Villena: impulso torvo y anhelo sagrado

Hassan Pérez Casabona
21/1/2021

El 16 de enero de 1934 dejó de existir físicamente en La Habana, ciudad que jamás se resignó a su partida, Rubén Martínez Villena.

El nacido en Alquízar, el 20 de diciembre de 1899, es una de las figuras cimeras de la cultura nacional y de los intelectuales marxistas más preclaros de la región. Con una infancia inquieta, en la que se destacó como excelente estudiante, fue moldeando desde pequeño la personalidad de acero que hoy nos impresiona.

Rubén Martínez Villena es una de las figuras cimeras de la cultura nacional y de los intelectuales marxistas más preclaros de la región. Fotos: Internet
 

Hijo de Dolores Villena, mujer de delicada belleza, imaginación fértil y sensibilidad exquisita, y de Luciano Martínez, hombre enérgico y de elevado sentido del honor, Villena recibió lo mejor que ambos podían ofrecerle. En la atmósfera propicia de su hogar —los padres se trasladaron al Cerro habanero antes de que el pequeño matriculara en la escuela— los rasgos infantiles fueron desarrollándose de manera ascendente.

Al cumplir 13 años ingresó en el Instituto de Segunda Enseñanza, cosechando allí la admiración y cariño de condiscípulos y educadores. En esa etapa sobrevino el alumbramiento lírico. Raúl Roa rememora, en testimonio de gran valor que nos acerca a la fibra de un héroe, alejado de todo encumbramiento, que: “Tembloroso, una noche, dio febril salida a su impulso. Soledad y silencio propiciaban un ambiente adecuado […]. El papel se llenó, poco a poco, de trazos y signos […]. A la noche siguiente, igual. Y así noche tras noche”.[1]

Su ingreso a la universidad, en la Facultad de Derecho, fue un instante crucial que lo colocó en la arcada de la lucha de clases, de la que ya nunca se apartaría.En 1920 comienza a frecuentar la tertulia desarrollada en torno a una mesa del Café Martí, donde se congregaba un puñado de escritores colmados de ensoñaciones literarias, dotados todos ellos de sólida cultura. En ese ámbito de constantes intercambios, Rubén se distinguió por el respeto a las opiniones divergentes, contrapuesto a las poses altaneras de algunos participantes.[2]

En 1922 se graduó también de doctor en Derecho Civil y Público. Ese propio año su producción literaria tuvo realce (se editaron los sonetos “La ruta de oro”,“El cazador”,“Homenaje al monosílabo ilustre”,“Presagio de la burla final”y “Canción del sainete póstumo”), lo que no impidió se sintiera insatisfecho, ante las ansias de actuar en el sendero político.

La resurrección espiritual se produjo el 18 de marzo de 1923 en lo que, a todas luces, representó su bautismo de fuego. Ese mediodía, en un abarrotado salón de la Academia de Ciencias, Rubén encarnó la voz del pueblo que repudiaba el escándalo de comprar, por tres millones de pesos, el ruinoso Convento de Santa Clara.[3]

Con muchos de los seguidores de aquella protesta, unido a un reducido grupo de escritores y amigos ausentes de la tángana de la Academia de Ciencias, crea la Falange de Acción Cubana. En el manifiesto constitutivo, que redactó con pasión, queda claro que la Falange surgía a la vida en un momento cargado de sombras, imponiéndose por tanto una crítica resuelta a los métodos corruptos del presidente Alfredo Zayas.

La vorágine cotidiana, colmada de sinsabores, hace que la organización desaparezca apenas surgida. Sus parciales pasan entonces a la Asociación de Veteranos y Patriotas, de cuyo Consejo Supremo formaría parte Rubén. En el cumplimiento de esa misión su verbo inflamado se escucharía cada jornada dominical, en las tablas del teatro Verdún.

Uno de los pasajes de su vida que demuestra el carácter intrépido del menudo luchador, fue el cumplimento de una misión secreta en territorio estadounidense, nada menos que como piloto. El propósito era bombardear objetivos militares capitalinos.

En Ocala, al sur de la nación, levantó con otros dos compañeros un campamento para, en 16 días, adiestrarse en los rudimentos que garantizarían el éxito de la encomienda. Mientras aguardaba órdenes para hacerse al aire fue detenido por las autoridades locales. Luego se comprobó la delación de los órganos represivos cubanos, originando la encarcelación durante un mes.

La letra punzante de Roa, a la que tantas victorias y esclarecimientos debemos, dibuja lo ocurrido.

Estando allí supo del grotesco fracaso del movimiento planeado. No había contado él, en su inocencia política, en su buena fe candorosa, con el factor “veterano”y el “factor” patriota […]. Todo, cualquier cosa, menos rifarse el pellejo […]. Rubén Martínez Villena vio así fracasar, por la cobardía y maldad de los supuestos caudillos, su primer sueño político, a cuya realización se había entregado pura y valerosamente.[4]

Decepcionado, al salir de las rejas, partió hacia Tampa con la intención de ganar por sí mismo el boleto de regreso.De ese intervalo son estas estremecedoras palabras: “Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado/ de atisbar en la vida mis ensueños de muerto. ¡Oh la pupila insomne y el párpado cerrado!… (¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!).[5]

En la escritura de Villena confluían, invariablemente, poesía y prosa.
 

