Venturas y tómbolas de un festival

Emir García Meralla
7/11/2018

Fue el acontecimiento masivo más importante de la década del 70 en Cuba. Movilizó todas las energías, la capacidad de inventiva y hasta la picaresca de la nación; a su consecución se consagraron todos los estratos de la sociedad durante dos años y el resultado fue exitoso. Por primera vez se celebraría en América Latina un Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Era el número 11 y el honor correspondería a la llamada “isla de la libertad”.

Foto: Internet
 

La propuesta oficial fue autofinanciar el evento por medio de colectas populares. Con ese propósito se creó una comisión organizadora y se convocó a la formulación de iniciativas para estimular a aquellos que más aportaran. Las puertas de “la inventiva cubiche” se abrieron de par en par.

Por otra parte, se convocó a un concurso para escoger la música alegórica al Festival y otro para seleccionar el logotipo —hoy le llamamos la imagen de marca—que lo identificaría. Pero en lo que los distintos jurados se ponían de acuerdo sobre quién debía merecer el premio, hubo músicos que más que concursar, acompañaron las iniciativas por medio de conciertos o bailes improvisados en cualquier espacio.

La Isla se llenó de escenarios (antes les llamaban tarimas) y los bailes no pararon desde febrero de 1975 hasta el primer semestre del 78. Junto con los bailes proliferaron las “tómbolas de esquina” y los tiros de cerveza —los previstos o improvisados—, y con ellos las nacientes “pilotos” particulares. Si había baile y cerveza se necesitaban “condumios”. Las chicharritas de plátano verde, pero sobre todo las que se hacían con los coditos y los macarrones hervidos —expuestos al sol varios días antes de ser fritos—, fueron las grandes triunfadoras de este acontecimiento sociocultural que generaba la nación.

Al concurso convocado para escoger el tema representativo del Festival se presentaron decenas de propuestas que anunciaban el creciente abanico de visiones que los músicos y compositores cubanos tenían sobre el evento. El premio recayó en Ireno García y Mike Pourcell, este último un destacado miembro del naciente movimiento de la Nueva Trova, que había escrito temas notables como “Diálogo con un ave” y “Esa mujer”, además de haber sido uno de los pioneros en musicalizar los versos de José Martí.

El honor de interpretar la obra premiada correspondió a Argelia Fragoso, quien por ese entonces preparaba sus maletas para ir a estudiar canto en el prestigioso conservatorio de Dresde en la antigua República Democrática Alemana (RDA), país que había servido de sede a la décima edición de un evento donde los jóvenes del mundo se unían sin importar credo, color de la piel o visión política. El festival era, en tiempos de la Guerra Fría, una suerte de olimpiada juvenil que mantenía el espíritu fraternal implantado por los Juegos Olímpicos. Era un evento para jóvenes y los jóvenes son, por naturaleza, rebeldes.

El tema llevó por nombre “En busca de una nueva flor”. Coincidentemente, el premio a la imagen recayó en una flor de cinco pétalos, cada uno de un color que representaba a cada continente. Pero el ambiente festivalero trascendía los concursos y otras convocatorias.

La EGREM lanzó un disco de larga duración que incluía 10 de las propuestas musicales más representativas alegóricas al evento, entre ellas, “Vamos a andar”, compuesta por Silvio Rodríguez, una conga de los Hermanos Bravo, un acercamiento desde el naciente pop cubano del grupo Los cañas, los giros rockeros del grupo Síntesis, que por aquel entonces comenzaba su andar en la música cubana; además del tema compuesto por el Grupo de Experimentación Sonora, y la visión cubana del grupo Manguaré.

Sin embargo, la canción más notable a nivel de gusto popular fue aquella cuyo estribillo rezaba: “… el onceno Festival Mundial de la Juventud/ se saludará”, compuesta e interpretada por la orquesta de los Hermanos Izquierdo. El tema se bailó en toda Cuba por su pegajoso estribillo.

Llegado el año 1978, en los medios de prensa cubanos se comenzó a dar cuenta de la cantidad de días que faltaban para la inauguración del evento y el monto recaudado; así como los premios a las iniciativas populares y juveniles más destacadas y originales —la más trascendente fue tener en casa un macramé con plantas para dar alegría a la vida—.

Así marchó la historia social cubana de ese año en que en la calle G, en la barriada habanera del Vedado —donde debía ocurrir el gran desfile de los participantes—, se instaló una palma real gigante de neón que era obligada referencia para los capitalinos.

El principal suceso, sin embargo, fue la inauguración de la Fuente de la Juventud, frente al Hotel Riviera, con un concierto masivo que fue cerrado por el grupo Irakere y la comparsa de los guaracheros de Regla, quienes provocaron un gran desfile de los jóvenes asistentes por toda la avenida del Malecón. Sería ese el último de los paseos en las fiestas capitalinas de julio.

El Festival abrió las puertas de Cuba al mundo en los años 70. Durante siete días La Habana fue la ciudad más joven; pero nuevos acontecimientos que involucrarían a la música cubana se estaban gestando ese mismo año, como el concierto en la intercepción de Carretera del Morro y Trocha, en la ciudad de Santiago de Cuba, donde debutó el Conjunto Son 14 dirigido por Adalberto Álvarez.

El son cubano comenzaba a mostrar su nueva cara. Las cosas no volverían a ser como antes.