Veinte que son (también) treinta

Ricardo Riverón Rojas
13/2/2020

No me perdonaría hablar de los primeros veinte años del Sistema de Ediciones Territoriales (SET) sin referirme a los diez que le precedieron. Quizás porque fui partícipe de los acontecimientos que dieron origen al nacimiento, entre 1990 y 1991, de la casi totalidad de los sellos editoriales que hoy funcionan al amparo de los centros provinciales del libro y la literatura es que me autoimpongo la referencia.

El Sistema de Ediciones Territoriales ha incorporado nuevos y cambiantes retos al entorno cultural cubano.
Foto: Tomada de Granma

 

En 1990, al calor de la nueva estructura que dio vida a los centros y consejos, para ampliar con ello la óptica de las diez instituciones culturales básicas provenientes de los 70, iniciaron su vida algunos de esos sellos. Ya desde antes existían Ediciones Matanzas, Ediciones Vigía, la editorial Oriente, Ediciones Extramuros y Ediciones Holguín. El Instituto Cubano del Libro (ICL), desde la nueva dirección de literatura, incluyó entre sus líneas de orientación metodológica a las provincias —además de la promoción, la investigación y la información— el aprovechamiento de los espacios editoriales existentes, o la creación de otros nuevos, para articular una plataforma de atención a la masa de creadores y a la demanda de lectores, que a lo largo del país iban creciendo.

Lideré el grupo que en septiembre de 1990 fundó la editorial Capiro. En 1991, tempranamente, todas las demás provincias dieron señales; unas más aventajadas, otras menos, y así tuvimos noticias también de los primeros títulos de Ediciones Loynaz, Ediciones La Puerta de Papel, Ediciones Mecenas, Ediciones Luminaria, Ediciones Ávila, la editorial Ácana, la editorial Sanlope, Ediciones Bayamo, Ediciones Santiago, la editorial El Mar y la Montaña y Ediciones El Abra. Hasta donde sé, la inmensa mayoría de ellas continúa su gestión con esos nombres.

La insuficiencia de las instituciones editoriales, con sede en La Habana, para cubrir todas las demandas de esos núcleos fue el caldo de cultivo en que se coció, a fuego lento, la idea expansiva. Me parece justo consignar que la labor de los talleres literarios —iniciada en el segundo lustro de los sesenta— ofició como catalizador para la formación de movimientos coherentes en los territorios del interior de Cuba. En ellos se localiza el primer embrión de lo que después se estableció, con plena legitimidad, como un corpus autoral atendible a lo largo de toda la isla.

Desde el punto de vista conceptual, en los proyectos nacientes no solo operaba el criterio de crear oportunidades de publicación para beneficio exclusivo de los autores, sino que las pautas fundacionales llevaban implícito un componente de naturaleza sociocultural. En ese sentido, una de las estrategias más preciadas era la intervención en un entorno de demanda cierta, fomentada por una oralidad que en los ochenta alcanzó su momento de mayor y mejor intensidad. Menciono de pasada que, en aquellos espacios de intercambio, ante un público que los sentía como novedad, tuvo su principal plataforma de validación la activa y renovadora promoción poética de los 80.

En el presente año se conmemoran los veinte años de una reformulación que, en el año 2000, comenzó a operar por iniciativa de Fidel. Recordemos que es un proceso al que primero nombraron “masificación” para pasar a denominarlo, casi enseguida y hasta la actualidad, Sistema de Ediciones Territoriales. Fue aquel, en mi opinión un momento de replanteo y redimensionamiento —aunque, como programa emanado de las instituciones no lo considero fundacional, pese a que, para algunas editoriales, que solo existían de nombre, sí se pudiera considerar de esa manera—.

Entre las cualidades que se incorporaron al panorama existente identifico:

  1. Incremento notable de la cantidad de títulos a procesar. Lo anterior se deriva de la disponibilidad de una tecnología de impresión que —si bien no entregaba un producto terminado a tono con la norma de calidad que ya había conquistado el libro cubano— permitió visibilizar a un número mayor de autores y procesos. En el caso de la editorial Capiro —bajo mi dirección entonces— pasó de un promedio de 8 títulos anuales a 28. Si en los primeros 10 años llegamos a 85 títulos, en los siguientes 4 —solo cuento hasta mi retiro del proyecto— procesamos otros 107.
  2. Aseguramiento logístico para la producción. Si en 1990 dependíamos de los sobrantes de la industria poligráfica y los periódicos provinciales, con el arribo de la Riso y el equipamiento complementario los insumos contaron, durante un buen número de años, con una garantía estable.
  3. El surgimiento de una escuela editorial en las provincias. No solo se expandieron los libros y autores sino también los diversos oficios vinculados con la edición. La creación de una maestría de edición en la Universidad Central de Las Villas fue un acto de superación de gran impacto en su momento. Hoy hacen vida, en varias provincias, editores, correctores y diseñadores de tanta competitividad como los que operan en las llamadas editoriales nacionales.
  4. Los catálogos editoriales de los sellos provinciales se diversificaron, tanto en autores, como en temas.
  5. Se incrementó, en torno al desarrollo de esos sellos, una plataforma de promoción centrada sobre todo en su presencia en los principales eventos, nacionales, regionales e incluso internacionales.
  6. Se aceleró el ciclo de formación de los autores, que tuvieron oportunidades más expeditas para salir de la condición de inéditos.
  7. Hubo también beneficio económico para los autores, pues a mayor publicación y posibilidad de hacer actividades de promoción con sus libros, más remuneración por el trabajo literario.
  8. A medida que se desarrollaron, los sellos pudieron optar por las variantes Fondo de Población y Plan Especial, de mayor alcance en tiradas y mejor procesamiento. También se hizo común paliar, con iniciativas y erogaciones regionales, las debilidades tecnológicas del sistema Riso.
  9. Aunque es un proceso que comenzó en la etapa anterior, los sellos provinciales enriquecieron sus catálogos con obras de autores de gran relevancia nacional y algunos de la literatura universal. La óptica provinciana se abandonó con relativa rapidez. Y también se formó, en algunas provincias, un movimiento de traducciones que abrió el acceso a obras de autores pocas veces o nunca antes leídos en Cuba.
  10. Se consolidaron los sellos de la AHS y surgieron otros nuevos; algunos, como La Luz y Sed de Belleza, con notable desempeño.
  11. La articulación de los premios La Puerta de Papel abrió justamente la puerta a una política de reediciones de los libros más demandados o de mayor impacto cultural.

