Durante seis décadas “Palabras a los intelectuales” ha sido una lectura de iniciación para los más jóvenes y una zona de exploración constante, de búsqueda de nuevos significados para los que trabajamos en el campo de las ideas revolucionarias. El alcance de esta intervención de Fidel puede medirse por su peso en el destino de la política cultural de la Revolución Cubana, pero también, y es oportuno señalarlo ahora, por su capacidad probada para derrotar la manipulación de bajo tono, la simplificación, el dogmatismo y algún que otro utilitarismo de oficina con el que ha tenido que cruzarse. Al mismo tiempo, ha sido un recurso de inestimable valor para la práctica política socialista, específicamente para la franja de ella que no olvida que nuestro deber primero sigue siendo ganar el concurso de todos los ciudadanos honestos, es decir, la mayoría del pueblo, y entiende que para ello debe sortear el riesgo de envejecer o caer en el monólogo.

“El alcance de esta intervención de Fidel puede medirse por su peso en el destino de la política cultural de la Revolución Cubana”. Foto: Liborio Noval/ Tomada de Granma

Pertenezco a una generación que recibió “Palabras a los intelectuales” en volúmenes elaborados, con ediciones perfectas, que capturaban la energía que alcanza a dejar el papel. Un acercamiento desigual al de los protagonistas de las tres célebres reuniones en la Biblioteca Nacional. Sin embargo, por sus implicaciones para el movimiento cultural cubano, ni ellos ni nosotros hemos podido ignorarlas. Dice Lisandro Otero, en uno de los textos que recoge el libro que presentamos, que “abrieron las puertas a la imaginación”. Quiero añadir que también se abrió con ellas una puerta indispensable a la participación.

Esa tarde la Revolución presentó sus credenciales de proceso permanente de entusiasmo y desgarramiento. Reclamó la radicalización profunda de la actividad creadora y se esforzó por superar los marcos reformistas que pesaban sobre las categorías de la cultura, haciéndolos estallar por crecimiento.  La discusión trenzó la actividad de los escritores y artistas con los problemas sociales contemporáneos y la convocatoria a instalarse en el núcleo mismo de la nueva conciencia, para confrontar desde ella permanentemente la realidad en transformación.

Fidel planteó a los hombres y mujeres del frente cultural temas muy provocadores. Los estimuló a trabajar para sus contemporáneos, a encontrar un lenguaje para la transición, a superar la vieja cultura de capilla con sus efectos demoledores en el plano de la unidad, a construir un modo de relacionarse con el ecosistema institucional, y a crear, teniendo como centro el desarrollo social. Se arriesgó a tomar en las manos de forma global el problema de la cultura, por tanto, no tuvo otra alternativa que obligarse a la reflexión sobre el papel y los deberes del intelectual, los mecanismos de intercambio político de la Revolución con los creadores y el sentido colectivo de la crítica.

Las tensiones entre el mundo de las ideas, la individualidad de los artistas y las demandas que el poder revolucionario ejerce sobre las dos primeras estallan a solo unos días de Girón. La operación Mangosta está en curso, así como la operación Peter Pan. Sin embargo, también está en curso la lucha por hacer nacional y laica la enseñanza; los alfabetizadores se encuentran en toda la geografía nacional, y está en desintegración, pero vivo y acechante, el poderoso sistema de medios que el neocolonialismo usó para concertar la hegemonía. Es decir, es una situación poco ventajosa en la que la defensa del país es el elemento principal.

Un texto absolutamente vigente se ubica como un tabique entre dos épocas”.

Si estudiamos cuidadosamente las áreas del discurso, podríamos concluir que en su mayoría siguen siendo desafíos latentes en lo más profundo del bloque cultural cubano. En todas se ha avanzado muchísimo, pero el cambio de paradigma de nuestra época, la supervivencia de prácticas erróneas, los timonazos ideológicos, y los objetivos socioculturales que plantea la profundización del socialismo nacional, consiguen que las interrogantes y las argumentaciones de Fidel sigan teniendo una extraordinaria vigencia. Parafraseo a Ambrosio Fornet, “Palabras…” sigue siendo un texto absolutamente vigente mientras la tarea siga estando inconclusa.   

La complejidad del pensamiento revolucionario, la Revolución como fuente inagotable de libertades y el poder real y efectivo del pueblo fueron las tesis cardinales de la intervención de Fidel:

Si a los revolucionarios nos preguntaran qué es lo que más nos importa, nosotros diremos: el pueblo y siempre diremos el pueblo. El pueblo en su sentido real, es decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el olvido más cruel. (…) El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo es ese: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellas; para nosotros será noble, será bello y será útil, todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellas.

Se trata de un “deslinde” doble. Por un lado, los intelectuales, y por el otro, el poder sacudiéndose la interpretación ornamental de la cultura, los prejuicios hacia el trabajo intelectual, la tentación por las teorías lúcidas que no toman en cuenta la realidad concreta, el populismo, el estímulo de gobernar con los de arriba, para así aprender a gestionar en la práctica las diferencias ante un abanico de tendencias que va desde el dogmatismo hasta la ingenuidad de corte suicida.

Hay que seguir subrayando que las exigencias que hace Fidel allí son las de la gran revolución que está sucediendo en Cuba. El aspecto creativo es que esas mismas exigencias son las movilizadoras del nuevo consenso, de una práctica política suficientemente inclusiva, preocupada por ganar para sí a todos, que intenta ser un foco de gravitación ideológica.  El único límite, lo incorregiblemente reaccionario. Seguimos, por tanto, con mucho terreno para trabajar, y ahora más que nunca debemos aprovecharlo en el establecimiento de alianzas y concertaciones que vuelven a hacerse necesarias.

