Volver la vista 40 años atrás

Osvaldo Cano
20/10/2016

Pertenezco a una generación de jóvenes que irrumpió en las aulas y salones del ISA en el ocaso de los 70, justo cuando la (ahora) Universidad de las Artes apenas balbuceaba. En ese entonces, maestros y discípulos nos enrolamos —algunos sin notarlo— en una empresa fundacional que, 40 años después, nos permite voltear la vista atrás sin temor a convertirnos en estatuas de sal. Recuerdo con extraordinaria nitidez cómo uno de los maestros fundadores nos advirtió, con total convicción, que habíamos traspasado un umbral, llegando a un mundo fascinante al cual no podríamos renunciar. A partir de ese momento  fuimos seducidos por una cálida vorágine que nos arrastró sin remedio, transformándonos en deslumbrados espectadores primero, y más tarde en flamantes hacedores, algunos de los cuales alcanzarían sitios preferentes en el quehacer teatral de la nación.

Confieso que mi visión de estos 40 años se circunscribe esencialmente a la ahora Facultad de Arte Teatral  (antes de Artes Escénicas), en la cual enrumbé mis pasos hacia una profesión que aún hoy me fascina con idéntico fervor. Sin embargo, esto no me impide recordar que varios de mis condiscípulos estudiantes de música o artes plásticas (esas fueron las tres facultades fundacionales), ya eran artistas noveles con aventajado dominio de sus respectivos oficios. Esa pericia temprana acentuó muchas veces mi desconcierto y sirvió de acicate para intentar develar los misterios, entonces insondables, del teatro.


Fotos: Archivo La Jiribilla

 

Aquella Facultad de Artes Escénicas del naciente Instituto Superior de Arte, compartía los espacios de una antigua casa venida a menos y una estilizada ciudadela medieval a medio construir que había sido bautizada como “las ruinas de artes dramáticas”. Este último era un espacio en construcción, donde la humildad del ladrillo a vista alcanzaba resonancias magníficas debido a la imaginación del arquitecto Roberto Gottardi. Allí se maridaban, en extraña armonía, la serena certeza de los maestros fundadores y la incertidumbre de quienes inaugurábamos carreras inéditas en este lado del mundo.

Varios de nuestros profesores (Rine Leal, Mario Rodríguez Alemán, Juan José Fuxá…) habían integrado los claustros de las academias teatrales organizadas con anterioridad: ADAD, Seminario de Artes Dramáticas de Teatro Universitario, AMAD o el sistema de la enseñanza artística fundado por la Revolución naciente a inicios de los años 60. Estos vínculos los hacían depositarios de una experiencia que, sobre la marcha, estructuró los pilares de la tradición pedagógica cubana en el terreno del teatro. Junto a ellos estuvieron, en esos años inaugurales, un grupo de asesores soviéticos provenientes de diferentes universidades. Ellos contribuyeron a concebir los planes de estudio, seleccionar el claustro o definir cuáles serían los perfiles de carrera, que en la arrancada solo incluyeron Actuación, Dramaturgia y Teatrología.

Allí se maridaban, en extraña armonía, la serena certeza de los maestros fundadores y la incertidumbre de quienes inaugurábamos carreras inéditas en este lado del mundo.Los asesores soviéticos aportaron sus conocimientos sobre el método Stanislavski, enviaron profesores de varias materias, cooperaron con su sabiduría en la organización universitaria y trasladaron su experiencia en la formación de teatristas. Esta se compartimentaba de modo tal que el comediante musical, el actor del teatro de títeres o el de teatro dramático, los teatrólogos o los dramaturgos, se concebían como procesos formativos altamente especializados y diferenciados entre sí. En buena medida, esa fue la razón de que, desde el inicio, el entrenamiento en el perfil de Actuación se circunscribiera casi exclusivamente al teatro dramático. No obstante, nuestros expertos decidieron que la convivencia entre actores y “teóricos” contribuiría a una formación más integral, capaz de fundar vínculos tempranos. Años más tarde se pudo palpar lo atinado de esta decisión, en especial por el hecho de que contribuyó de modo decisivo al nacimiento de una vigorosa comunidad teatral, en la cual los compartimentos estancos no tienen razón de ser. 

