Con la inauguración oficial de la Bienal de La Habana, en su edición 14, pasa a ser evidente algo que la mayoría dábamos por sentado: ningún boicot frustraría su puesta en marcha. No es la primera vez que se intenta hacerlo y, supongo, no será la última, dado el precepto de agresión directa al que han intentado someterla. En esta que recién se ha inaugurado oficialmente, se han empleado métodos de intervencionismo, presión y amenaza sobre la mayoría de los artistas que han respondido positivamente, haciendo lo posible por aislar los esfuerzos que se le dedican. Además de los mensajes públicos, con alusiones directas que son fácilmente detectables, se ha gastado un intenso cabildeo directo y se ha interferido incluso en la propia libertad individual de los interpelados. Tanto fogueo, por supuesto, algún resultado debió darles, aunque a la postre, y una vez más, se frustre el objetivo que se propusieron.

Montaje de la exposición colectiva Caminos que no conducen a Roma: colonialidad,
descolonización y contemporaneidad, en el Centro Wifredo Lam.
Foto: Tomada de Granma

Por si no fuera suficiente, esta edición 14 se ha visto en la disyuntiva de ocurrir en un marco de circunstancias más tensas que las anteriores, en medio de un proceso heroico de recuperación de una pandemia que no ha merecido ni un ápice de consideración humanitaria por parte de los agresores. No solo han recurrido a los tradicionales corredores de desinformación, sino también a la coacción directa, personalizada, y al emplazamiento espurio cuando los métodos de coerción no arrojan resultados.

¿Suponían, al lanzar la campaña, que no terminaría en fracaso su boicot? ¿Contaban siquiera con algún viso de esperanza de lograrlo esta vez? ¿No escondían, con natural cinismo, sus verdaderos cálculos, con el irónico axioma de ir de derrota en derrota a la victoria final? Lo sabían, por supuesto. Si no es precisamente obvio, es evidente al menos.

“Esta edición 14 se ha visto en la disyuntiva de ocurrir en un marco de circunstancias más tensas que las anteriores”

Debe tenerse en cuenta que la Bienal de La Habana ha sido siempre alternativa, ajena a los tópicos convencionales, fundamentada en objetivos descolonizadores y, por ello mismo, centrada en propósitos afines al tercermundismo. Es un evento que pide al arte mirar a los de abajo. De un modo u otro, sus convocatorias lo han dejado explícito y le han brindado espacio a artistas y proyectos marginados por las normas mercantiles hegemónicas. Como en toda obra humana, unos proyectos condujeron al salto preanunciado, en tanto otros no gozaron de la misma suerte. Del mismo modo, no siempre la propuesta soñada alcanzó el nivel de calidad que prometía, lo que, a fin de cuentas, pesa más sobre la responsabilidad propia de sus creadores que sobre el trabajo de curaduría, aunque ambos se impliquen. También, sea dicho con justicia, en ocasiones la crítica tiró de los patrones de juicio más convencionales, acordes a las modas predominantes del mercado del arte, con la intención de minimizar sus resultados.

¿No es lógico, entonces, que aquellos artistas con pensamiento progresista —más cercano a la justicia social y a la emancipación cultural del pueblo— sean los más identificados con este evento? ¿No es además razonable que se vean como extraños, incluso en diálogo de sordos, quienes se hallan al lado de un pensamiento que da por legítimas las normas culturales del capitalismo? Son preguntas que recién me ha hecho un buen amigo, al que le doy la razón completamente.

Juzgar la Bienal de La Habana con raseros de tipo mercantil o de cenáculos críticos, contra los cuales surge, no es un acto de simple diferencia en el criterio. Quien así lo hace, o bien es tan ingenuo como para serruchar la rama del árbol en la cual se apoya, o bien conoce a fondo en cuáles ideas le urge socavar. En la segunda especie se agrupan los que intentaron boicotearla por todos los medios y con muy pocos escrúpulos.

“Los especuladores han vuelto a fracasar, y la Bienal es un hecho que despega y crece”

Sí es evidente, aun así, que la mayoría de los artistas cubanos aspira a ser parte de este evento y se enoja, y mucho, cuando se siente excluido. He señalado ya en otros artículos cómo varios agentes de boicot han tenido espacios de envidiable privilegio en ediciones anteriores y han dado el cambiazo aspirando a escenarios de más jugosos ingresos y, por consiguiente, contrarios a las propuestas de base que la Bienal de La Habana ha mantenido. A pesar de las crudas circunstancias, por varios flancos agravadas, los especuladores han vuelto a fracasar, y la Bienal es un hecho que despega y crece, desde ese primer acto de inauguración de la muestra Caminos que no conducen a Roma, que ya se exhibe en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam.

Lograrlo al fin, acarreará más tormentas y agresiones, más presión sobre la libertad de elección de los artistas y, sobre todo, más inducción sobre el criterio a emitir en el ámbito público. Vivimos tiempos de deslegitimación emocional, sorda a cualquier demostración, por evidente que sea. Nos queda mucho por ganar en esa guerra de patrones de juicio que se impone, aunque lo principal, que es el acto cultural intrínseco, ha comenzado a germinar una vez más.

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