“Vivo enfrentado a mis molinos de viento”

Rafael de Águila
17/3/2021

Lázaro Zamora Jo ganó el Premio Alejo Carpentier de Cuento en el 2004 con una obra muy recordada: Luna Poo y el paraíso. Antes, en el 2001, apareció un poemario de su autoría: La otra orilla (Extramuros). En el 2015 publicó el volumen de cuentos Malasombra (Editorial José Martí). Un año después publicó una novela: Oficio impropio (Editorial Guantanamera). Hacía ya varios años que —como muchos— no sabía de él. En Luna Poo… —tengo ahora mismo el libro en las manos—, hube de colocar entonces reincidentes signos de admiración a un lado de varios de los ocho cuentos de ese volumen. Han transcurrido 16 años y Lázaro Zamora Jo ha ganado —con un libro de calidad apabullante: Los caminos de Agar— el Premio Nacional de Cuento Guillermo Vidal 2020 que convoca la Uneac de Las Tunas. A ese Premio se envió este año un nutrido grupo de obras: más de 60. Un detalle no puede ser olvidado: participaron en la lidia un buen número de autores de primera fuerza. Fue —urge decirlo, adviértase que el año anterior hubo de ser declarado lastimosamente desierto— un evento en el que mucho tuvieron que bregar los Jurados. Releer. Debatir. Puedo asegurarlo: fui uno de ellos. El libro ganador hubiera podido romper lanzas en cualquier otro evento. Su autor; Lázaro Zamora Jo, es un hombre de mirar y hablar sereno, calmo, pausado. Se le mira a los ojos y uno vislumbra allí al hombre bueno. Se vislumbra paz, también una firmeza irrevocable. Se le lee y se tiene la certeza de leer a un excelente escritor.

Lázaro Zamora Jo ha ganado —con un libro de calidad apabullante: Los caminos de Agar— el Premio Nacional
de Cuento Guillermo Vidal 2020 que convoca la Uneac de Las Tunas. Foto: Cubaliteraria

 

Precisamente a ese colega, a ese escritor, propuse transitar —voz mediante— desde el ruinoso y mítico paraíso que alguna vez descubriera Luna Poo hasta los caminos —andados, desandados y sufridos— de Agar. Él aceptó. Acá les va.

Lázaro, desde el 2004, año en que ganaste el Premio Alejo Carpentier por aquella obra tan recordada, hasta estos días pandémicos de finales de 2020, hemos visto caer —y dejar de caer— muchas lluvias. Llevados y traídos por esas lluvias poco sabíamos la mayoría de los colegas y lectores de ti. Ahora ganas —de manera inobjetable— con un libro sistémico, equilibrado y bello el Premio Nacional de Narrativa Guillermo Vidal. ¿Cómo explicar los tres quinquenios que separan a ambos libros en la creación y la vida de Lázaro Zamora Jo?

Antes de contestar a tus preguntas, quiero agradecerte esos elogios a mis libros y la invitación a la entrevista. Realmente no me gusta mucho ser entrevistado, me hace sentir un poco pretencioso, pero después del entusiasmo que has mostrado por Los caminos de Agar no podía negarme. Entrando en tu pregunta, te confieso que vivo enfrentado a mis molinos de viento y las horas que me quedan al día para la literatura son pocas. Sobrevivir en estos tiempos es una tarea ardua, titánica, especialmente cuando uno tiene una familia que mantener, y empecinarse en escribir así es realmente quijotesco. Sin embargo, reflexionando ahora sobre lo que he podido crear en los últimos 16 años, creo que, después de todo, no debería sentirme tan insatisfecho, es más de lo que puede esperarse en tales circunstancias. En ese período que mencionas, y pese a las adversidades, he escrito otros cuatro libros —dos volúmenes de cuento y dos novelas—, y he seguido publicando textos de crítica literaria, narrativa y poesía, así como entrevistas y crónicas en diversas publicaciones del país. Varios cuentos y poemas han recibido premios y otros reconocimientos, tanto en Cuba como en el extranjero, y han sido incluidos en antologías. Las dos novelas —una sin publicar aún—, ambiciosas ambas, justifican por su complejidad y extensión —más de 400 páginas cada una— los años y las energías que les he dedicado. Como ves, no es mucho, pero algo he hecho. Lo que sucede más bien, pienso yo, es que asisto a muy pocas actividades, por razones de tiempo, fundamentalmente. En Facebook interactúo poco. En general mantengo un bajo perfil, como suele decirse en estos tiempos. Por otro lado nuestras publicaciones tienen poca visibilidad y circulación, con excepción de los premios. Así no es de extrañar que no hayan sabido de mí en todos estos años.