 

Los maestros “rusos” (así los identificábamos, aunque procedían de varias de las repúblicas que integraban la URSS) trajeron su conocimiento del método de Konstantin Stanislavski, su robusta cultura, el rigor —muchas veces moderado por las circunstancias del trópico—, el asombro frente al mar (para nosotros cotidiano, pero definitivamente sublime) y una simpatía, jamás disimulada, por los habitantes de esta Isla. Su sensibilidad, el depurado conocimiento de su monumental cultura y el desconocimiento de la nuestra, los llevó a enseñar la técnica a través de los excelentes textos de Chéjov, Otrovski o Gorki.

En 1980 el decano fundador, Juan José Fuxá, dio paso a la Dra. Graziella Pogolotti, quien introdujo certeros cambios que acarrearon resultados inmediatos. Uno, de capital importancia, fue la designación de Flora Lauten para graduar a la primera promoción de actores salidos de las aulas universitarias. La emboscada, un texto de Roberto Orihuela que nos remite a la antigua contradicción de Antígona, al polarizarse irremediablemente los intereses de la familia y el Estado, fue la opción de Flora. La atinada selección, el desenfado del juego teatral propuesto, junto al alto nivel de las actuaciones y el vibrante diálogo con el público, convirtió a este espectáculo en un suceso que contó con el reconocimiento de la crítica y la positiva valoración del jurado del 2do. Festival de Teatro de La Habana que, en 1982, lo premió como la mejor labor interpretativa de un colectivo joven.

En la arrancada de los 80 se producen las primeras graduaciones de los tres perfiles inaugurales. Con la conducción de la Dra. Pogolotti, se incorporan al claustro importantes maestros históricos de la escena cubana que habían permanecido alejados. Es en estos años que se inicia el festival Elsinor (1987), aparecen publicaciones propias; las inquietudes de los jóvenes estudiantes junto a la manera transgresora de encarar el espectáculo, los temas seleccionados y el modo de abordar la realidad, hacen que las miradas de la crítica y de parte importante del movimiento teatral, se vuelvan curiosas e inquisitivas hacia las aulas y las propuestas de los que, desde allí, buscan labrarse un espacio.


Forum 40 Aniversario ISA. Foto: Abel Carmenate

 

Los primeros graduados —y los que aún estudian— comienzan a publicar en revistas y diarios, obtienen premios y becas, hacen notar su presencia en los eventos. En 1986 Flora Lauten, junto a un grupo de sus más recientes discípulos, fundan Buendía, agrupación que germinaría con el tiempo para pasar a convertirse en auténtica protagonista de la escena cubana contemporánea. Prominentes teatristas de otras latitudes llegan a las aulas del ISA y dejan su huella ante una deslumbrada audiencia. La universidad se abre al mundo con justificada voracidad.

Cuando en 1989 se funda el Consejo Nacional de las Artes Escénicas (CNAE), muchos de los egresados del ISA encuentran una inestimable oportunidad para encauzar sus energías creativas. Ya antes de esta fecha venían manifestando, con hechos concretos, su inconformidad tanto con las estructuras organizativas del movimiento teatral como con los cánones estéticos predominantes. Su empuje se hace visible a través del auge de la danza-teatro, la simpatía por los patrones postmodernos o por las alternativas brindadas por el teatro antropológico de Eugenio Barba y la recuperación del diálogo con la vanguardia histórica. Coincidiendo con el año en que cae el muro de Berlín y se inicia el derrumbe del socialismo en Europa, en nuestra acosada Isla se produce toda una revolución teatral. La creación del CNAE permitió a muchos artistas noveles fundar sus propios grupos, alcanzar protagonismos hasta entonces impensados, ver sus obras sobre las tablas… Es esta una época convulsa y difícil que se tornó extraordinariamente interesante para el teatro.

