Una playa con son

Sigfredo Ariel
23/7/2018

Aunque desde finales de la década de 1910 algunos grupos soneros, como el de Boloña[1], eran solicitados para amenizar fiestas que organizaban muchachos “de sociedad”, el libertario no tener para cuándo acabar al que aludían los viejos cuando recordaban los tiempos de los sextetos, se conseguiría plenamente en la playa de Marianao, dondeel son que de Oriente trajeron y en Occidente le dieron transformación” —Arsenio Rodríguez dixit— afincó sus cuarteles generales en la zona conocida popularmente como La Frita o Las Fritas.

Hay evidencias de que desde antes de 1920 ya se hacía música callejera por los alrededores de la costa oeste habanera, donde se erigirían a lo largo de esa década los elegantes Havana Yacht Club, Havana Biltmore y Miramar Yatch Club, convenientemente separados de Las Fritas por parterres, setos y balaustradas. Solo había que cruzar la Quinta Avenida para experimentar el gran contraste.


Havana Yatch Club, hacia 1925. Fotos cortesía del autor

 

En la playa se podía cenar, bailar, buscar sexo, de todo como en botica. Pero la música cubana salía ganando en esta historia tan bulliciosa, ya que toda la música utilizada era la de los sextetos de son, [y] charangas danzoneras que actuaban en vivo. Se podía llegar por tranvía, ómnibus, automóvil alquilado o particular, según el estrato social. […] La abundancia de público en las noches de la Playa de Marianao consistía sobre todo en que gran parte de los turistas y noctámbulos que asistían a los cabarets Tropicana, Montmartre, Sans Souci y otros de primera categoría se mantenían desandando por La Playa hasta que llegara el día[2].      


Dibujo de Jaime Valls

 

Primero se levantaron provisionales tarimas de madera para que los músicos tocaran en torno a los puestos ambulantes de fritas (pequeñas hamburguesas de carne), que también expendían sándwiches, frituras y refrescos. Más tarde se abrieron locales con barras, unas cuantas mesas, y comenzaron a proliferar pequeños cabarés con techo de guano, siempre en la acera sur enfrentada al litoral. Alrededor pululaban cantadores solitarios, con una guitarra o un tres, a veces un dúo o un trío, con maracas o “palitos”, como llamaban entonces a las claves.

En una de sus Estampas de San Cristóbal, Jorge Mañach echaba con oscuro entusiasmo esta ojeada a los protagonistas de Las Fritas: “Son nuestros juglares tropicales: truhanes y melodiosos como los de antaño. Esta es una de sus ‘buscas’ confesables. Van de fiesta en fiesta, y a la vez que ‘se ayudan’ conservan los sones de la tierra. ¡Dios los bendiga!” [3].

Cuando los sextetos conquistaban academias y cabarés del centro de La Habana, el son seguía dando guerra en las inmediaciones playeras, donde se había desplazado diez años antes parte del “elemento” del barrio de San Isidro, desmantelado como zona de tolerancia en octubre de 1913 por orden presidencial. En ese año, precisamente, llegó la primera línea de tranvía hasta la playa de Marianao, que continuaría acogiendo emigraciones procedentes de otras barriadas non sanctas

En la calle 112 entre la Tercera y la Quinta avenidas se estableció La Finquita, uno de los más exclusivos prostíbulos de La Habana, y no pocas posadas rústicas y tumbaderos baratos se habían situado en lugares algo retirados de las vías principales hacia El Romerillo, uno de los barrios más pobres de la capital. Uno de los burdeles más grandes de la zona fue La Gran China. Yendo por Quinta en dirección oeste, tras un sinnúmero de kioscos, tarimas, carritos de venta, mostradores improvisados y minúsculos cabarés, se ubicaba el último antro, llamado El Quibú, en la margen izquierda de ese río.

Tras una larga noche de actuación en quién sabe cuál de los locales de La Playa —posiblemente en la academia-cabaret Pompilio—, Guillermo Castillo, director del grupo de sones más famoso de esos años, reclutó como cantante al muchacho de 20 años que les servía de chofer: nada menos que Abelardo Barroso. Sucedió el 17 de julio de 1925.


Sexteto Habanero. De izquierda a derecha: Oscar Sotolongo, Abelardo Barroso, Felipe Neri Cabrera,
Gerardo Martínez, Carlos Godínez y Guillermo Castillo

 

El 29 de octubre de ese año, en el primer disco grabado con sistema eléctrico del Sexteto Habanero, Maldita timidez, nacía para la fonografía el Gran Caruso cubano. Seis días después, en el roof garden del Hotel Sevilla Biltmore de la calle Prado, el grupo grabará el primer éxito de ventas que conocería el género: Loma de Belén, de Juana González. Al año siguiente el Habanero alcanzaría el primer premio en el concurso Champion Son con Tres lindas cubanas, de Guillermo Castillo.


Etiqueta del primer disco grabado por el Sexteto Habanero. (Colección Cristóbal Díaz Ayala)

 
Tracks
1. SEXTETO HABANERO Loma de Belén
2. SEXTETO HABANERO Maldita timidez
3. SEXTETO HABANERO Tres lindas cubanas
 
Notas:

[1] El tresero Alfredo El Jorobado Boloña Jiménez formó en 1915 un grupo de son llamado Agrupación Boloña, con Hortensia Valerón, vocalista; Manuel Menocal, tres; Manuel Corona, guitarra; Victoriano López, maracas, y Joaquín Velázquez, bongó. En 1923 formó su sexteto, que hizo grabaciones en Nueva York, tres años más tarde, con Abelardo Barroso.   
[2] Senén Suárez: “Las playas de Marianao: donde las noches se tornaban días”, http://www.cubarte.cult.cu/periodico/columnas/reflexiones-y-vivencias/las-playas-de-marianao-donde-las-noches-se-tornaban-dias/20/7648.html.
[3] Jorge Mañach: “El Son”, Estampas de San Cristóbal, Editorial Minerva, La Habana, 1926, p. 33.