Mutan tiempos y mutan escritores, podría decirse, mutan estilos, temas, maneras de recibir, concebir, urdir la Literatura. Se vive, se sufre, se ama, se aprende y… se desama —amar, trabajar y aprender, decía Freud, resultan los puntos centrales de la vida, ignoro si por ese orden—, quizá esos puntos cardinales signen el azar de las mutaciones. ¿Qué diferencias percibes entre la obra premiada en el 2004 y esta, que acaba de recibir el importante premio tunero? ¿Qué diferencia al autor de entonces del autor de hoy? ¿Qué marca a Luna Poo, muchacha viviente en un vetusto albergue citadino, y qué a estos otros, personajes del 2020, estos que han seguido, llenos de nostalgia —y pérdidas, sobre todo pérdidas— las tristes vías de la bíblica Agar? De Luna Poo a la violinista de la Calle Arbat…¿cuánta agua bajo el puente?

Para cualquier autor siempre es difícil contestar preguntas como esas. Son cosas que el propio escritor a menudo no ve. Pero sí, me parece que entre el Premio Alejo Carpentier y el Guillermo Vidal hay un desplazamiento de ciertos elementos en mi escritura, pero no estoy seguro de que sea significativo. En Los caminos de Agar —y en los demás relatos que he escrito después de Luna Poo y el paraíso— hay un énfasis mayor en la anécdota, me preocupo más por contar una historia siguiendo la clásica estructura del relato —me refiero solo a lo esencial de esa estructura— y tratando de que todo lo demás esté en función de la historia, de potenciarla, enriquecerla. Esa intención ya estaba en Luna Poo…, pero es mucho más visible ahora. El paisaje también ha cambiado; las ruinas y solares de La Habana de los 90 han sido sustituidos por escenarios lejanos: París, Moscú, Dormunt… La única excepción es el primer cuento, Paisaje con nieve, cuya historia transcurre en La Habana. Y el cambio de escenarios, pienso yo, ha traído también un leve cambio en el lenguaje. El entorno marginal en que vive la mayor parte de los personajes de Luna Poo y el paraíso produce forzosamente un lenguaje que utiliza a menudo expresiones propias de ese entorno. No es el caso de Los caminos de Agar. En general lo que ha sucedido desde un premio al otro es un ensanchamiento de los horizontes en mi obra, una evolución lógica impuesta por la propia vida y la literatura. No me interesa ya seguir aferrado a la marginalidad insular ni a otros tópicos colindantes que frecuenté en esos años.

Una de las vertientes de la literatura cubana actual —muy presente en esta edición del Premio Guillermo Vidal— resulta lo que puede ser llamado “realismo sucio pueblerino” o rural. Otra, sostenida en el tiempo, lo es la fuga del entorno insular, evasión espacial, historias en las que los personajes se mueven en otras latitudes para sufrir la cuota de peaje que alma y cuerpo deben pagar —cada sitio exige su cuota per se—, al tiempo que continúan pagando, cargando, sufriendo esa otra cuota que impone la cubanidad, sustancia que si bien no se visualiza en Rx deviene indudablemente un órgano más —un segundo corazón— en cada cubano. Ese es el acíbar y la savia de Los caminos de Agar. ¿Cómo llegaste a esa dualidad, a ese acíbar y a esa savia?

