Veinte años del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge

Eduardo Heras León
26/12/2017

Queridos amigos, exalumnos, compañeros:

Durante varios días he pensado detenidamente qué decirles hoy, sin que mis palabras parecieran un discurso. Hay fechas que no caben en discursos, y el 20 aniversario del Centro Onelio, de este proyecto, sin duda, el más trascendental de mi vida, es una de esas fechas.

Si quisiéramos calificarla tendríamos, tal vez, que acudir a un diccionario para encontrar la palabra precisa, el sustantivo exacto, el adjetivo perfecto — ¿aventura, sueño y realidad palpable, memoria viva, esfuerzo sostenido, confianza en el futuro?— Pero tampoco es hoy día para el elogio o la autocomplacencia. ¿Qué hacer entonces con esta fecha, que nunca vamos a olvidar, porque la presencia de ustedes en nuestras aulas, durante estos años, la han hecho inolvidable? Ese ha sido mi caballo de batalla durante estos días de intensa meditación, sabiendo que no podría evadir este compromiso de decir unas palabras en esta verdadera fiesta de la literatura, que ha sido posible por la generosidad del Ministerio de Cultura.
 

Centro de Formación Literaria Onelio Jorge
El Centro desarrolla a los jóvenes narradores y los ayuda a formarlos como escritores. Foto: Internet
 

Decidí entonces, imitando a Hemingway, escribir la primera oración que surgiera en mi mente, y dejarme llevar por los vericuetos de la memoria, tratando de encontrar algunos momentos trascendentales que de ninguna manera pudiéramos olvidar. Y me senté a escribir.

Y fue como una luz repentina que iluminó mis recuerdos y de repente comprendí que podía evocar tres momentos esenciales sin los cuales no hubiéramos existido, no hubiéramos escrito la página que posiblemente hayamos escrito en la historia literaria de la nación. Descubrí que esos momentos acompañaban la imagen y el quehacer del mismo hombre, y entonces las palabras comenzaron a fluir alimentadas por su ejemplo y por su nombre, un nombre cuya sola mención constituye un homenaje perpetuo a su memoria.

MOMENTO PRIMERO

Todo comenzó de esta manera:

Es un día de octubre de 1999 y el Consejo Nacional de la UNEAC sesiona en el Ministerio de Comercio Exterior. Me piden que hable de la experiencia novedosa de un Taller literario, que se nombra Onelio Jorge Cardoso, en homenaje al Cuentero Mayor y que acaba de culminar su primer año de existencia, luego de impartir un inédito curso de técnicas narrativas, cuyo objetivo era coadyuvar al desarrollo teórico-práctico de los jóvenes narradores, estimular una nueva dimensión de la lectura, en una palabra, ayudar a formarlos como escritores.

La experiencia había resultado —si atendíamos a los criterios expresados por los alumnos—, todo un éxito. Y yo comentaba entusiasmado algunos pormenores de este curso que resultaba casi un experimento y que se alimentaba con la experiencia del Centro Mexicano de Escritores en la década de los años 50. Y en eso llegó Fidel. Y preguntó que se hacía en ese momento, y preguntó como siempre, todo y cuando le dijeron que se hablaba del primer curso de un taller literario de nuevo tipo, se sentó y siguió preguntando y cuando le leí el testimonio de una alumna (que hoy nos acompaña en esta fiesta), María Elvira Fernández: “Yo me desprendía del stres como de un ropaje y llegaba a las clases como si fuera a un templo, a una sauna de conocimientos, a una cura del alma y del espíritu”, su rostro se iluminó y siguió preguntando, y establecimos  uno de esos diálogos –casi de media hora que resultó como siempre sucedía con él una experiencia inolvidable. No repuesto todavía de la emoción, unos minutos después alguien se me acercó, me dio su mano y me dijo: “Qué hermoso diálogo”. Era Armando Hart.  

MOMENTO SEGUNDO

A principios de agosto de 2000, me comunicaron que debía estar permanentemente localizable y el 9, recibí una llamada en la pizzería donde me encontraba. Me recogerían en 15 minutos para una entrevista con el Comandante. Después de pasar por mi casa, recoger los planes de lección que habíamos preparado con Francisco López Sacha y Amir Valle, fuimos al Palacio de la Revolución, y luego de esperar unos minutos me pasaron a un salón con una enorme mesa rectangular, con Fidel al centro y numerosos dirigentes y funcionarios. Y aquí se estableció nuestro segundo diálogo. Él quería que yo impartiera un curso de técnicas narrativas para la televisión, similar al que le había explicado en nuestro primer diálogo y me preguntó qué había preparado. Yo le enseñé los planes de lección y le dije que no íbamos a fabricar escritores con ese pequeño curso, pero sí les enseñaríamos una nueva dimensión de la lectura, que aprenderían a leer la obra literaria desde dentro, desde el laboratorio creador del escritor. Y eso le gustó.