Estrechamente vinculado a la capacidad de impugnación de los intelectuales y a su responsabilidad con el juicio crítico, Fidel ubica el problema de la honestidad de los intelectuales. Es un llamamiento muy hondo que interpreta el eclecticismo del campo cultural cubano, lo respalda, y construye un puente entre esa eticidad y nuestra función en el conjunto de las relaciones sociales. Forma parte del contenido del “dentro” que hay que reconstruir con mayor urgencia en medio de los contrastes extraordinarios y la disputa de sentidos que vivimos.

“Con paciencia de bibliotecario y la agudeza de un serio investigador, Elier Ramírez interviene el universo de significaciones que tenemos sobre este discurso”. Foto: Tomada de Granma

Para ello debe prevalecer el intercambio de ideas por encima de cualquier episodio traumático. Vencer, porque en ello descansa un capítulo esencial de esa ética que reclama la Revolución para sí y para los demás; la tendencia de sustituir la lucha ideológica por el ataque o la defensa de conductas personales, que siempre ha resultado muy costosa para las posiciones revolucionarias. Por necesidad tenemos que ser amables, sobre todo con nosotros mismos. Como la complejidad y la coherencia, la amabilidad es un alimento principal para proyectos políticos como el cubano. 

Un texto absolutamente vigente se ubica como un tabique entre dos épocas. Con paciencia de bibliotecario y la agudeza de un serio investigador, Elier Ramírez interviene el universo de significaciones que tenemos sobre este discurso que cumple ahora sesenta años. Tal vez el objetivo más logrado sea no pretender explicar la intervención de Fidel, por el contrario, la obra amplía aún más el mural de consideraciones sobre “Palabras a los intelectuales”a partir de los juicios y valoraciones de prestigiosos intelectuales que advierten otras zonas de conflictos, ofrecen soluciones desde sus campos diversos de actuación y complejizan la agenda de la política cultural y, por qué no, de la política revolucionaria en su conjunto. Un contrapunteo entre sentidos diversos que concluye con una batería de jóvenes que tengo la suerte de conocer y admirar, los cuales dejan sobre el tablero otros problemas como la rutina, la falta de liderazgo y la simplificación del trabajo cultural. 

“La obra amplía aún más el mural de consideraciones sobre ‘Palabras a los intelectuales’a partir de los juicios y valoraciones de prestigiosos intelectuales”. Foto: Tomada del blog Dialogar, dialogar, de la Asociación Hermanos Saíz

Mi trabajo intelectual se desarrolla en el campo de la docencia y la investigación; cada curso escolar escucho junto a mis alumnos en la Universidad de las Artes (ISA) el audio rescatado con la voz de Fidel. Como tradición dedicamos una sesión a este ejercicio que se complementa con una parte significativa de las intervenciones de los asistentes y con la lectura de otros textos fundadores de la política cultural, pero lo que es más importante, con sus ansiedades, sus vacíos y sus expectativas. No es siempre un momento feliz, pero ayuda a vencer la selectividad de la memoria y a educar en algo más que en el oficio de francotirador cultural.

Este libro puede ayudar mucho a ese esfuerzo, sobre todo si logra convertirse en motivo de provocación para encuentros sistemáticos en universidades y centros de investigación, que enriquezcan las nociones sobre el conjunto de políticas culturales del Estado, tejan relaciones con sectores como la educación, la ciencia y la comunicación, y ayuden a movilizar la inteligencia colectiva para resolver las dificultades que nos aquejan, que nos son pocas ni sencillas.

Para finalizar, la reunión sostenida en junio de 1961 dejó para nosotros una pregunta, o mejor, dos interrogantes fundamentales sobre la mesa: ¿Cuál cultura acompañará la trasformación de esta sociedad? ¿Ella misma es la protagonista del proceso o es un resultante de otros condicionamientos?

Algo debemos tener claro: los procesos culturales son capaces de comprometerse con la felicidad individual y colectiva; reconstruyen de forma permanente nuestras ideas sobre el modelo de bienestar; refuerzan la vocación ecuménica, unitaria y conciliadora de las bases de la Revolución; nos preparan para entender lo diferente y lo distinto como una oportunidad, y no como un obstáculo; facilitan la emergencia de prácticas políticas más creativas; oxigenan los discursos institucionales públicos; transforman el rango de operaciones de las instituciones; logran colocarnos más allá del espacio de las alternativas para facilitar nuestra capacidad de experimentación; fortalecen la virtud del pueblo y sus deseos de soñar, sus posibilidades de ir siempre más allá de lo que permite la reproducción esperable de la vida material. De lo contrario, corremos el riesgo de no profundizar el socialismo, de no metabolizar  positivamente los cambios que ya tienen lugar en el subsuelo o de trabajar más en el campo de las regresiones que en el de las soluciones del futuro.

“Los procesos culturales son capaces de comprometerse con la felicidad individual y colectiva”.

Son planteamientos muy gruesos, pero hay que aprender a trabajar con ellos. Del éxito de nuestras actuales tareas de la cultura dependerán los juicios de la posteridad. Nos ha tocado ser los jueces de aquellas décadas pasadas. Mañana, lo deja claro Fidel, serán las generaciones futuras las encargadas de decir la última palabra. No tenemos certeza de que serán indulgentes.