Como explicaba antes, la propia vida me ha llevado a ello, de manera inconsciente. En los últimos treinta años nuestra experiencia vital se ha enriquecido enormemente gracias al acceso a Internet y a mayores posibilidades de viajar. Hoy intercambiamos casi a diario con familiares y amigos que se encuentran en otras latitudes, y ese intercambio, constante, va integrándose a nuestras propias vivencias: vemos lo que comen, donde viven, los sitios que visitan, conversamos, nos reímos o lloramos con ellos. Además, nuestros encuentros se han tornado más frecuentes: ellos vienen o nosotros vamos. Gran cantidad de cubanos pasan incluso largas temporadas en el extranjero. Yo mismo me he visto obligado a viajar en los últimos años a Rusia y España, por problemas personales —tengo familiares en ambos países— y durante esos viajes he conocido a muchos cubanos, he escuchado sus historias. De modo que nuestro mundo se ha ensanchado. Por eso no me gustan los términos de “fuga o “evasión” para llamar a esa literatura, pues se trata de historias que discurren por lo general en espacios que nuestros coterráneos han hecho ya suyos y que constituyen casi su entorno natural. No es que vaya ahora a escribir exclusivamente historias que ocurren fuera de Cuba. Lo que me interesa es que mis personajes se muevan en escenarios donde las fronteras geográficas se difuminen, o, al menos, que no tengan un peso significativo en el relato. Mis personajes pueden estar en Cuba, Japón o Groenlandia sin que el lugar importe mucho, pues se enfrentan a conflictos y situaciones que pueden darse en cualquier sitio del planeta. Ahora bien, en todo el libro está presente esa cubanidad que refieres, no solo porque haya cubanos en cada uno de los relatos, sino también por muchos otros elementos, entre ellos el lenguaje, que se apropia a veces de expresiones típicas de nuestra manera de hablar.

Lázaro, voy a aventurar una pregunta, me temo, harto compleja. Desde el fallecimiento del último de los narradores canónicos cubanos —esa pléyade que reverenciamos y veneramos, no se tiene la nueva gran obra literaria en Cuba, al menos en lo que a narrativa se refiere—. ¿Compartes ese postulado, sensación, certeza? ¿Cuáles serían, desde tu mirada, las causas y condiciones que han signado —y signan— ese fenómeno? ¿Cabría esperarse que esas obras existan y no las hayamos advertido? ¿Que los canónicos del futuro publiquen, escriban y deambulen hoy entre nosotros y no los reconozcamos, como en una ocasión me dijera sibilinamente Marilyn Bobes?

Cubierta de Luna Poo y el paraíso, de Lázaro Zamora. Foto: Internet
 

Una pregunta compleja, interesante y riesgosa. Es compleja por varias razones. En primer lugar, porque apreciar la obra de nuestros contemporáneos se presta a espejismos. Es necesario que medie el tiempo; y así y todo en muchos casos las respuestas que dan los años no son definitivas, pues cada generación hace su propia lectura de los escritores que la precedieron. En segundo lugar, porque tenemos una visión limitada de la literatura cubana: los que vivimos en la Isla por lo general no estamos muy informados de lo que publican nuestros compatriotas al otro lado del mar, y a la inversa. En tercer lugar, porque lamentablemente, a menudo nuestra mirada está marcada por prejuicios políticos. ¿Quién pasará la prueba del tiempo de aquí a 30 o 40 años? ¿Qué libros seguirán siendo leídos con ese previo fervor y esa misteriosa lealtad de la que hablaba Borges al referirse al tema? Es difícil saberlo. Recordemos que algunos de esos autores canónicos a los que aludes no fueron debidamente valorados en vida y fue la posteridad la que los reivindicó. Por eso es perfectamente posible lo que conjetura Marilyn Bobes, que esas obras existan ya y no las reconozcamos, porque —y esto es una suposición mía— parten de presupuestos estéticos que aún no somos capaces de valorar en su justa medida. Pero, dejando a un lado a esos escritores canónicos del futuro y volviendo al presente, personalmente considero que sí hay autores con una obra de gran valor entre los narradores cubanos vivos, dentro y fuera de la Isla. Unos pocos, cierto, pero los hay. Dos o tres de ellos siguen aún escribiendo, y posiblemente lleguen a engrosar esa pléyade que mencionas. Ahora bien, esos autores rebasan los sesenta años y no vislumbro en las generaciones siguientes señales de que su gran obra se esté gestando. Hay mucho talento, excelentes cuentistas, autores con una obra extensa y multipremiada; sin embargo, no veo que esa obra esté teniendo la resonancia suficiente como para que pueda trascender. No veo esas novelas consagratorias —me refiero solo a las escritas por los “novísimos” y las generaciones que llegaron a continuación—, capaces de despertar el entusiasmo de la crítica y los lectores, aun con el aval de premios importantes. En mi opinión, no es un problema de los escritores, sino del contexto en que estos están escribiendo. La gente ha dejado de leer, los libros circulan en tiradas reducidas, la crisis económica obliga a muchos escritores a dedicar más tiempo a la búsqueda del sustento que a escribir. En fin, es un tema complejo, para debatir extensamente.

