Una historia de amor… antediluviana

Rafael de Águila
11/10/2018

El sexo es la raíz, el erotismo es el tallo 
y el amor la flor
.
La llama doble”, Octavio Paz

Muchacha y muchacho se conocen. Quizá personalmente, quizá redes sociales mediante. Acuerdan verse. El día acordado salen a las calles, toman un auto —tal vez un bus—, se encuentran, sonríen, coquetean, hablan, comparten un café. Preámbulo todo ello de un ritual. Un ritual de apareamiento. Puede que ese mismo día, o puede que otro, busquen un sitio, un lugar ajeno a los ojos del mundo para estar solos, tener sexo. Lo anterior es historia cotidiana, historia ubicua y atemporal. Mutatis mutandis ha ocurrido, ocurre y ocurrirá allá, acá, no importa el sitio, el país, la época. Ha ocurrido siempre. Urbi et orbi.

Fotos: Internet
 

Desandamos años, no importa el medio, la tecnología: heraldo a caballo, paloma mensajera, aires de cuernos, señales de humo, ritmo de tambor, chasquis, servicios postales, telégrafo, teléfono, smartphone, Internet, correo electrónico, sms, facebook, chat. El modo ha variado: muchacha y muchacho, hombre y mujer —o simplemente dos, sin importar género—, vaya a saber por qué divinas e intrincadas causas, se han encontrado. Y eso ha ocurrido per saecula saeculorum, desde los albores mismos de la especie. Recientemente varios medios especializados acaban de hacer público un estudio según el cual una chica homo sapiens tuvo un encuentro, un affaire, un sex meeting, con un chico denisovano. Del mítico encuentro hoy nos separan 50 000 años. Ah, para mayor detalle, y en nuestro excelso español: tuvieron sexo.

Conocíamos del affaire entre neandertales y homo sapiens, rendez-vouz que nos legara algunos genes —se asegura se trata de un 3%, al menos en europeos y descendientes de europeos— de la primera especie. De semejante encuentro, ese ocurrido entre neandertales y homo sapiens, nos separa hoy la friolera de 100 000 años. Una despampanante chica neandertal, desde luego pelirroja —como se nos asegura solían ser los neandertales—, dejó una mañana su caverna para hallar en pleno bosque europeo a un bello mancebo homo sapiens. O viceversa. Ni la ciencia ni el sexo pueden excluir los “viceversas”. Lo que ocurriera después lo presumimos y lo callamos, por respeto. Ojalá chica neandertal y chico homo sapiens lo hayan disfrutado.

Los divinos escarceos se han dilucidado a partir de la tecnología de secuenciación de genomas y de las muy sofisticadas técnicas de análisis de ADN mitocondrial. No importó que chicas y chicos exhibieran rasgos diferentes, correspondientes a homínidos diferentes. No importaron los contrastes, las costumbres, los tamaños, el color de la piel. Como aun hoy no importan. Se conocieron y se unieron. No aludamos al amor. Ese gnomo alado y misterioso todavía no mediaba. Fue sexo, jadeo, magia, feromonas, gemidos, instinto, deseo, dos cuerpos confundidos, uno en el otro. Eso y suspiros, eso y orgasmos, vaya a saber si gritos, quizá hasta algo de simiesca e innata violencia, y después… relajación. Dos seres ahítos. Quién sabe si abrazo.

 

La historia no queda ahí, sin embargo. No. Hubo más. Cincuenta mil años después de ese romance, de que chica neandertal europea hallara a chico homo sapiens africano, o viceversa, otra chica neandertal —vaya con las neandertales, eran algo… inquietas— deambuló desde Europa un largo camino en dirección al este, ese sitio desde el que cada mañana llegaba sempiterno el Sol. Muy largo camino anduvo desde Europa a Siberia, concretamente hasta el macizo montañoso de Altái, cordillera de Asia Central que hoy ocupa territorios correspondientes a Rusia, China, Mongolia y Kazajstán, pero que en el Paleolítico Medio era, de manera sencilla y natural, territorio de todos. He ahí que el largo deambular colocó a la chica neandertal frente a un chico, un homínido, alguien como ella, pero de especie desconocida, una subespecie humana arcaica. De seguro se miraron chica y chico, inicialmente, tomaron algunas medidas preventivas de defensa —medió el recelo, ese fantasma, lo sabemos, media siempre, aún hoy lo hace—, pero luego asomó la confianza —esa también, por fortuna, aparece, todavía hoy para mayor fortuna sigue apareciendo. Intimaron sí, intimaron los chicos. Quizá uno brindó al otro abrigo, cobijo, alimento, protección. Puede intuirse que aquello demandó tiempo, nadie puede no pecar de ignorancia acerca de cómo se entendieron, qué circunstancias mediaron, qué condiciones favorecieron. Lo hoy firmemente establecido: chica y chico fueron a dar a una cueva. Una cueva ubicada en un pequeño valle. La cueva de Denisova. Así se le conoce hoy a ese sitio. He visto las fotos. Una gruta adosada a una rosácea pared rocosa. De ahí que a la rara especie de homínido hallada por la chica neandertal se le conozca hoy por el nombre de la cueva: denisovano.

