Una visita del Arcángel de la Muerte

Maikel José Rodríguez Calviño
4/4/2019

Es una señora gruesa, entrada en años, que muy bien pudiera llamarse Verónica, Martirio, Dolores, Soledad; o tal vez Esperanza, Blanca, Hortensia, María… El nombre, en realidad, no importa. Le faltan varios dientes; sus regordetas manos caen inertes a los costados del sillón. Sus piernas hinchadas y cubiertas de venas azules, gruesas como raíces de árbol viejo, quedan bajo el mueble de la máquina de coser.

Antonia-Eiriz, La Anunciación. Fotos: Cortesía del autor
 

De pronto, algo (un destello, un susurro, una frase que llega de muy lejos) le hace apartar los ojos de la aguja y acapara su atención. El tiempo parece detenerse, hay como una claridad invisible, y un brazo esquelético se adelanta, hiere el aire gris, se aproxima en silencio. La cadavérica faz va tomando cuerpo frente a sus ojos aterrorizados. Luego, el cuerpo sin piel ni músculos, el costillar expuesto, las piernas desnutridas, y detrás, el par de alas que despiden ráfagas de aire putrefacto.

Sobre el ancho cráneo puede verse una especie de corona.

Es un Gran Señor.

Es un Rey.

Es el Emperador del Sueño Eterno.

La impávida mujer contempla el espanto. Por alguna razón, esa criatura nocturna, ese heraldo sin nombre, ese terrible mensajero de lo imposible entró en la pequeña habitación donde ella suele coser y se le acerca con intenciones de decirle algo. ¿Qué palabras brotarán de sus mandíbulas descarnadas, qué frases aguardarán escritas en sus cuencas vacías; qué tendrá él que comunicar, qué ha venido a anunciarle? El fin, de seguro. No puede ser otra cosa. ¿Justo ahora, que el primer nietecito acaba de nacer, y ella estaba juntando trozos de tela para confeccionarle un pañal? ¿Justo ahora, que su esposo recién consiguió un nuevo puesto de trabajo y comenzarán a pagarle cinco pesos más?

Parece que, de tanto desear la Muerte, finalmente llegó. ¿De qué será? ¿De hambre, de miseria, de horror? ¿Soledad, tristeza, vacío? ¿Un infarto, acaso? Da igual; lo cierto es que está aquí y se acerca, lenta, inexorable, aterradora. Es una Muerte fabricada de palabras que matan, de verbos con el poder de destruirlo todo, de abotagar la carne y deshacer los tendones, de licuar la piel y desnudar los huesos.

El Mensajero despliega una mano. O mejor dicho: las falanges que componen un dedo de esa mano. Verónica, Martirio, Dolores, Soledad; o tal vez Esperanza, Blanca, Hortensia, María (el nombre, sabemos, no importa) cree desfallecer. Su corazón está a punto de estallar; los labios se contraen en un grito mudo, en una mueca de angustia y dolor. Tiene la garganta seca; las piernas paralizadas; los dedos entumecidos. Ella sabe que, apenas ese renegrido hueso le roce el pecho, su corazón se detendrá, sus agotados pulmones dejarán de respirar, el costillar se le cubrirá de escarcha…

Horripilante escena, ¿no crees? Pues se trata de La Anunciación, una de las pinturas más importantes de la historia del arte cubano. Su autora fue la también escultora, grabadora, profesora y artesana Antonia Eiriz, cuyas infatigables manos produjeron otras obras no menos célebres, entre ellas la escultura El vendedor de periódicos (1964), los ensamblajes que ese mismo año realizó en honor a diferentes personalidades de la cultura cubana, y las pinturas Ni muertos (1962), El dueño de los caballitos (1965), Cristo saliendo del Juanelo (1966) y La muerte en pelota (1966). Entre los principales reconocimientos que recibió cuentan Primer premio en el Segundo Concurso Latinoamericano de Grabado, convocado por Casa de las Américas (1963), la Distinción por la Cultura Nacional (1981), la Medalla Alejo Carpentier (1983) y una beca otorgada por la Fundación Guggenheim de Nueva York, EE. UU. (1994).

Antonia-Eiriz, Ni Muertos (Tríptico), 1962.
 

Los cuadros de Antonia se distinguen por el empleo de colores ocres, sienas y sepias, y el trabajo con figuras expresivas, grotescas, monstruosas en ocasiones, que producen rechazo, asombro, temor… Muchos de los rostros pintados por ella están desfigurados o reducidos a un puñado de pinceladas rápidas, agresivas o borrosas. Durante toda su carrera, esta magnífica artista abordó un patrón de belleza diferente, que se apartaba de la forma en que los creadores más académicos o realistas entendían ese concepto. Sus esculturas, óleos sobre telas y grabados estuvieron muy influenciados por el expresionismo abstracto, movimiento pictórico de origen estadounidense que surgió en la década de los 40 y agrupó a artistas tan importantes como Willem de Kooning, Jackson Pollock, Mark Rothko y Franz Kline.

De las pinturas realizadas por Antonia que se conservan actualmente, ninguna es tan importante como La Anunciación. Siempre que voy al Edificio de Arte Cubano del Museo Nacional de Bellas Artes, suelo detenerme ante ella. Es un cuadro enigmático, que llega a asustarte un poco si lo contemplas detalladamente por algunos minutos. Una vez estoy frente a él, siempre me asalta la misma interrogante: ¿cómo se llama el Arcángel que aparece en la pintura?

Antonia Eiriz, El Dueño de los-Caballitos, 1965.
 

No es una pregunta tan descabellada como parece. La tradición católica incluye entre sus santos a tres arcángeles o jefes de ángeles cuyos nombres aparecen mencionados en la Biblia. Ellos son san Rafael, san Gabriel y san Miguel, los cuales simbolizan, respectivamente, la Medicina, la Palabra y la Justicia de Dios. Fue precisamente san Gabriel el Arcángel que se presentó ante la joven hebrea Maryam para anunciarle la concepción de Jesús. Este encuentro, representado innumerables veces por cientos de artistas a lo largo de la historia, se conoce como La Anunciación, y en él se inspiró Antonia Eiriz para realizar su famoso cuadro.

Solo que, en esta ocasión, el Arcángel escogido por la pintora no anuncia precisamente una buena noticia. Sus palabras no traen alegrías ni parabienes. Todo lo contrario: proclaman algo desagradable. ¿Y qué puede ser más desagradable que la muerte? Entonces, no se trata de Gabriel, sino de otro jefe angelical. ¿Será, tal vez, un psicopompo, al igual que el san Miguel Arcángel? ¿Será, acaso, Azrael, el Arcángel de la Muerte, según creen los judíos y los musulmanes?

¿Cómo salir de dudas? ¿Te atreves a preguntarle? Pero debes hacerlo rápido, pues una vez emita su terribles palabras, el mensajero ya habrá desaparecido. Anda: apúrate y acércate al cuadro. Siente ese olor a flores secas que desprende la corona, símbolo de jerarquía y de realeza; percibe la gélida corriente de aire que producen sus alas mustias, casi transparentes; y susúrrale con voz queda, sin mirar a sus cuencas vacías: “Poderoso Azrael, ¿en realidad eres tú?”.

 

Notas:
 
[1]Fragmento de El Libro de lo Extraordinario. Viñetas sobre arte cubano para lectores curiosos, de Maikel José Rodríguez Calviño, en proceso editorial por Artecubano Ediciones.