Otro de los poemas emblemáticos de Rubén es “El Gigante”. El mismo resulta exponente del tono conversacional típico de alguno de sus contemporáneos, llamados de “ironía sentimental”, con claras reminiscencias de Rubén Darío y Porfirio Barba Jacob. En una de sus estrofas se lee:

¡Y pasas tú el eterno, el inmutable, el único y total, el infinito!,/ ¡Misterio!/ Y me sujeto con ambas manos trémulas, convulsas, el cráneo que se parte, y me pregunto:/ ¿qué hago yo aquí, donde no hay nada, nada grande que hacer?/ Y en la tiniebla nadie oye mi grito desolado/ ¡Y sigo sacudiendo al gigante![6]

Una vez en casa se refugió en la letra impresa, vertiendo al papel lo más calmado,tormentoso a la vez, de sus meditaciones. También en 1923 conoció a Julio Antonio Mella. Años más tarde, Roa describió cómo fue el encuentro:

No hubo necesidad de preámbulo. Ni Rubén ignoraba a Mella, ni este a Rubén […]. Llevado por Mella, Rubén empezó a frecuentar —ya abogado— el círculo universitario donde aquel se movía […]. Fue allí donde captó el contenido universal y sangriento de la palabra imperialismo. Rubén sintió como un milagroso florecimiento en su espíritu.[7]

Confluían en su escritura, invariablemente, poesía y prosa. Ambos géneros, pese a la mayor abundancia del primero, se complementaron de tal manera que derivaron no solo en el arma predilecta de pulseo, sino en su coraza ante desengaños y frustraciones. La cuentística también tuvo su oportunidad, germinando en “Un nombre” y “En automóvil”. La novela encontró su resquicio en uno de los capítulos de Fantoches 1926, divulgada por la revista Social.

La prensa fue una de las actividades que cultivó exitosamente. Ana Núñez Machín, una de sus investigadoras, opina que: “Si otros rumbos más vitales no hubiesen hecho de él la desvelada llama que es ahora, tendríamos, además del poeta de La pupila insomne, a un hombre de crónica y artículo, integrado en la labor determinada y determinante de las rotativas”.[8]

 

Otra faceta, no siempre justipreciada dentro de su producción escrita, es el análisis de las obras de varios contemporáneos. Sobre Regino Pedroso, explica en El Heraldo, el 27 de noviembre de 1922: “En Pedroso, la poesía es un don espontáneo”.[9]

En paralelo comenzó a estudiar a Marx y a Lenin, en la misma medida que potenciaba su participación en la Universidad Popular. Ya desde ese período su salud daba indicios de quebrantamiento. Ello no lo separaba del diario bregar, palpitando junto a las masas.

En enero de 1927 escribe “Cuba, factoría yanqui”, ensayo que leería Mella semanas más tarde en el Congreso contra la Opresión Colonial y el Imperialismo, celebrado en Bruselas, Bélgica, del 10 al 15 de febrero. En el estudio marxista, Villena pone al descubierto la colosal penetración yanqui sobre todas las ramas de la economía antillana. Al abordar lo concerniente a la producción azucarera, afirma que:

Cuba es el país mayor productor de azúcar del mundo; pero el precio de su producto lo fija el consumidor: los Estados Unidos de América […]. El imperialismo capitalista yanqui, mediante las poderosas instituciones dueñas de los centrales, aplasta al campesino cubano. El ingenio es un feudo […]. Al industrial, al amo, van las utilidades ciertas.[10]

Las temáticas internacionales no le fueron ajenas. La lucha por la liberación de Bartolomé Vanzetti y Nicolás Sacco, prolongada durante siete años, atrapó su atención.En mayo de 1927, anunciada ya la decisión de que ambos serían ejecutados, Rubén se levantó ante “la espantosa tragedia que se lleva a cabo en el estado de Massachusetts”.[11]

Uno de los síntomas que despertó alarmas entre sus hermanos de ideales fue que el rostro, levemente rosado, se llenó de marcada palidez. Todo ello acompañado de mareos y pérdida de apetito. Desoyendo el pedido de sus compañeros, incluso en una ocasión abandonó la Quinta de Dependientes.

Con posterioridad a la huelga del 20 de marzo de 1930, Machado decretó su muerte, circulando el nombre a todos los puestos militares del archipiélago. Las esquinas neoyorkinas de Harlem fueron testigo de su exilio obligatorio.

Desconsolados quienes lo idolatraban, efectuaron las gestiones pertinentes para enviarlo a un sanatorio en el Cáucaso. Tan debilitado estaba que creyó no podría abandonar Moscú. Para la fecha tenía el pulmón derecho destrozado, muy mal el izquierdo y otras afectaciones en el intestino.