No obstante, el nuevo proyecto también tuvo asociadas algunas distorsiones en la vida literaria. Detallo brevemente las que me parecen más notables:

  1. Las reducidas tiradas no permitían una circulación nacional plena —virtud que ya habían alcanzado algunas de las casas en la etapa anterior—, pues de una tirada promedio de 2000 ejemplares se pasó abruptamente a 500, aunque luego ese criterio se modificó.
  2. El manejo del programa con criterios igualitaristas generó cierta confusión entre la literatura y la cultura comunitaria, al calor de lo cual se concretaron consagraciones espurias.
  3. El excesivo énfasis puesto en la proyección municipal introdujo un criterio geográfico ajeno a la literatura y sus métodos de validación. Se creó cierta confusión en las jerarquías legítimamente establecidas, algo que generó tensiones en algunos territorios —No se puede olvidar que el redimensionamiento del proyecto inicial se concretó a partir de reclamos municipales—.
  4. La conversión de los editores en impresores, así como la falta de pericia editorial, influyeron de manera notable en una visualidad defectuosa de buena parte de los libros producidos, sobre todo en los momentos iniciales del redimensionamiento. Las editoriales con más desarrollo hallaron rápidamente el camino para no descender en el orden cualitativo, pero otras no lo consiguieron y hay algunas que, aún hoy, no lo logran.
  5. La falta de una crítica literaria sistemática ha impedido que se generen consensos y disensos rigurosos sobre los libros, autores y procesos. Por otra parte, la crítica no puede desarrollar de manera adecuada una actividad sistémica de análisis por la imposibilidad de enterarse de todo lo producido —o de acceder a ello—; por encontrarse esto demasiado disperso y muchas veces sin presencia en las bibliotecas.
  6. El programa, dirigido fundamentalmente al autor, no tuvo una complementariedad en el trabajo con los lectores ni con la academia; ello —unido a la hibridez desmesurada de los catálogos entre autores consagrados y autores en ciernes— generó un repliegue del público de las actividades de intercambio. Una de las pérdidas más lamentables en esta empresa fue la de los jóvenes estudiantes universitarios. La celebración del Festival Universitario del Libro y la Lectura (FULL) resulta demasiado puntual, pues con mucha frecuencia no hay sistematicidad en las acciones conjuntas.
  7. En los últimos 10 años se han sumado problemas nuevos, como las crisis, al parecer insalvables, de algunos sellos que incumplen reiteradamente sus planes anuales de edición. Este aspecto se ha agravado de modo superlativo en los últimos dos años por las carencias de insumos, no solo para lo producido en la Riso sino también en la industria poligráfica.
  8. Se ha establecido —no solo para este programa, sino también para toda la producción editorial— la dudosa lógica de que la medición del cumplimiento de los planes anuales no se concreta en ese plazo, sino al año siguiente, para la feria del libro. Esto añade al libro cubano un gramo más en su ciclo de desactualización —que ya era notable: si un libro comienza a gestarse editorialmente dos años antes de su supuesta salida, y si a eso le añadimos que esas fechas tampoco se cumplen, tal demora puede ser dañina para su circulación y para su participación en el premio de la crítica, pues pasan de un año para otro y los copyrights no se cambian—. Por otra parte, para cumplir el plan de la feria se procesa una oleada de libros del año anterior para el evento y luego, en el resto del año, vivimos un silencio editorial casi absoluto. Tal dinámica resulta perjudicial para el proceso literario, pues la discontinuidad, por lógica, aleja a los lectores y produce una impresión de estancamiento.

Como conclusión, la existencia del SET ha incorporado una nueva cualidad, y también nuevos y cambiantes retos al entorno cultural cubano. No caben dudas de que es un proyecto que ha sabido evolucionar en consonancia con el desarrollo de los sellos y los reclamos de los actores culturales vinculados a él, directa o indirectamente. En la actualidad algunos de estos proyectos con sede en provincias compiten en buena lid y, a veces, superan a los llamados nacionales. Tal es el caso —por solo mencionar unos pocos— de Ediciones Matanzas, La Luz, Ediciones Holguín, la editorial Ácana, Ediciones Sed de Belleza, la editorial Capiro y algunos otros. Ninguna de las firmas de más reconocimiento en la literatura cubana siente como una concesión publicar en esas casas. Esperamos que la casi moratoria actual —derivada de afectaciones económicas donde el principal obstáculo es el recrudecimiento del bloqueo— no derive en la desarticulación de la que ya es una de las ideas más nobles, inclusivas y enriquecedoras para la consecución de un clima cultural a tono con nuestras aspiraciones de desarrollo socialista.

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