondía la liebre.

Los compatriotas de Bolívar, discípulos de los compatriotas de Maceo en el deporte yanqui ¿eran mejores que los cubanos? O, por el contrario, ¿demostrarían estos al cabo, que no en balde dieran, hace treinta años, a un atleta como Méndez, vencedor de los elefantes blancos de Connie Mack? Allá iba a verse.

Los demás se queda en el teclado de la maquinilla, porque ustedes lo saben: triunfó el “Venezuela”. Su magnífica dirección —la de un cubano, por cierto, Joseíto Rodríguez— sirvió para meter en el refrigerador, a costa de nuestros paisanos, el jamón que va a alimentar a sus poseedores hasta el año próximo. Si ganó o no ganó el mejor club, eso no lo sabemos, ni se puede juzgar en dos juegos. Pero de todos modos hay que reconocer que la gente de Venezuela sabe lo que trae entre manos, y que tienen para sus momentos de apuros un hombre como Canónico, sin nervios, y unos “files” como jabas, donde no hay pelota que pueda coquetear con la cerca.

Sin embargo, dejemos esto, que es de la competencia de Don Celso, y vayamos de lo que cuelga del campeonato, a lo que fue quedando al margen de él, y que en cierto modo le sirve de marco. ¿Cosas del pueblo? Sí, claro; cosas de la gente que fue “a ver la pelota”, o que la estaba oyendo en Cuba igual que en Venezuela: con el corazón en los labios.

Lo primero: el fervor patriótico. A la mitad del juego decisivo, la radio de Caracas anuncia que todos los empleados petroleros han obtenido la bonificación de un día, para que puedan oír desde sus casas la transmisión del desafío, en el que se está jugando el prestigio nacional. ¿Broma? No; es serio. Parece que, por ahí, ganarles a los cubanos en beisbol es una hazaña épica, y que hay que festejarla como merece. No les falta razón.

Justo es sospechar, no obstante, que lo de los empleados y las vacaciones solo debe haber ocurrido en algunas regiones despobladas, rústicas, pues nadie va a admitir sin burla que se conceda tales franquicias en la capital del país, como si se tratara de una batalla entre dos ejércitos, de la cual estuviera pendiente la independencia nacional.

“Final: la serie fue, sobre todo (y especialmente en el último juego) una hermosa prueba de educación popular, que debe alegrarnos”.

Por su parte, los cubanos también hicieron funcionar su amor a la patria, aunque con emoción más contenida. ¿Apostar contra Cuba? De ninguna manera. Si alguien se atrevió a hacerlo, burlando en aras del vellocino de oro la sagrada devoción a la tierra que lo vio nacer, ¡qué riesgo inmenso no corrió, a qué grave peligro no se expuso, si no en su integridad física, por lo menos en el buen concepto ciudadano, que tanto hay que cuidar!

Por cierto, que vimos esto, en un juego entre “México” y “Cuba”: un “negrito” y un “blanquito” chillan, dando brincos, de pronto, se encaran muy serios:

A la primera ocasión, revisamos por curiosidad el club nacional. ¡Hombre, pues era verdad! No había más que un solo jugador “de color”, como dicen ciertas personas para no parecer vulgares. ¿Casualidad? Probablemente. Pero, de todos modos, no dejaba de ser una lástima, con tantos atletas de piel oscura descendientes genuinos de Bombín Pedroso, del Diamante Negro y de Jabuco, que hubieran dado mucho que hacer a nuestros visitantes. El año que viene será…

Final: la serie fue, sobre todo (y especialmente en el último juego) una hermosa prueba de educación popular, que debe alegrarnos. Por aquí, por nuestro charco del Caribe, no es muy frecuente todavía el hecho de que al final de un juego en que han perdido los “patriotas” locales, estos carguen en hombros, vitoreándolo, al “patriota” ganador. ¿Verdad, Canónico?


Notas:

[1]José Cheo González. Beisbol, petróleo y dependencia, Universidad de Zulia, Venezuela, 2007, p. 55.

[2]Javier González y Carlos Figueroa. Venezuela-Cuba. 80 años de rivalidad beisbolera 1934-2014, PDVSA, Caracas, Venezuela, 2015, p.76.

[3] Nicolás Guillén. Obra poética. Tomo II. Letras Cubanas, 2002, p. 12.

[4] Entre otras tiene una deliciosa sobre nuestros llamados “deportes de mesa”, “Dominó y ajedrez”. Prosa de prisa, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1976, tomo III, pp. 52-53.

[5] Nicolás Guillén. Cronista en tres épocas. Editora Política, La Habana, 1984, p. 80.

[6] Nicolás Guillén. De pelota… Motivo. (En: HOY. La Habana, oct. 25, 1941, p. 2)