En los 90 fuimos sacudidos por una fecunda explosión de grupos, textos, estéticas, directores, actores…, muchos de los cuales provenían de las aulas de una universidad que ya llevaba toda una década ofreciendo sus frutos. Colectivos como el ya mencionado Buendía, El Público, Argos Teatro, El Ciervo Encantado, Teatro de la Luna, Teatro de Las Estaciones, Pálpito, El Puente, Teatro en las Nubes, Teatro a Cuestas y muchos otros que extenderían demasiado esta lista, son hijos legítimos del ISA.

 

Sin embargo, a lo interno de la universidad, el sismo de la crisis acarreada por la caída del bloque socialista europeo (con el cual Cuba sostenía más del 80% de su actividad comercial) fue abrupto. Cuando la precariedad mostró su oscuro rostro a todo lo largo y estrecho de nuestra geografía, se materializó un  considerable éxodo del experimentado claustro. La carencia de maestros obligó a buscar alternativas para sortear la crisis. Muchas veces los estudiantes fueron en busca de sus profesores. Grupos, locales de ensayos, casas…, se trocaron en recintos académicos. El proceso formativo, aunque lacerado, no se detuvo. Ya en ese entonces a los perfiles inaugurales (Actuación, Dramaturgia y Teatrología) se habían sumado el de Diseño y Dirección. En el ocaso de la década se reorganiza el Plan de Estudio para atemperarlo a las nuevas circunstancias, pero sin renunciar a las cotas de calidad hasta entonces logradas. Los expertos, guiados por los resultados obtenidos hasta ese momento, indican la necesidad de trasladar la especialidad de Dirección al cuarto nivel de la enseñanza; o sea, al nivel de postgrado.

Con el nuevo siglo se verifica un suave descenso en las tensiones acareadas por la crisis. Los artistas regresan a las aulas, varios de los antiguos alumnos devienen experimentados maestros, la universidad acumula el prestigio aportado por sus graduados, quienes se abren paso por los más disímiles escenarios del mundo. A partir de 2009, uno de los egresados de las primeras promociones comienza a fungir como decano. Para ese entonces, esa porción del ISA que es la Facultad de Arte Teatral se halla atomizada en varios recintos. Uno de ellos es la casa contigua a aquella donde radicó el primer decano. La ciudadela medieval concebida por Gottardi y pendiente de una reparación capital estaba deshabitada. Pronto los estudiantes deciden recuperarla y se retoma en estos espacios el festival Elsinor; los diseñadores utilizan aulas y salones carentes de puertas y ventanas como galería durante la X y la XI Bienal de La Habana; son usados los recintos como locales de ensayo o talleres donde realizan maquetas, se construyen títeres e incluso se imparten clases.

En esta etapa, una de las estrategias concebidas para hacer germinar nuevamente el espíritu ecuménico, la vocación creativa, acercar a auténticos maestros que no podían, o no deseaban, asumir el magisterio cotidiano en alguna de nuestras aulas, fue la activación de cátedras honoríficas que promovieran una actividad paralela a la que establece el Plan de Estudio. De ese modo surge, en 2010, y con un taller impartido por el titiritero francés Philip Saumoth (director del grupo Tarabate, Francia), la cátedra Freddy Artiles. Es esta una de las más activas, capaz de propiciar que hacedores del calibre de René Fernández, o con el desenfado de Yaqui Saiz, escancien sus saberes a otro auditorio también joven y voraz.