Mas como entre cielo y tierra no hay algo oculto —al menos así reza el refrán—, he ahí que en el 2012 un grupo de arqueólogos rusos llegaron a descubrir en la susodicha cueva lo que ahora se tiene como prueba evidente e irrebatible de escarceo sexual.

 En la cueva de Denisova tuvo lugar el curioso hallazgo de la primera humana fruto del encuentro sexual
entre dos especies distintas: una neandertal y un denisovano

 

Los denisovanos vivieron en Asia entre el millón y los cuarenta mil años. No fueron numerosos. Eran absolutamente endogámicos, es decir, chica y chico, para unir cuerpos, gemir y asirse en el afán de confundirse en uno, infortunadamente por instantes muy breves, tenían que ser denisovanos y solo denisovanos. Sin embargo, las normas, bien lo sabemos los humanos de hoy, se violan. Existen para ser violadas. Todavía más si resultan normas que intenten la insania de separar cuerpos.

Sucedió que en la hoy famosa cueva de las montañas siberianas, aquella a la que un día se fueron chica neandertal y chico denisovano —tal vez tomados de las manos—  los arqueólogos rusos hallaron un muy pequeño fragmento óseo, de apenas dos centímetros. Se trasladó el fragmento de hueso al Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (MPI-EVA), ubicado en Leipzig, Alemania. Allí se le catalogó como Denisova 11. Y… ¡voilá! De acuerdo a la muy legendaria revista Nature se estableció que el fragmento óseo correspondía a una niña, una chica no mayor de 13 años. Una chiquilla que viviera en aquella morada hace ya hoy cincuenta mil años. Todos estuvieron de acuerdo en llamarla —cariñosamente— Denny. Pero en el Instituto Max Planck querían saber más. Querían saber quiénes fueron los padres de la chiquilla. Y otra vez voilá. Los estudios determinaron que asombrosamente la madre fue neandertal y el padre denisovano. Tal vez el chico y la chica que, recordemos, se habían encontrado antes, no solo unieron cuerpos, sino que también tuvieron descendencia.

En el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva saltaron de emoción porque era la primera ocasión en la que se hallaba prueba inequívoca e irrefutable de la hibridación, del rendez-vouz, del himeneo, del sex meeting entre estos dos grupos de homínidos, hoy seres extintos que por aquel lejano y atribulado entonces habitaron Eurasia.

Ah, pero en el Instituto Max Planck querían todavía más —los científicos, como los amantes, siempre quieren más— y se empeñaron en dilucidar si aquel episodio podía aceptarse como la primera ocasión en la que chicas neandertales y chicos denisovanos, o viceversa, se habían regocijado. Y no. La secuenciación de genomas denisovanos, provenientes del padre de Denny, la adolescente de 13 años, determinó que un 17 % correspondía a neandertales. O lo que es igual, el pesquisaje genético reveló que el denisovano tuvo, al menos, un ancestro neandertal. ¡Ya antes, quizá mucho antes, una chica neandertal se había hallado frente a chico denisovano. O, ya se sabe: viceversa. Se miraron. Intimaron. Quién sabe cómo vencieron prevenciones y recelos, y se fueron a una cueva. Un sitio oculto a los ojos del mundo. Quizá la misma cueva.