Después de un largo diálogo de casi tres horas, un poco nervioso por el aluvión de responsabilidad que el Comandante echaba sobre mis hombros, le dije que por qué no comenzábamos por un nivel más bajo, por la clasificación de los géneros, por los conceptos primarios. Y mirándome fijamente, me respondió: “No, empezamos contigo”. Era el comienzo del más grande proyecto cultural-popular de esos años: Universidad para Todos. Y el Centro Onelio, y su director, como protagonistas.

MOMENTO TERCERO

Seguimos preparando la competencia, como nos reprochaba fraternalmente el gran novelista Lisandro Otero. Y el Centro Onelio se mantuvo en el centro mismo de la gran batalla de las ideas que caracterizó la década de los años 90 y los primeros años del siglo XXI. Vino la enfermedad del Comandante. Y precisamente en la última reunión que tuvo Fidel con los intelectuales durante una Feria del Libro, donde se mantuvo intercambiando con nosotros, y alimentándonos con su inagotable sabiduría y entusiasmo, terminado aquel fructífero diálogo, y a punto de levantarse, Abel se percató de mi presencia, y me hizo una señal, para que me acercara. Cuando llegué donde estaba el Comandante, Abel le dijo: “Comandante, mire a quién le traigo aquí”.

Y entonces ocurrió uno de esos momentos mágicos que la presencia de Fidel era capaz de hacer surgir de la nada, una simple frase que para mí en esos momentos valía por el más cálido, íntimo, inapreciable tesoro. Y comprendí en ese momento que la labor de estos años se justificaba plenamente, cuando Fidel me dijo con su misma voz de siempre: “¿Cómo anda el Centro?”

En estos tres momentos imborrables está contenida la historia de estos 20 años: que es, entre otras cosas, el homenaje del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, al primer año de su desaparición física.

Queridos amigos, exalumnos, compañeros:

A 20 años de la existencia del Centro Onelio, aquí estamos. Muchos de ustedes se han convertido en escritores, editores, asesores literarios, entusiastas promotores de la mejor literatura, o simplemente mejores lectores. A todos, de alguna u otra forma, el Centro Onelio les cambió la vida. Pero también gracias a ustedes, a su obra, a su amor por la literatura, el Centro ocupa un lugar de privilegio entre los mil jóvenes narradores cubanos que han pasado por sus aulas, y entre las nuevas hornadas de escritores jóvenes que hoy dan sus primeros pasos en el oficio más solitario del mundo.

Ahora pasan por mi mente, todos los que de una u otra forma valoraron nuestro esfuerzo y ayudaron con sus iniciativas e imaginación creadora: los profesores Raúl y Sergio que durante varios años nos han acompañado con profesional eficacia en la labor docente; la señora Yolanda Galeano, generosa creadora del Premio César Galeano para alumnos del Centro, en homenaje a su esposo; Margarita Mateo, Enrique Pérez Díaz, Senel Paz, permanentes colaboradores del Centro, entre tantos otros que han mantenido un estrecho contacto con nuestros cursos, o los que en algún momento nos ayudaron porque comprendieron la importancia de nuestra labor, Waldo Leyva, Carlos Martí, Omar González. O sencillamente han facilitado el muchas veces difícil camino que hemos recorrido en estos 20 años: Lucía Sardiñas, Fernando Rojas y más recientemente Kenelma Carvajal, o han seguido muy de cerca cada uno de nuestros pasos con ejemplar preocupación, brindándonos amistad y ayuda fraterna en la solución de cada problema, como Abel Prieto.

A todos ustedes, que han compartido con nosotros la alegría de esos primeros pasos, gracias. Gracias a los entusiastas fundadores, iniciadores, los que regalaron sus esfuerzos para hacer realidad este sueño que hoy arriba a su vigésimo aniversario, al entusiasmo inextinguible de Francisco López Sacha, a la perpetua alegría de Ivonne Galeano, y tal vez a mi amor por la docencia.

Nos hemos convertido en una verdadera familia. Porque eso somos: la familia de escritores del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso,

Gracias.

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