A solicitud del decano, el prominente diseñador Jesús Ruiz pasa a encabezar el Departamento de Diseño Escénico y la cátedra Rubén Vigón, desde la cual organiza varios talleres como los impartidos por Derubín Jácome, Antonio Pizo y Diana Fernández, entre otros. Se recupera la cátedra Virgilio Piñera, que genera paneles y conferencias en los aniversarios de José Jacinto Milanés o la Avellaneda, propone talleres o presenta textos nuevos, recién escritos. Casi de la nada, con una primera edición apenas sin participantes foráneos, acreditando a los concurrentes con precarias y casi clandestinas “credenciales”, surge Traspasos Escénicos. Este evento, encabezado por el Dr. Eberto García Abreu, ha crecido de tal modo que es capaz de convocar a maestros de Europa y América, incluyendo a los Estados Unidos, entre los que descuellan Patrice Pavis o José Luis García Barrientos.

 

A Traspasos asiste también un público creciente de los más insospechados lugares del país. De igual forma, cuenta con la sistemática presencia de destacados profesores y artistas que llegan, bien debido a los convenios con otras universidades, bien porque la curiosidad por conocer el ISA los acerca a nuestras costas e imparten talleres de diseño de luces o escenografía, disertan sobre nuevos métodos de trabajar la voz, realizan postgrados sobre el diseño, la construcción y la manipulación de títeres, o sobre diferentes técnicas de maquillaje.

Como suele referir un colega, por mucho tiempo los estudiantes reclamaron un espacio en las salas teatrales para las mejores puestas de Elsinor. Desde hace ya varios años, los eventos de todas las facultades se han agrupado en el Festival de las Artes. La nueva organización ha garantizado que cada uno de los espectáculos presentados suba a las tablas de alguna de las salas del circuito de la calle Línea. En varios de ellos, como por ejemplo, Medea y nodriza (Raúl Bonachea), Las brujas de Salem (Álvaro Torres), La tierra de la plata (Elena Llovet), Wake Up! (Proyecto Cuban´s Trashion) o La noche de los asesinos (Proyecto La Quinta Rueda), puede apreciarse cómo se involucran, en estrecha colaboración, estudiantes de Actuación, Diseño, Dramaturgia, Teatrología, o de las facultades de Música, Danza y Artes Visuales, además del movimiento profesional; todo lo cual surge de modo espontáneo y diáfano, según las necesidades y afinidades de los flamantes creadores.

En 2016, y con la participación de prestigiosos creadores como Carlos Celdrán, Carlos Díaz, Raquel Carrió, Flora Lauten, Nieves Lafferté y Juan Piñera, dio inicio la Maestría en Dirección Escénica, la primera generada por la Facultad de Arte Teatral en estos 40 años. Su propósito es dar cauce a la formación de directores con el más alto nivel. En estos momentos se avanza sostenidamente en la concepción de los programas de una Maestría en Diseño Escénico, al tiempo que no cesan los esfuerzos por reparar y terminar de erigir los recintos restantes de la ya añeja facultad.

 

Contrario a lo que pudiera creerse, la dispersión de los espacios docentes, pese a ser un reto, no ha lacerado de modo sensible la calidad del proceso formativo. A esto contribuye decisivamente un claustro de artistas, investigadores, profesores y críticos, quienes son, en la mayoría de los casos, genuinos protagonistas del movimiento teatral cubano de estos tiempos. También, y creo que sobre todo, porque las eternas “ruinas” han acunado siempre otra dimensión de la universidad: su dimensión espiritual. Esa que nos legaron los maestros fundadores y que constituye su definición más certera.

Es precisamente gracias a esta herencia que, cercanos o dispersos, ha perdurado en el tiempo la fascinación por un arte antiguo y vigoroso que reúne a los iniciados en torno a una suerte de matriz primordial. Porque, en buena medida, aquellos maestros nos impregnaron de ese espíritu de tal modo, que aun en el improbable caso de que las “ruinas” llegaran a ser polvo, siempre serán polvo enamorado; capaz, ¿quién lo duda?, de regenerarse una y otra vez para resurgir como el Ave Fénix, que cada 500 años se renueva.