Bárbaro Noel Chávez Caracol no ha dejado de pensar en sus compañeros que quedaron atrapados en las horas más duras del incendio ocurrido en la zona industrial de Matanzas. “Fue un momento muy triste, vi cómo le cayó toda esa oleada de vapor, eran jóvenes. Eso duele”, nos dice a los reporteros con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos, mientras se recupera de sus lesiones en una de las salas del hospital Faustino Pérez, de la Atenas de Cuba.

Tiene 38 años y es voluntario en las labores de rescate y salvamento. El viernes último estaba en su casa cuando le pidieron que se alistara y saliera de emergencia para el cuerpo de bomberos. En ese momento ya conocía lo sucedido en la base de supertanqueros, y sabía que de un momento a otro iban a necesitar de su apoyo.

Bárbaro Noel Chávez Caracol no ha dejado de pensar en sus compañeros.
Foto: Roberto Suárez/Juventud Rebelde

“En el cuerpo de bomberos me explican la situación y me mandan para Versalles, el sitio donde están ubicados los tanques”, afirma Bárbaro Noel. En ese momento ya el humo intenso entristecía la ciudad. “Cuando llego me ponen a surtir las pipas de agua porque hasta ese instante no había pasado nada grave; sin embargo, sobre las cuatro o cinco de la mañana, cuando explota el segundo tanque, todo cambió”.

“Cuando me llamaron para ir para el siniestro, en lo único que pensé fue en salvar vidas, ese es el principal reto que tenemos como rescatistas”, dice este hombre que ya ha enfrentado casos de fuerzas mayores en el mar salvando personas de salidas ilegales o el rescate de unos niños que, jugando a los escondidos, se quedaron atrapados en la cueva conocida como el Champiñón, pero “nada como este incendio.

Las fuerzas especializadas llevaban horas enfriándolo y pensaban que la batalla estaba ganada; pero no hubo tiempo de nada. “Yo estaba en la parte de arriba de la pipa, a 30 metros del mismo tanque, y te puedes imaginar que la onda expansiva me dio en la espalda y me tiró a lo largo, desde una altura de cinco metros. Por suerte, caí en un charco de agua. Esa fue mi salvación”.

—¿Por qué?

—Ello, en buen cubano, me permitió restregarme un poco ahí y seguir caminando, pero a los dos o tres metros me caía, pues la onda me tumbaba; me levantaba y seguía. Iba con el casco de protección en las manos. Cuando me di cuenta dije: “si el casco se derritió, qué milagro que yo estoy vivo”. Poco después divisé un tubo de agua de enfriamiento y me metí a esperar que el vapor bajara, y nada más que lo hizo, salí corriendo un poco más, hasta que perdí el conocimiento.

Fue ya en el hospital Faustino Pérez donde Bárbaro Noel, quien labora allí también como custodio, que recuperó sus fuerzas. “Mis compañeros de trabajo aquí fueron quienes llamaron a mi familia y le dijeron que estaba ingresado. Imagina que todo el mundo estaba preocupado porque no sabían nada de los muertos, de los desaparecidos.

“Cuando me llamaron para ir para el siniestro, en lo único que pensé fue en salvar vidas, ese es el principal reto que tenemos como rescatistas”, dice este hombre que ya ha enfrentado casos de fuerzas mayores en el mar salvando personas de salidas ilegales o el rescate de unos niños que, jugando a los escondidos, se quedaron atrapados en la cueva conocida como el Champiñón, pero “nada como este incendio.

“Ante situaciones como estas no importa la vida de uno, sino salvar la de otras personas. Por eso, sigo pensando en los que tristemente no pudieron salir porque estaban aún más cerca de la explosión que nosotros, los que estaban en esa primera línea de fuego y no pudieron correr”, y otra vez se le quiebra la voz.