Vida plástica

Laidi Fernández de Juan
24/7/2020

Cuatro meses después de que se detectaran los primeros enfermos del virus de la COVID 19 en Cuba, iniciamos el camino hacia la llamada normalidad. Mucho hemos aprendido en apenas ciento veinte días, y es bueno reconocerlo. Desde cuestiones serias (el verdadero valor de la salud a escala social, el descalabro de la sanidad pública en países que creíamos desarrollados, la fragilidad de la existencia humana), hasta nimiedades -en apariencia- se aprenden en el día a día, y ejemplo de ello es la forma de mantenernos comunicados. En esto último, las redes sociales desempeñan un papel fundamental, y, aunque en otros sitios sea cotidiano acudir a “lo digital” para casi todo, entre nosotros no deja de ser una novedad.

La crisis desatada por el nuevo coronavirus nos ha hecho buscar formas de comunicación ingeniosas.
Fotos: Internet

 

Comprar online (con las inmensas quejas de la población incluidas), reservar pasajes, y solicitar productos, o medicinas, o remedios, o fórmulas, así como agradecer públicamente gestos y otras formas de ayuda, comienzan a instaurarse como prácticas comunes entre nosotros. Es de señalar que el relato individual deja paso al “nosotros”: a un colectivo intercambio de pareceres, y de objetos. A veces ocultos tras la cortina de un anonimato solicitado expresamente, muchísimas entregas altruistas se han llevado a cabo (y me consta, por boca de los protagonistas generosos, y/o de quienes recibieron ayuda); o abiertamente publicitadas, lo cierto es que se han “tirado cabos” de diversa naturaleza. La escasez de mucho, y la tendencia generosa que aún nos habita, confluyen para que tales intercambios sucedan. En algunos de ellos, cierta dosis de ilegalidad puede existir, y es allí donde surgen las interrogantes más frecuentes: ¿Será esto legal, estará permitido, no se trata de una trampa, para luego acusarnos de receptadores? Pongamos por caso que alguien requiere de un medicamento, ausente de la red de farmacias. Ese alguien acude a redes digitales, y descubre que X persona lo está vendiendo. Ya que están interrumpidos los vuelos, y no entra nada por aire ni por mar, ¿cómo X dispone de ese medicamento? No pasa ni medio día antes de que la transacción se lleve a vías de efecto, y ambas partes quedan complacidas, aun con el alto precio que paga quien obtiene al fin el remedio que necesita.

 La covid-19 ha potenciado el rol de las redes sociales. Foto: Islavisión
 

Otra forma novedosa que se descubre mediante esa vida extraña en redes, es la macabra broma de anunciar productos, dejando como seña un número telefónico que, o bien no existe, o es de alguien a quien se quiere fastidiar. Dicho alguien no posee lo que se anuncia, y tiene que soportar una decena de llamadas inoportunas, sin saber qué sucede. Al cabo de la llamada número once, se percata, y entonces responde de mala gana, con el preámbulo “No tengo nada. No vendo nada. Me están fastidiando”.

En las redes se busca todo lo imaginable, y llegamos al acápite de ¿Cómo…? en lo que se incluyen dudas de cualquier cosa: matar hormigas, hacer crecer el pelo, bajar de peso, dejar de fumar, controlar la diabetes, la hipertensión arterial y la artritis, ablandar frijoles, hacer natillas sin maicena, panetelas sin harina, y flanes sin leche. Casi milagros. Resulta divertido comprobar las variantes con las cuales pretenden engañar al público, conquistarlo, dejarlo a medio camino entre la idiotez y la esperanza. Ejemplos sobran: “No tome más de un batido de esto en ayunas, porque perderá peso exageradamente”; “Se recomienda aplicar esta mezcla en el cabello solo dos veces a la semana, porque el pelo crecerá demasiado”; “Realice estos ejercicios una vez al día, y sus músculos se fortalecerán para siempre.” Antes de cuarenta y ocho horas, ya somos víctimas inocentes de la vida internáutica, y aprendemos a discernir entre lo real y lo imaginario, lo posible y lo ilusorio, lo simpático y lo macabro.

 Internet no sustituye las relaciones humanas pero ayuda a mantener el distanciamiento físico.
 

No faltan insultos, agresiones, desmanes y provocación en esa nueva forma de existir, con las correspondientes respuestas, algunas de las cuales son incluso más subidas de tono que el mensaje que las provoca. Se aprende entonces a distinguir lo que debe ser respondido, lo que tiene que ignorarse, y aquello por lo que no vale la pena ni preocuparse.

Hablando en plata, mucho puede obtenerse observando la vida idílica o miserable que se muestra en la esfera digital, que logra divertirnos en la misma medida en la que nos devela who is who, de forma que ya no somos los mismos cuando nos incorporamos a la llamada normalidad. Ya hemos sido abducidos por la magia embrutecedora (y a veces iluminadora, para qué negarlo) de la vida plástica en las redes sociales.