Concebida desde una visión más interesada en problematizar una concepción contemporánea del ámbito simbólico-urbano de la Plaza de la Revolución de La Habana, se presenta “La Isla”(2002), foto del dueto Liudmila & Nelson (Liudmila Velasco y Nelson Ramírez de Arellano). Perteneciente a la serie Absolut Revolution, a nuestro entender, “La Isla”, a manera de un telón de boca que se descorre, abre el pasaje entre dramático y simbólico de la fotografía de asunto martiano del presente siglo. En su concepción, la sobreexposición de imágenes y la manipulación digital hacen lo suyo, como si de una nueva imagen-mundo se tratara. En realidad, lo es. La elección no solo responde a la cronología ―no siempre convincente, aunque en este caso sí lo es―, sino también al concepto sobre el que descansa esta propuesta visual, la que nos enfrenta a un nuevo período del tópico desde una inquietud existencial que tiene sus interrogantes en el pasado y sus respuestas en el futuro, en tanto promesa y asidero del presente. De hecho, la primera impresión es catastrófica y, acto seguido, en un acorde más íntimo que social, inquietantemente alentadora.

“Con que solo quede en pie lo más preciado de la identidad de un pueblo, siempre será posible recomenzar”.

La foto en cuestión presenta una vista panorámica de ese icono de Cuba y Latinoamérica que es la Plaza de la Revolución de La Habana, pero ¡bajo las aguas! (Aunque las penetraciones del mar son algo frecuentes en la capital de los cubanos durante el período de huracanes, en este caso, parece responder más a un nuevo período interglaciar y la consecuente subida del nivel del mar provocado por el cambio climático). Con excepción del Monumento a José Martí, el obelisco que lo corona y los penachos de las palmas reales que lo custodian, todo está bajo las aguas. Una lectura se impone: cuando todo o casi todo está a punto de perderse, con que solo quede en pie lo más preciado de la identidad de un pueblo, siempre será posible recomenzar. Tal y como el mundo renació del diluvio bíblico, todo pueblo puede renacer desde lo más auténtico de su memoria histórica. De ahí la convicción cuasi absoluta que anidó en los autores de esta foto, para quienes la otrora Plaza Cívica “no se transformó azarosamente en la Plaza de la Revolución José Martí”; muy por el contrario, “esta transformación selló simbólicamente la relación de continuidad entre el pensamiento revolucionario de Martí y la Revolución triunfante en 1959. Trabajar con la imagen de este monumento no es solo trabajar con la imagen del Apóstol, sino también con un símbolo de la Revolución misma”.[1]

“La primera impresión es catastrófica y, acto seguido, en un acorde más íntimo que social, inquietantemente alentadora”.

“La Isla”, en tanto título, es también metáfora mayor de una utopía cuasi constante en el decurso de la nación cubana. Nuestro querido planeta Tierra ―debería llamarse Mar―, es una isla más entre un número infinito de islas que pueblan los océanos del universo. Cuba es a su interior lo que la Tierra a su espacio exterior. Sin embargo, los cubanos no lo sentimos así. A la “isla” solo vamos cuando nos dirigimos a la Isla de la Juventud. Somos un archipiélago mestizado por civilizaciones de matriz cultural continental, desde la originaria de los arahuacos-taínos ―por cierto, minimizada su influencia por nuestra memoria histórica, para no hablar de omisión― hasta las últimas influencias llegadas del Norte durante el período republicano, pasando por las africanas, asiáticas y europeas, en particular, la española. En consecuencia, el diluvio que se nos presenta como anticipación, tránsito y continuo histórico de un tiempo heroico, no pudo ―ni podrá― sepultar del todo el excelso símbolo que este conjunto-monumento asunto de la foto representa para nuestro pueblo. En él se resume su noción mayor del mundo. De hecho, lo creemos su centro… Quizás, porque somos demasiado optimistas, solidarios y hasta autosuficientes, para creer que las aguas puedan despojarnos de nuestras aspiraciones de vida en un futuro. O quizás, porque la redondez de la Tierra, cuya verificación fuera causa primera de nuestra existencia para la Historia escrita, aún prevalece en el mal dormir de nuestros sueños. Sea como fuere, con que solo quede la Isla de la Plaza de la Revolución, la monumental presencia del Martí sedente de Sicre y las palmas reales que lo custodian, todo parece decirnos: confiemos, continuemos… Cuando las aguas vuelvan a tomar su nivel, allí estaremos. Los sobrevivientes tendrán la última palabra.


Notas:

[1] Liudmila & Nelson: Proyecto Absolut Revolution.

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