Volver a Clara Porset

Jorge R. Bermúdez
14/6/2016

I
La recién concluida Primera Bienal de Diseño de La Habana tuvo el acierto de iniciarse con una exposición dedicada a la obra de la diseñadora cubana Clara Porset Dumas (Matanzas, 1895-Ciudad México, 1981), en la galería Factoría Habana, en La Habana Vieja. Para no pocos de los visitantes a la citada exposición, el nombre y la obra de esta pionera del diseño industrial latinoamericano fue una revelación. Para mí también lo fue hace ya más de 30 años, cuando llevado por mi interés en la obra gráfica de Conrado W. Massaguer —por entonces, otro de los más conocidos olvidados del diseño gráfico cubano—, al hojear las páginas de su emblemática revista Social, correspondiente a enero de 1930, di con la siguiente nota: “Desde este número reanuda su colaboración la señorita Porset, que desde París ha venido contribuyendo a nuestra sección de modas. Esta vez nuestra paisana, maestra ya en decorado interior, seguirá la labor que con tanto éxito realizó la señora Martínez Márquez” [1]. Y para el número de febrero, entre los anuncios del mensuario, destacaba el que publicitaba a Clara Porset como decoradora de interiores con oficina en el edificio América, en el entonces exclusivo barrio del Vedado [2].

Ella fue de las primeras teóricas en manejar términos y conceptos relativos al diseño industrial en nuestra lengua.El subrayado no es gratuito. Su desacuerdo con el término “decoración de interiores”, tal y como lo manifestó y fundamentó en la conferencia magistral que diera en el Auditorium de la Universidad de La Habana, el 22 de mayo de 1931, obró en mí a manera de un segundo “aviso” sobre su estatura intelectual. Mientras, la lectura de sus más de 20 artículos para Social escritos entre 1930 y 1932, no solo sería la confirmación de lo avizorado con anterioridad, sino un testimonio invaluable de su condición de portadora de un nuevo ideal de diseño, el cual la equiparaba con el pensamiento más avanzado en este campo en el mundo desarrollado de la época. Por último, es pertinente señalar que ella también fue de las primeras teóricas en manejar términos y conceptos relativos al diseño industrial en nuestra lengua, como es de comprender, rezagada en tal sentido con respecto a la inglesa y alemana.

Tal legado escritural, por el momento, fue todo lo que nos pudo dejar de su naciente trayectoria como diseñadora industrial… A más de amueblar dos casas modelos para el fraccionamiento del Banco Mendoza. ¡Casi nada! Su toma de partido por la izquierda y la situación política reinante en el país con la dictadura del general Gerardo Machado, serían las causas de la interrupción de su primera estadía como profesional del diseño en Cuba. A estas habrían de sumarse dos razones más, no menos importantes por su proyección futura: su comprensión de la base agrario-artesanal de nuestra economía, la cual se le haría difícil de conciliar con sus aspiraciones de establecer la práctica del diseño industrial en el país y, sobre todo, la oportunidad que su voluntario exilio en los Estados Unidos le ofrecía de recibir clases del profesor Josef Albers, por entonces, al frente de la Black Mountain College, en Carolina del Norte, luego del cierre de la Bauhaus por el régimen nazi y la imperiosa salida de sus principales profesores de Alemania.

 

II

La caída del régimen dictatorial de Machado, en agosto de 1933, nos trae de vuelta a Clara. Es nombrada directora de la Escuela Técnico Industrial “Fundación Rosalía Abreu”, de Rancho Boyeros, y asume la Cátedra de Arte Industrial de dicha institución docente. Se relaciona con intelectuales de izquierda como Mirta Aguirre, Nicolás Guillén, José Antonio Portuondo y Juan Marinello, con quien establece una amistad que perduraría toda la vida. En su nueva condición de directora, invita a Josef Albers a visitar Cuba, lo cual hará el ilustre profesor y diseñador al año siguiente, impartiendo conferencias en el Lyceum de La Habana. No obstante, la inestabilidad política y social continúa. Realidad que terminaría por conjugarse con su responsabilidad docente e intereses profesionales, al corroborar en la práctica la existencia de un sistema educacional todavía no apto para implantar programas de estudio relacionados con los objetivos de su novedoso perfil profesional. Ambos aspectos la incitarán, una vez más, a buscar nuevos horizontes.

La oportunidad se le presenta en 1936, cuando viaja a la hermana nación azteca para sustituir temporalmente al profesor y poeta Carlos Pellicer en la Cátedra de Historia del Arte, en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). El México al que llega Clara es más que propicio. El gobierno nacionalista de Lázaro Cárdenas inicia el proceso de industrialización del país y, por consiguiente, las primeras iniciativas gubernamentales encaminadas a aplicar y promover las nuevas disciplinas que demanda la situación creada.

