A José Villa Soberón lo conocemos principalmente por los retratos escultóricos de personalidades históricas y culturales emplazados en diversos espacios del entorno habanero. Las representaciones de la madre Teresa de Calcuta, el Caballero de París, Antonio Gades, Alicia Alonso, Enriqueta Favez y John Lennon forman parte ya del paisaje capitalino y de la memoria visual-afectiva del país.

Sin embargo, Villa Soberón inició su carrera en los predios de la abstracción, lenguaje recurrente en la reconocida y extensa trayectoria que ha desarrollado hasta la actualidad. Prueba de ello lo ofrece La espiral eterna, muestra exhibida por estos días en la galería Villa Manuela. Con curaduría a cuatro manos entre Virginia Alberdi y el artista, se trata de la primera exposición personal protagonizada por esculturas de pequeño y mediano formatos del Premio Nacional de Artes Plásticas 2008.

“Cabeza”, 2020, acero inoxidable.

La espiral es un motivo iconográfico presente en múltiples culturas a nivel mundial. Usualmente se le asocia con el pensamiento ascendente, la fecundidad acuática y lunar, la transmigración de las almas, el equilibrio en el desequilibrio. Es sinónimo de emanación, extensión, desarrollo, progresión y rotación creacional. Ha sido una presencia constante en la producción de Villa, quien vuelve a ella con frecuencia, obsesionado, quizá, por los arcanos que encierra.

En primer lugar, llama la atención que algo directamente vinculado a lo fluctuante, a lo que discurre, sea abordado mediante un procedimiento artístico relacionado con lo perdurable (la escultura) y una sustancia de proverbial solidez (el acero). No obstante, las posibles desventajas que al efecto pudieran representar técnica y sustancia en nada afectan el resultado visual, pues las paradójicas espirales de Villa escapan constantemente al control matemático en aras de un viaje que nunca termina. Nacen en un punto, una línea o una superficie, se ensanchan y contraen al ritmo de un íntimo palpitar que solo ellas comprenden, pierden las estructuras helicoidales, se quiebran en dramáticos ángulos, exploran la cuadratura del círculo, brotan de hendiduras o se pierden en ellas, pero no detienen su ascensión, su afán evolutivo, su perenne bregar.

“La espiral es un motivo iconográfico presente en múltiples culturas a nivel mundial. (…) Ha sido una presencia constante en la producción de Villa, quien vuelve a ella con frecuencia, obsesionado, quizá, por los arcanos que encierra”.

A veces se bifurcan en espirales dobles, triples o cuádruples que se cierran sobre sí mismas, a la usanza de la voluta jónica, saltan hacia nosotros en bruscos escorzos o llegan a su fin de forma brusca, inesperada, indeseada por los espectadores, cuando, en realidad, se extienden más allá de lo concreto-sensible, pues toda espiral en manos de Soberón es fragmento de una mayor, única, arquetípica, de la cual él solo refleja una parte.

En muchos casos el artista elude el embellecimiento del material, máxima de la escultura minimalista; en otras lo patina, creando contrastes cromáticos que incrementan la belleza de las obras. Un elemento igualmente significativo es la monumentalidad agazapada en ellas. Pocas de las esculturas incluidas en la muestra superan el metro de altura, pero nos parecen mucho mayores, o incluso proyectos pendientes de ejecución, efecto provocado por el potente dinamismo que encierran, por esa brutal fuerza interna que trasciende los límites de lo material: síntoma inequívoco de la maestría alcanzada por Soberón en el tratamiento de este elemento iconográfico en particular.

“Brújula”, 2020, acero patinado.

Villa Manuela es un contexto expositivo que, debido a sus características arquitectónicas, puede resultar incómodo para el montaje de las piezas, en especial cuando acoge muestras que no han sido concebidas, desde lo museal y lo curatorial, en función de la galería. Ese peligro se incrementa cuando se trata de esculturas. Sin embargo, La espiral eterna se distingue por una acertada puesta en escena que respeta la observación desde varios puntos de vista de aquellas piezas que así lo precisan, y otorga un valor añadido: las sombras proyectadas por las obras, detalle que, si bien no incide en la calidad estética de la propuesta, contribuye sustancialmente a su peculiar atmósfera.

“Morada” (detalle), 2021, acero corten.

La espiral infinita nos ofrece la posibilidad de entrar en contacto con la obra más manuable de un significativo artista que destaca con creces en el panorama escultórico cubano contemporáneo. Disponible hasta enero del próximo año, cuenta entre sus principales meritos el de visibilizar la pasión experimentada por dicho creador hacia un símbolo que ha reinterpretado una y otra vez, interesado (imagino) en desentrañar, aquí, ahora, algunos de sus múltiples secretos; afán transformado, a su vez, en misterio, pues nada explica mejor un enigma que otro enigma. Eso, Villa Soberón lo comprende a la perfección y así lo despliega en esta muestra pletórica de contrastes e interrogantes.

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