Se aprieta a los pequeños lentes. La energía se le adivina por encima del atuendo sacerdotal, que le cuelga más del espíritu que de la anatomía. El rostro adusto, marcado por un fragor íntimo y sostenido, por la trágica estrella de los precursores: intuyen el camino, lo presagian; pero no tendrán vida para tocar lo que el destino les adelanta.

En la robustez de la piedra, bajo las arcadas, cerca del litoral, en lo que fuera Seminario Conciliar de San Carlos y San Ambrosio, busca el apostolado aquel que llegó más lejos que ninguno en la reforma de la enseñanza de su época. Razón lleva el historiador Eduardo Torres Cuevas al afirmar que “sus primeros pasos se encaminaron a la liberación del pensamiento, de las ataduras escolásticas y de la dependencia de los sistemas foráneos. En la medida en que se abría paso la emancipación del pensamiento fue fundamentando la emancipación política”.

Félix José Francisco María de la Concepción Varela y Morales (1788-1853), fue el primero que señaló el camino inequívoco de la independencia cubana de la metrópoli española. Desde el periódico El Habanero ―editado primero en Filadelfia y luego en Nueva York, prohibido incluso de circular en Cuba por Real Cédula del monarca Fernando VII― escribe su célebre artículo “Tranquilidad de la Isla de Cuba”.

Varela “fue el primero que señaló el camino inequívoco de la independencia cubana de la metrópoli española”.

No nos sustraemos a remarcar algunos fragmentos. Parece increíble que haya sido forjado en la segunda década de la centuria decimonónica, cuando su profundidad aún nos interroga; cuando su ardor nos toca:

(…) no es el menor sacrificio que puedo hacer por ella, el hablar cuando otros callan, unos por temor, y otros porque creen que el silencio puede, sino curar los males, por lo menos, disimularlos y quieren recrearse con la apariencia de un bienestar de que ellos mismos no aciertan a persuadirse (…).

Todo pacto social no es más que la renuncia de una parte de la libertad individual para sacar mayores ventajas de la protección del cuerpo social, y el gobierno es un medio de conseguirlas. Ningún gobierno tiene derechos. Los tiene sí el pueblo, para variarlo cuando él se convierta en medio de ruina, en vez de serlo de prosperidad (…) el pecado político casi universal en aquella Isla, ha sido el de la indiferencia: todos han creído que con pensar en sus intereses y familia han hecho cuanto deben. (…).

Aun los más obstinados en la adhesión a España, creo que si no han perdido el sentido común confesarán que una gran parte de la población (para mí es casi toda) está por su independencia (…) Compatriotas: salvad una patria cuya suerte está en vuestras manos.

¿Cuántas veces ardería el padre Varela, solo, cubanísimo, como una vela en la oscuridad? ¿De dónde sacó un hombre de semejante nobleza, la fuerza para enfrentarse al gobierno empecinado y déspota que consumía su suelo natal, aún desde la lejanía? ¿Cómo abrió caminos al credo católico en una nación de mayoría protestante? ¿Cómo soportó las cuchilladas del frío, del exilio, del olvido?

“¿Cuántas veces ardería el padre Varela, solo, cubanísimo, como una vela en la oscuridad?”.

Son preguntas que uno no podrá dejar de hacerse al adentrarse en una existencia como aquella, a la cual se honra hoy de muy diversas maneras: sus restos descansan en el Aula Magna de la Universidad de La Habana y la máxima distinción de la cultura cubana, con suma justeza, lleva su nombre.

Félix Varela llega a Estados Unidos en el estertor de 1823. No es un paseo, no es casualidad: ha llegado huyendo de las tinieblas, de la represión, de la amenaza de muerte. Nunca más podrá regresar a su patria. El exilio será su camino desde entonces, hasta en eso parece haberse adelantado a cubanos de generaciones venideras. Seleccionado desde la Cuba de entonces como diputado a Cortes en la metrópoli española, bajo la pretensión de restablecer la Constitución de Cádiz ―efímera en su existencia, pero de larga influencia en todo el mundo iberoamericano―, la vuelta al poder absoluto de Fernando VII coartó el esfuerzo liberal, y significó un violento parteaguas en su vida.

El doctor Giraldo Setién Álvarez, autor de El Padre Varela, Constitucionalista.

Justo aquí, en este período, se detiene el autor de este libro, el doctor Giraldo Setién Álvarez. Es un apasionado de la obra vareliana, y en consecuencia, nos adentra en ella. Lo que en otros estudios ha sido apenas episódico, sabe él convertirlo en médula. Poco a poco, de entre legajos y memorias, con la justa valoración de cada paso, asoma el Varela constitucionalista.