En una carta desgarradora remitida a su esposa Asela Jiménez, el 17 de septiembre de 1930, le contaba:

Dile a los compañeros, Chela mía, que mi último dolor no es dejar la vida, sino dejarla de modo tan inútil para la Revolución y el Partido. ¡Cuánta envidia siento por mi actuación de los últimos días de marzo! ¡Qué bueno, que dulce debe ser morir asesinado por la burguesía! ¡Se sufre menos, se acaba más pronto, se es útil a la agitación revolucionaria! […] ¡Hay que estudiar, hay que combatir alegremente por la Revolución, pase lo que pase, caiga el que caiga! ¡No lágrimas! ¡A la lucha! […] Estoy conforme. Adiós… o quizás todavía hasta otra.[12]

En medio de la agitación por la caída machadista llegaron de México, traídas por Marinello y otros compañeros cubanos y aztecas, las cenizas insepultas de Mella. El 29 de septiembre de 1933, desde el balcón de la Liga Antiimperialista, en las calles Reina y Escobar, en el centro mismo de la urbe habanera, Villena pronunció sus últimas palabras a la multitud.

Con la voz desgarrada por la emoción, afirmó:

Camaradas: Aquí está, sí, pero no en este montón de cenizas, sino en este formidable despliegue de fuerzas […]. Pero no estamos solo aquí para rendir ese tributo a sus merecimientos excepcionales. Estamos aquí, sobre todo, porque tenemos el deber de imitarlo, de seguir sus impulsos, de vibrar al calor de su generoso corazón revolucionario.[13]

Extrajo energías de un cuerpo que, en lo físico, era casi cadáver, y así tuvo tiempo de preparar el Cuarto Congreso Obrero de Unidad Sindical. Gustavo Aldereguía, su médico de cabecera y comunista de vanguardia, contó el ánimo que le insufló, en los instantes finales, la noticia sobre la culminación victoriosa del cónclave.

Fue tendido en el salón de actos de la Sociedad de Torcedores, ante cuyo féretro desfilaron miles de humildes seguidores.

El propio Roa, con su pluma tropical, realizó una de las semblanzas de Villena que lo retrata con mayor amplitud:

Fruiciosa ironía, sofrenada amargura o fruncido desdén irrumpía, en ocasiones, en la fluencia cordial de su sonrisa. Si grave de tono y sobrio a menudo en el trato externo, cuando se ganaba su intimidad, decidor y jovial. Conversador extraordinario, saltaba de un tema a otro con sorprendente maestría, hasta cautivar al interlocutor. Polemista temible: vencía o machacaba. Su poder de persuasión solía ser irresistible.[14]

 

Notas:
[1]Ver Raúl Roa, en: Rubén Martínez Villena: La pupila insomne, Casa Editora Abril, 2008, p. 17.
[2] Prosigue, en ese sentido, la descripción de Roa: “Los contertulios diarios, los que nunca fallaban, lloviera o tronara, eran, entre otros que de momento escapan a la memoria, Andrés Núñez Olano, Enrique Serpa, Guillermo Martínez Márquez, Alberto Lamar Schweyer, Miguel Ángel Limia, Arturo Alfonso Roselló, Regino Pedroso, Rafael Esténger, Ramón Rubiera y Juan Marinello. Cuando Martínez Villena llegó al grupo, eran visitantes frecuentes Nicolás Guillén, el lírico venezolano Andrés Eloy Blanco, el cronista nicaragüense Eduardo Avilés Ramírez y los poetas españoles José María Uncal y Julio Sigüenza”. Ibídem, p. 24.
[3] Acompañaron al bardo, José Manuel Acosta, José Antonio Fernández de Castro, José Ramón García Pedrosa, Luis Gómez Wangüemert, Primitivo Cordero Leyva, Andrés Núñez Olano, Juan Marinello, Jorge Mañach, José Zacarías Tallet, Alberto Lamar Schweyer, Félix Lizaso, Francisco Ichaso, Calixto Masó y Guillermo Martínez Márquez.
[4] Ibídem, p. 37.   
[5] Ibídem, p. 119.
[6] Virgilio López Lemus: Doscientos años de poesía cubana. Antología poética,Casa Editora Abril, La Habana, 1999, pp. 172-174.
[7] Enrique de la Osa: Visión y pasión de Raúl Roa, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, pp. 46-47.
[8] Ana Núñez Machín: Biografía mínima. Centenario de Rubén Martínez Villena, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999, p. 9.
[9] Rubén Martínez Villena: Prosas, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2000, p. 35.
[10] Rubén Martínez Villena: “Industria azucarera”, en: Cuba, factoría yanqui, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999, pp. 57-62.
[11] Rubén Martínez Villena: Prosas […],Ob. Cit.,p. 94.
[12]Ibídem, p. 70.  
[13] Ibídem, p. 77. La represión policial que se produjo durante el acto ocasionó varios muertos y heridos. Tuvo especial connotación la muerte del pionero de 13 años, Francisco González Cueto (Paquito), a quien una bala atravesó la cabeza.
[14]Raúl Roa: El fuego de la semilla en el surco, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008, p. 4.