Tu literatura, desde Luna Poo… hasta Agar, desde mi personal mirada, posee un aire de pureza estilística, eso que algunos llaman “fuerza en la mano”, equilibrio insoslayable de esa mixtura que llega desde el cómo narro frente al qué narro. Tengo la sospecha de que muchos narradores privilegian hoy en nuestro país el qué, el tema, el topic, para despreciar o prestar menor importancia al cómo, al estilo, al idioma, a lo que puede ser llamado “la belleza del buen narrar”. En tus dos libros de cuento, el del 2004, y este ahora premiado, se advierte un equilibrio total entre qué y cómo. ¿Cómo enfrentas ese dúplice corpus que Literatura mediante es solo uno?

No soy muy consciente de ello, realmente. Escribo como mejor puedo. Pero sí, como dices, ambas cosas son inseparables. Obviamente una historia no se logra si no sabes narrarla. En cuanto al lenguaje, intento esmerarme. Es decir, no busco la palabra más bella sino la más exacta. Hay una alternancia en mis relatos entre la norma culta del idioma y el habla coloquial, en dependencia de los personajes. Lo principal es que a través del lenguaje el escritor marque el pulso del tiempo en que discurre la historia. Un lenguaje demasiado pulcro y alambicado puede resultar nocivo para un relato que aborde la realidad de hoy. A mi modo de ver, el lenguaje debe ser cuidadoso pero también natural.

Dos historias en tu libro tienen como loci a Rusia. La violinista de la calle Arbat, cuento de lujo, y ese otro cuento —“La paz de Sacha”— en el cual se respira y se palpa y se visualiza y se escucha —suerte de ese misterio que la Neurología llama sinestesia— cuanto sucede cual si se tratara de realidad virtual. Varios narradores cubanos están innegablemente marcados por haber vivido periodos de sus respectivas vidas en Rusia: Emerio Medina, Ana Lidia Vega Serova, Alberto Marrero, por mencionar solo a tres. ¿Desde dónde llega esa impronta rusa a Lázaro Zamora Jo?