Primero, el autor nos aproximará, con no poco tino, al contexto socioeconómico de su época, a ese entrecruzamiento entre Europa ―con España en el centro, naturalmente― y el Nuevo Mundo; a esa tempestad de corrientes que envuelven a Cuba: reformismo, anexionismo, autonomismo, separatismo; al nacimiento de la conciencia de la diferencia entre los que están del lado de acá del Atlántico. Y en ese entramado, se detiene en el nacimiento de aquel niño, hijo de español y cubana, huérfano a temprana edad, que ha de viajar a San Agustín de Florida ―entonces territorio español― a completar sus estudios con sus protectores.

Es el obispo Espada quien lo ordena sacerdote, quien lo impulsa a tomar la cátedra de Constitución y a aceptar la propuesta como diputado a las Cortes Españolas. Emociona la confianza de aquel hombre en Varela. En estas páginas son recordados sus intercambios, bordados con la exquisitez de la inteligencia y el espíritu de las almas preclaras. Setién Álvarez justiprecia su esfuerzo en aquella fundacional Cátedra de Constitución en la capital de la Mayor de las Antillas:

Indudablemente la labor de Varela en todo ese escenario tuvo dos notas distintivas fundamentales: el despertar de la conciencia y de las inquietudes políticas entre el sector estudioso y más joven de La Habana, y la brillante metodología y concepción del plan de estudios que se propuso para lograr sus objetivos. En ningún momento se limitó a explicar los artículos de la Constitución, sino que ayudaba a sus discípulos a razonar el sentido de ellos y manifestaba cada vez su propia concepción al respecto (…)

El 28 de abril de 1821, Félix Varela se embarca en la nave Purísima Concepción rumbo a España. Debió haber echado una última mirada a lo que le resultaba familiar y amado en La Habana, sin saber que será su última visión de tierra cubana. Ahora la experiencia acumulada en su cátedra, y sobre todo, su recia preparación para ejercerla, se probaría en el nuevo escenario. Se necesitaban alianzas y razones, al lado de una exposición limpia, y naturalmente, sumo respeto a lo planteado por otros diputados. Varela reúne todas las condiciones. 

Entramos a las sesiones de las Cortes. El texto toma ahora un cariz cuasi detectivesco, marcando el rastro de las intervenciones, acercándonos a los matices de aquella gesta jurídica. El corpus central nos introduce en los contextos, en las esencias. Así, vamos de la coletilla del monarca en Madrid al traslado de las sesiones a Sevilla y a Cádiz, donde ocurrirá su disolución, su caída ante las tropas francesas:

Quizás lo más doloroso para el diputado cubano haya sido no haber presentado su proyecto de abolición de la esclavitud, pues era el fin último, luego de haber aprobado el Proyecto de Gobierno Autonómico y saber que el Seminario de San Carlos era universidad; pero el destino le depararía ahora otras sorpresas, le encomendaría diferentes acciones, ahora todo se tornaba incertidumbre, expectación y esperanza en la vida de Varela, pues ya su cargo de diputado había concluido junto con las cortes. La derrota no era solo para Varela, sino para todos los constitucionalistas, que tanto se habían esforzado por mantener el régimen constitucional.

En medio de la adversidad, el padre Félix Varela no se rinde. Nunca aprendió a hacerlo. Serán treinta años en Estados Unidos, treinta años de ausencia, y sin embargo, treinta años intensos. La última parte de este libro da fe de ello, en letras y espíritu. Los seis números del periódico El Habanero son escrutados, artículo por artículo. Resultaba impensable, quizás, para muchos ―apunta el investigador― que “en la primera mitad del siglo XIX se hiciera tal campaña política, se creara un movimiento tal en torno a una publicación de un hombre ilustrado que sólo deseaba la libertad de su patria (…)”.

Varela, asombra.

Varela, reta.

El lector tendrá a su disposición a Varela por Varela mismo, al incluirse documentos de primera magnitud en la línea legislativa (textos raros y valiosos) que constituyen parte irrenunciable de la obra de este patriota cubano y patrimonio del Derecho en Cuba. Díganse, Las Observaciones sobre la Constitución Política de la Monarquía española y su Proyecto de Gobierno Autonómico para las Provincias de Ultramar.

Este libro constituye un aporte al estudio del pensamiento vareliano, en tanto revela en su exégesis, puntos nodales de su ideario poco abordados. Lo redescubre. Redimensiona una personalidad histórica, marcada por una labor polifacética y estoica de inacabable magnitud.

“Este libro constituye un aporte al estudio del pensamiento vareliano, en tanto revela en su exégesis, puntos nodales de su ideario poco abordados”.

Las Constituciones son una síntesis de las aspiraciones de una nación en un determinado período de tiempo, si bien su validación definitiva, al fin y al cabo, sólo la otorga la práctica de las instituciones llamadas a encarnarla.

El doctor Giraldo Setién Álvarez, autor de El Padre Varela, Constitucionalista, no se decanta por la arqueología de la memoria, sino que apuesta a una búsqueda por reinsertar y sistematizar el pensamiento constitucional del padre Varela en los estudios del Derecho Constitucional y en la cultura cubana. Al fin y al cabo, para quienes saben ver, la historia nunca es tan lejana, constituye siempre un adelanto del futuro.