Denisovanos y neandertales, pese a endogamias, normas, lejanía entre Europa y Asia, Montes Urales de por medio; clima, reducida esperanza de vida y multitud de bestias peligrosas al acecho, ¡ya antes se habían hallado uno frente al otro y ya antes habían unido cuerpos! Las investigaciones revelaron que veinte mil años antes del encuentro de los maravillosos progenitores de Denny, un espécimen neandertal habitó la muy feromónica cueva de Denisova. ¡Vaya con esa cueva! ¡Magia santa la que tendría! Tal vez aún la conserve. De ahí que hoy, muy feromónicos, se empeñen en rondarla los turistas.

Según parece solo dos poblaciones humanas revelan hoy en sus genes ancestros denisovanos: los habitantes de Papua Nueva Guinea y los habitantes del este de Asia. Aporta la ciencia que el sacro rendez-vouz de ambas especies tuvo lugar poco después de la fecha en que el homo sapiens abandonara su natal África. Sin embargo, hasta hoy nadie puede señalar el sitio exacto en el que se dio aquel primer e inusitado encuentro. Si alguien llegara a establecerlo propongo develar allí una placa. Erigir un mausuleo.

 En Papúa, Nueva Guinea, hay pobladores cuyo ADN proviene en un 5% de ancestros denisovanos
 

Lo cierto es que el único lugar en el que se ha hallado evidencia del himeneo entre ambas especies resulta la cueva siberiana ya mencionada; allí, en el macizo montañoso de Altái, Siberia, hoy territorio ruso. Denisovanos y neandertales compartieron Eurasia hace cincuenta mil años; los neandertales al oeste, y al este los denisovanos. En ocasiones los neandertales migraron al este. Precisamente en alguna de esas migraciones, chica y chico coincidieron. Imposible hoy, pese a todos los artilugios tecnológicos, desentrañar todos los vericuetos y entresijos del encuentro. Nada sabremos del cortejo. Nada acerca de cómo se miraron, cómo se entendieron, cómo llegaron a vencer desconfianzas, cómo se acercaron, cómo se tocaron, quién evidenció más deseos. Seguramente no adoptaron en la cópula la posición del misionero, esa en la que dos seres se miran cara a cara, las bocas se encuentran y las pelvis se lanzan feroces una contra otra. Seguramente la chica se inclinó hacia delante, así al menos me asegura un amigo biólogo. Los científicos, sin embargo, están seguros hoy de que no resultaron encuentros aislados. Creen, por el contrario, que chicos y chicas de ambas especies se encontraron con alguna frecuencia.[1]

Nosotros, humanos del siglo XXI, que solemos conocernos redes sociales mediante, o abordarnos en las calles; que acordamos vernos, que tomamos un auto o un bus, que una vez frente a frente sonreímos, coqueteamos, hablamos, compartimos un café, nos contamos quiénes somos y qué hacemos; que sabemos todo eso parte de un conocido y muy repetitivo ritual; que quizá ese mismo día, vaya a saber si al siguiente o tal vez la semana próxima, de mutuo acuerdo buscamos un sitio, un lugar ajeno a los ojos del mundo para estar solos, abrazarnos, besarnos, tener sexo.  Nosotros, herederos en alguna medida de aquella inolvidable chica neandertal y de aquel fastuoso chico denisovano, llenos del aire mágico de aquella cueva, celebramos hoy aquel encuentro, y nos regocijamos en el pensamiento de que a chica neandertal y a chico denisovano les fue muy bien juntos. Que se defendieron de todos los peligros. Que cuidaron del otro en la enfermedad. Que cada noche tenían sexo mientras por la abertura de aquella cueva de Siberia serpenteaba el plateado reverberante de la luna. Al menos yo, quiero —iluso como soy— pensar todo eso. Precisamente ahora  que termino de teclear esta historia juro que la próxima vez que busque un sitio ajeno a los ojos del mundo, elevaré el pensamiento hacia aquellos dos, aquella mítica pareja de homínidos que cincuenta mil años antes se amaron en una lejana y seguramente muy fría cueva siberiana. Y yo, que no soy religioso, instintivamente, pensaré: ¡benditos sean! 

 

Notas:
 
[1] Svante Paabo, director del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (MPI-EVA), en Alemania. Quien recibiera el Premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica (2018), sostuvo: "Los neandertales y los denisovanos puede que no tuvieran muchas oportunidades de conocerse, pero cuando lo hicieron, se debieron aparear con frecuencia, mucho más de lo que pensábamos hasta ahora".