Lázaro Zamora Jo. Foto: Periódico de Las Tunas
 

Fui a estudiar a Rusia cuanto tenía 17 años, una edad en que uno es muy sensible. Mi primera impresión fue de deslumbramiento ante un mundo tan distinto del nuestro. Todo me pareció fabuloso al llegar. Por supuesto, como estudiante que era, durante los cinco años que permanecí en la Unión Soviética solo veía el rostro más hermoso del país. Visité los grandes museos y galerías de arte —entre ellos la galería Tretiakov y El Ermitage—, los mejores teatros, viajé a otras repúblicas de la Unión, aprendí pronto el idioma y pude leer a los clásicos rusos en su lengua. Me sumergí completamente en ese mundo, en su cultura, hasta el punto de que llegué a sentir que aquel era también mi país. Guardo recuerdos maravillosos de esos años. Allí hice amigos, tuve novias, me casé con una muchacha rusa y viví como un ruso más. De ese matrimonio nació mi hija Nadia, con quien me mantengo en permanente contacto. Después de terminar mis estudios en Moscú y regresar a Cuba, he realizado otros viajes a Rusia. El último lo hice tres años atrás. Fue una experiencia importante para mí, pues, además de ver a mi hija y a mis amigos de juventud, me encontré con un país diferente en muchos aspectos. De mis impresiones en Moscú y luego en la remota aldea, a medio camino entre Moscú y San Petersburgo, donde mi hija y su familia pasan largas temporadas cada año, nacerían esos dos cuentos que mencionas.

Toda obra de arte trasuda simbologías a desambiguar, desde el viacrucis de su autor —asolado por avatares del sitio y tiempo en el que ese autor respira. Confieso que al saber que eras el autor del libro premiado hube de trazar paralelos entre Luna Poo… y el nuevo volumen, paralelos que me llevaron por los caminos del karma, el fatum latino o la ananké griega, lo veleidoso y/o lo predeterminado de ese oxímoron que es el destino. Los hijos de Luna Poo tras (mal)vivir en ese albergue citadino (mal)pagan ahora su cuota de peaje por los caminos de Agar. En “La paz de Sacha” culpas anteriores son juzgadas y se dicta, vendetta mediante, sentencia que debe cumplir la exuberante Madre Naturaleza. ¿Fue este camino de karma y fatum absolutamente previsto por ti, como autor, o sucedió con la naturalidad con que acaece la lluvia?

Te confieso que en los cuentos suelo prever muy pocas cosas. La mayoría de ellos surge desde una imagen, un pálpito, un sentimiento. Luego va apareciendo todo lo demás. Por ejemplo, cuando me senté a escribir el cuento Luna Poo y el paraíso solo tenía en la mente la imagen de una enana entre las ruinas de un edificio. Algo similar me sucedió con “La paz de Sasha”, que surgió del miedo a perderme en los bosques de Rusia mientras recolectaba hongos con el esposo de mi hija. Meses después, al sentarme frente a la computadora, antes de escribir la primera línea del cuento, lo único que sabía era que el relato versaría sobre ese miedo. De igual manera, no tenía yo la intención de dotar de unidad temática a los relatos que últimamente escribía y que aparecerían reunidos bajo el título de Los caminos de Agar; comencé a vislumbrar esa coherencia cuando tenía escrito varios de ellos. En la novela sí me veo en la necesidad de esbozar de antemano la historia, de pensar sobre todo en el inicio y el final.

Acabas de terminar una novela, de acuerdo a algún comentario tuyo en ella reincides en lo que —disculpas mediante, dado no compartir tú ese término— llamo “fuga del entorno” o “fuga espacial”. ¿Cuáles son los derroteros de esta novela? ¿Qué podemos esperar los lectores del laboratorio, el scriptorium, de Lázaro Zamora Jo?

Su título es Cielo raso y es la historia de una pareja que, a causa de una frase desafortunada, rompe su relación sin sospechar que ese acto los lanzaría, por rumbos azarosos y divergentes, bien lejos de la Isla. Tras siete años de vicisitudes, sus caminos volverán a entrecruzarse, esta vez en Moscú, adonde viajan por razones diferentes, y se verán de nuevo en el punto de partida. Pero la novela es mucho más que eso. Es también una inmersión en los conflictos de nuestro tiempo.

Gracias, Lázaro, por acceder a responder mis preguntas. Una vez más muchas felicidades por ese nuevo libro recién premiado. Tus colegas y lectores de seguro se sentirán regocijados al saber de ti. De seguro también esperarán tus nuevas obras. Que el 2021 nos depare —a ti, y a todos—, mayor energía y mayor resistencia con relación a esos molinos de viento que nos asedian.