En cuanto al ámbito artístico e intelectual de la capital, no puede ser mejor. El muralismo mexicano se reconoce como el primer movimiento artístico de vanguardia de relieve continental e internacional. Hace amistad con los muralistas Xavier Guerrero —su compañero en la vida—, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera y Frida Kahlo, entre otros. Sus artículos sobre arquitectura, diseño de muebles y diseño industrial se publican en las revistas especializadas de Estados Unidos, Brasil y Chile. En tanto, sus trabajos sobre el butaque yucateco son reconocidos por figuras de la talla de Hannes Meyer, otrora director de la Bauhaus de Dessau —establecido por estos años en México, luego de abandonar su exilio en la Unión Soviética—, y el propio Albers, quien reproducirá esta línea de diseño de mueble en los Estados Unidos, amparado en el desarrollo industrial de esta nación.

En 1941 Clara diseña una moderna línea de mueble de varilla de hierro y mimbre, con la cual obtiene uno de los tres primeros premios continentales en el concurso de muebles contemporáneos del Museo de Arte Moderno de Nueva York. A partir de entonces, las puertas de la industria del mueble se le abren, destacándose sus trabajos para firmas como D. M. Nacional, Domus S. A., H. Steel y Cía., y Ruiz Galindo, entre otras. Hacia 1947 diseña muebles para la firma Knoll Associates, de Nueva York. En 1957 recibe la Medalla de Plata en la Trienal de Milán, por el conjunto de muebles diseñados para exteriores (jardín y playa). Sus diseños aparecen publicados en la revista Arts and Architecture.

Sus diseños de muebles, en alguna medida, son expresión de la eterna búsqueda de una paridad estético-funcional entre industria y artesanía.En el cénit de su carrera profesional, Clara no olvida a Cuba. A fines de la década del 40 viaja al verde caimán, para transmitir sus experiencias y conocimientos en cursos y conferencias que imparte en las facultades de Arquitectura y Artes y Letras de la Universidad de La Habana, así como en los salones del Lyceum de esta ciudad. Al margen de la aceptable recepción que se establece entonces entre Clara y un público conocedor en representación del ámbito académico nacional, esta tercera vuelta la reafirma en la idea de que el país no está todavía preparado para aceptar una disciplina que, desde sus orígenes, siglo y medio atrás, se involucra, necesariamente, con un proceso productivo cualitativamente superior de carácter industrial. Todo intento en tal sentido, finalmente, derivaría en un simple prólogo a una producción de raigambre artesanal; realidad con la que también había confrontado en México, poniéndose de manifiesto en la asimetría productiva existente entre su naciente desarrollo industrial y una milenaria tradición artesanal, de las mejores del continente. Sus diseños de muebles, en alguna medida, son expresión de esta realidad proyectual. Dicho en otros términos, la eterna búsqueda de una paridad estético-funcional entre industria y artesanía.

En ello residirá, justamente, la razón que la llevará a concebir y plasmar la primera exposición sobre diseño —industrial y artesanal— de Latinoamérica, bajo el título El arte en la vida diaria. La  inauguración de la exposición tuvo lugar el 17 de abril de 1952 en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad México,  y meses después, en la naciente Ciudad Universitaria de la UNAM, en el marco del VII Congreso Panamericano de Arquitectura. En esta segunda presentación de su proyecto expositivo y en correspondencia con el citado Congreso, estuvieron presentes los diseñadores Walter Gropius —fundador de la Bauhaus—, Hannes Meyer, Josef Albers, Marcel Breuer, Mies Van der Rohe y Herbert Bayer, el arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright y los mexicanos Luis Barragán, Héctor Rebaque y Max Cetto, quienes habían hecho uso de los diseños de Clara para amueblar sus proyectos arquitectónicos más recientes.

Con la exposición Clara no solo se propuso mostrar las buenas formas del diseño artesanal e industrial, sino también acercar el diseño industrial al proyecto de justicia social mayor de nuestros pueblos por la cultura, esto es, darlo a conocer como la disciplina apropiada para optimizar la respuesta productiva más consecuente con las necesidades materiales de las clases menos favorecidas y mayoritarias de nuestras sociedades.

“El diseño artesano y el industrial —escribe en el catálogo de la citada exposición— son llamados a desarrollar la potencialidad plástica de nuestro pueblo (…) pero es el diseño industrial el que permitirá, por su producción en serie a más bajo costo, que el arte esté a diario en la vida de todos” [3]. Con tal concepto social del diseño, nada tuvo de casual que con el triunfo de la Revolución cubana el 1ro. de enero de 1959, Clara se aprestara a regresar a Cuba.

