Woyseck: la ruta de la esquizofrenia y el medio social

Ernesto Cuní
24/10/2019

El amor resulta necesario. Nos sentimos bien sabiéndonos amados y amando al otro. Bien se gesta cuando es razonable e inteligente. Todo lo contrario, cuando es posesivo, irracional y apasionado. La pasión ciega la razón. Ciertos lastres suelen acompañarlo, como es el celo.

 Teatro Buendía lleva por segunda vez a las tablas la obra Woyseck, de Georg Büchner.
Foto: Cartel tomado del perfil de Facebook de Teatro Buendía

 

El celo y la inseguridad que lo genera, sumado a una pasión enfermiza en medio de condiciones adversas como la guerra, la perfidia y manipulación de ciertas personas, y en general el medio existencial y social que soslaya al individuo, son puntos de mira en Woyseck, obra inconclusa del germánico Georg Büchner.

El grupo Teatro Buendía, dirigido por la actriz Flora Lauten, llevó a las tablas la pieza por segunda vez, ahora en el XVIII Festival Internacional de Teatro de La Habana. En versión dramatúrgica de Raquel Carrió y la propia Lauten, la obra significa todo un reto para rehacerla de manera más concisa, según notas del programa.

Y ahí comienza uno de los desaciertos de esta puesta. En aras de concentrar las cerca de veintitantas escenas —Werner R. Lehmann propone 27 sobre la base de los escritos de Büchner—, la historia del soldado Woyseck escenificada por Buendía aparece por momentos trunca y elíptica.

Ese prólogo o escena inicial donde los personajes aparecen sumidos en apoteosis bucólica, lograda con una magnífica atmósfera gracias a la combinación de un diseño de luces y ambientación escenográfica certeros, no se conecta con el resto de lo que los espectadores verán a continuación. Aparece como un elemento inconexo. Súmele que se realiza en el sótano de la instalación teatral y, terminado el mismo, hay que trasladarse al escenario principal en los altos del inmueble. Aquí comienza entonces el desarrollo de la obra.

Si en la versión original la manipulación deshumanizadora y cruel sobre este soldado —pobre de bolsillo y espíritu— es llevada a cabo por el doctor que experimenta con él a cambio de dinero; María, su libertina mujer y los militares, aquí se concentra en estos últimos: el Capitán y el Tambor Mayor, quienes, con desprecio e ignominia, lanzan al abismo al perturbado soldado.

A mi entender, la progresión dramática por momentos parece dar grandes saltos, sin preclimas, dejando cabos sueltos y huecos en la trama. Ese intento de extractar la obra atenta contra el desarrollo dramático de la misma. La eliminación de algunas escenas dejó brechas en la historia y eso se nota.

No obstante, logra salvarse la trama principal: el soldado Woyseck desea ser un abanderado de la patria en vertical cumplimiento de su deber, alentado por el medio y el entorno de un pueblo ciego que enaltece tal posición. Es una crítica mordaz a la guerra y el patriotismo falaz.

Luego de un tiempo es que comienza a percibirse la trama en la que este hombre trastornado y aprehensivo, conmocionado por una obsesión amorosa hacia su esposa, se va degradando psicológicamente. Los diálogos van revelando poco a poco el conflicto de esta persona débil psicológicamente, ante un medio hostil que lo condena a la ignorancia. La obra va adquiriendo pulso.

El personaje principal es interpretado por el actor Leandro Sen, a quien en algunos instantes se le ve sobreactuado. Tal vez faltó carne y tendones a su interpretación, creerse de veras hacia adentro el soldado Woyseck. Este protagónico está bien diseñado, sus rasgos psicológicos son delineados con maestría. Al final, logra darnos ese hombre sombrío y esquizofrénico que da muerte a su esposa.

El resto de los personajes son representados moderadamente. Resultan convincentes algunos, otros muestran lo contrario, son sobreactuados.

Aristas universales de la existencia, como son la fidelidad, la alienación, el hambre y lo que esta conlleva a hacer —es el caso de María, la mujer de Woyseck, que se deja seducir por el Tambor Mayor para dar de comer a su hijo—, el derecho a ser otro, a esa libertad de soñar, son esbozadas con maestría en la puesta. 

Una de las escenas bosqueja uno de estos segmentos. El soldado Woyseck afeita al Capitán mientras este se burla con sorna de su condición de pobre.

Los recursos escénicos pudieron ser más abundantes, pero se apeló a la combinación de varias telas blancas que funcionan como guaridas o refugios en donde los personajes entran y salen. El espacio central del proscenio queda a disposición de los recursos expresivos —verbales y extraverbales— de los actores.

Igualmente, las luces y la banda sonora, con música en vivo, coinciden en la intención dramática.

Ecos de la tragedia griega, el varieté o teatro musical, e incluso la utilización de títeres, son algunos de los recursos que utiliza la obra en su representación. 

La puesta posee la capacidad de llevar a la reflexión a los espectadores. Pese a los desajustes iniciales, al final se logra, gracias al oficio de su directora, una representación de esa realidad tangible que propone la obra.