 

III

El llamado “Año de la Reforma Agraria”, será el del inicio de su cuarta y  última estancia de trabajo en Cuba. A su llegada se pone en contacto con la dirección de la Revolución a través de Juan Marinello, y recibe la encomienda del comandante Fidel Castro de diseñar y supervisar la construcción de dos mil piezas de muebles para la Ciudad Escolar “Camilo Cienfuegos”, que albergaría cinco mil alumnos en la Sierra Maestra. En una foto hecha entonces en tales funciones, se le ve plena, vital, resistir el sol de la Isla, su sol, con un pañuelo de cabeza y en camisa, sin que por ello se resintiera la consabida distinción que siempre proyectó su figura. En 1962 asume el diseño del mobiliario de la Escuela Nacional de Arte (ENA), en particular, los de la Escuela de Danza y Artes Plásticas.

Como se ve, la dinámica que desata el proceso revolucionario en marcha, le impone a Clara un número de tareas afines a su doble condición de diseñadora y mujer comprometida con la causa del pueblo.Como se ve, la dinámica que desata el proceso revolucionario en marcha, le impone a Clara un número de tareas afines a su doble condición de diseñadora y mujer comprometida con la causa del pueblo. Pero, por si fuera poco lo asumido, su horizonte creador busca su definitiva inserción y realización profesional en el proyecto mayor de industrialización del país, por el que aboga la dirigencia de la Revolución con el propósito de dejar atrás la condición de país monoproductor y monoexportador, que le legaran los siglos de colonialismo.

Un dato de interés: en octubre de 1962, la prensa nacional da a conocer que la República Democrática Alemana construirá 26 fábricas en Cuba. El “Año de la Planificación” no puede ser más alentador. En consecuencia, Clara organiza y planifica, bajo la dirección del comandante Ernesto Che Guevara —por entonces, ministro de Industrias— el proyecto para crear la Escuela Superior de Diseño Industrial de La Habana. Todo apunta a que su mayor sueño, finalmente, se hará compatible con la realidad de su país. A fines de 1962 se da el primer paso, al convocarse a los jóvenes trabajadores graduados de nivel medio de todos los talleres pertenecientes al Ministerio de Industrias, para las pruebas de aptitud con vista a la futura carrera de Diseño Industrial. A las pruebas se presentan 162 aspirantes; de los cuales aprueban 32.

En 1963 Clara viaja a Suecia, Polonia, Unión Soviética y República Democrática Alemana, con el propósito de visitar sus respectivas escuelas de diseño industrial, sacar experiencias y evaluar cuál de los programas de estudio de dichas escuelas se avenía mejor con las particularidades de Cuba, resultando para Clara el de la Escuela de Diseño de Hale, en la República Democrática Alemana, el más a propósito con sus objetivos docentes. A su regreso del periplo europeo, se hace una última selección a nivel medio y se aprueban 15. En enero de 1965, Clara inaugura el primer y único curso de nivel medio de la Escuela de Diseño del Ministerio de la Industria Ligera, en el reparto Siboney.

Su proyecto mayor para con Cuba se mediatiza. Cabe aducir, entre otras razones, los cambios ministeriales que hacen que el Che pase a ocupar otras responsabilidades en el Gobierno Revolucionario, la disolución del Ministerio de Industrias y la creación del Ministerio de la Industria Ligera, y la postergación del nivel superior. Por último, la falta de locales e instalaciones que dieran respuesta a las necesidades de materialización de los programas proyectados y aprobados, implicó que el antes citado curso de nivel medio terminara impartiéndose en la Escuela de Artes Plásticas de la ENA, el que concluirá tres años después, en diciembre de 1967, graduándose 12 de los 15 estudiantes que hicieron la matrícula inicial.

 

IV

En 1965 Clara regresa a México con una idea fija: crear la carrera de Diseño Industrial en la UNAM. En septiembre de este año rinde informe oral en el Seminario de la Escuela de Arquitectura de dicha universidad, en el que expone las experiencias obtenidas en sus viajes y proyectos con vista a fundar una escuela de diseño industrial de nivel superior en La Habana. En 1969, y sobre la base de las experiencias y proyectos antes señalados, se funda la carrera de Diseño Industrial en la UNAM, bajo la dirección del ex alumno de Clara, arquitecto Horacio Durán.

Un año antes se había creado en La Habana la Escuela de Diseño Industrial e Informacional adscrita al Ministerio de la Industria Ligera, bajo la dirección del arquitecto Iván Espín Guillois. En 1981 se crea la Oficina Nacional de Diseño Industrial (ONDi) en la capital cubana. Por esas coincidencias de la Historia y de la vida, ese mismo año, el 17 de mayo, a ocho días de cumplir 87 años, muere Clara Porset Dumas en Ciudad México. Su última voluntad —que sus restos descansaran en tierra cubana—, expresada en carta dirigida a su amigo Juan Marinello, lamentablemente, no se cumplió. A fin de cuentas, su vida y obra ya pertenecen a Nuestra América. “Honrar, honra”.

 

Notas:

1. Jorge R. Bermúdez. Clara Porset: diseño y cultura. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2005, p. 22.

2. Ibídem.

3. Clara Porset Dumas: El arte en la vida diaria. México D.F., INBA, 1952, p. 27.