¿Y qué me has dicho, Cleto?

Jorge Ángel Hernández
23/8/2018

La primera dificultad que presenta una polémica con la curadora Sandra Ceballos es su proverbial incoherencia discursiva, siempre asociada a una incontenible incongruencia en sus presupuestos de lógica formal. Escribí el artículo “Del Decreto 349 y sus contra-invenciones” a partir de dos cartas abiertas, la suya y la de Tania Bruguera, que descubrí por etiquetas y llamados de Facebook. Ceballos intenta responder a mi artículo en un correo múltiple, prescindiendo de otros valiosos trabajos que acompañan al mío en el Especial de La Jiribilla. Vale su respuesta para reiterar su tendencia a la falta de rigor, demostrada en su carta abierta  y en la agotadora redacción escolar de su catálogo Malditos de la posguerra, también descargado de internet a partir de su propia información en el perfil de Facebook.

 Sandra Ceballos entra y sale del ISA, según el interés puntual de cada texto o performance.
Foto: Captura de su muro en Facebook

 

No es menos cierto que algunos podrían desconcertarse con su información, dadas las imprecisiones en el nombre y los apellidos y la referencia a mi oficio, además de la selectividad en los tópicos que intenta rebatir, pero tal vez ello no sea simple casualidad espontánea, sino un nuevo intento de violentar la ley para erigirse en víctima.

Respecto a su militancia ideológica, la señora Ceballos es mucho más concreta: su perspectiva es de un totalitarismo contrarrevolucionario extremo y, por ello, todo cuanto pretenda contradecirla debe ser ejecutado en la picota pública y terminar borrado por la eternidad. Se trata, siendo tal vez demasiado generosos con su perspectiva y alcance, del mismo discurso demagógico de la democracia partidista que ha paliado las crisis del capitalismo neoliberal y le ha ganado importantes batallas a los movimientos y fuerzas que consiguieron superarlo. Días atrás, el reciente Premio Nacional de Artes Plásticas, Eduardo Roca Salazar (Choco), quien es un artista de valía incalculable en cualquiera de los escenarios posibles, respondía en una entrevista de Magda Resik que no tendremos perdón cuando jodamos esto. 

En cuanto a mis argumentos sobre su función en la guerra cultural, no se basaban siquiera en ella misma, sino en investigaciones de años cuyos resultados se han publicado parcialmente en libros como Sentido intelectual en era de globalización mecánica e Industria cultural e ideología. Siete ensayos de participación en las contradicciones, publicados ambos por la editorial Ciencias Sociales, de Cuba. Mi tesis de sociología, "Estado, ideología y transición socialista", sacada de un libro y no a la inversa, como suele ocurrir en la Academia, analiza, entre otras muchas cosas, ese periplo de errores y disparates que dentro del proceso revolucionario se cometieron en el ámbito de la cultura. Los fundamentos ideológicos que asume no van a dar, como en otros libros publicados en editoriales cubanas, al muladar de la aniquilación, sino al panorama necesario para continuar con la fase de la transición socialista y al análisis objetivo y concreto de las circunstancias en que tales errores fueron cometidos. Debe tenerse en cuenta que sin los avances inconmensurables del proceso revolucionario cubano la idea de la comisión de esos errores y parametraciones de la época hubieran sido un sinsentido, ya que los mismos nacen de la propia dialéctica de las transformaciones sociales.

Sé que hoy día, cuando el neoliberalismo ideológico ha invadido el sentido de la teoría universal, atreverme a abogar por el fortalecimiento del Estado y de la ideología para sustentar la cultura y garantizar el tránsito al comunismo —superobjetivo que me propuse en ese libro—, puede parecerle a muchos de broma, tan domeñados como están por las manipulaciones hechas sobre la evolución de los estudios culturales.[i] Las ideas fundamentales que han sustentado mis presupuestos teóricos se hallan además en numerosas críticas y embriones de ensayos que he publicado a lo largo de unos cuantos años.[ii] Es lo normal para cualquier ensayista, para cualquier intelectual que se exprese libremente en el espacio público.

“Incoherente es además su deseo de demandarme por usar la postal pública que anuncia su exposición”.
Foto: Perfil de Sandra Ceballos

 

Sin embargo, ni para la Señora Ceballos y ni para su inmediato y presto defensor, Diario de Cuba, merezco ser considerado intelectual, escritor, poeta, narrador, ensayista, editor, crítico (que todas esas funciones he desempeñado profesionalmente); sino comisario político o norcoreano de quinquenio gris. La señora Ceballos derrocha desinformación, falta de respeto profesional y nulo rigor en su respuesta, al punto de que, en tanto reproduce mi artículo, con el crédito correcto de La Jiribilla, usa nombres y apellidos que no me pertenecen. La revisión de su catálogo Malditos de la posguerra demuestra, apenas se inicia su lectura, la incapacidad de la airada curadora para redactar en un nivel medianamente escolar y, menos aún, para salvar una labor editorial, aun cuando presuma de ambas especialidades en los créditos del mencionado catálogo.

Esta no es, tampoco, la principal falacia que hallamos, pues ella misma revela que, para entrar en el financiamiento del proyecto que ha llevado a cabo, con cínica alternancia de la declaración de espacio doméstico y la acción pública, propaganda incluida, debió considerarse a sí misma exiliada en su propia tierra. Para aclararlo en llano modo: como el dinero venía para exiliados, tuvo que auto considerarse exiliada en su país para recibirlo. Crea así, sin que importe la falta de rigor ni el apego a la más elemental de las lógicas humanas, una narrativa que, al modo de la democracia occidental, legitime su acción. Esta es su explicación en el Catálogo:

“Aglutinador se transformó en Aglutinador Country; fue en este momento que realicé una performances para el Immigrant Movement Internacional Project organizado por la artista-activista interdisciplinaria Tania Bruguera, en la cual me autoproclamé como emigrante en mi país natal cuando estuviera fuera de mi casa, o sea, mi country y de la cual salí, para viajar a las diferentes instituciones culturales con una camiseta puesta, que mostraba un texto impreso con el nombre de la institución que fuera visitada, por ejemplo: "Sandra Ceballos viaja al Centro Wifredo Lam"; "Consagración: acto de presencia, obra sobre la cual se muestra una documentación en el actual proyecto", o "Malditos de la postguerra".

 He aquí el cartel de otra acción pública en Cuba de nuestra artista y curadora “censurada”.
Foto: Tomada de su muro de Facebook

 

Como la negrita de la cita es suya, me permito deconstruir algunos elementos:

1. Su casa como “country”.

2. Su falsa condición de emigrada como justificación para recibir el financiamiento que no le correspondería de no estar jugando un dominó hablado.

3. Su condición de artista como derecho a ser absolutista con la alteridad, en nombre de la propia defensa de la alteridad.

4. Su tranquilidad al considerarse suficiente referencia, solo por el hecho de citarse a sí misma.

Para Ceballos solo es posible la crítica que la aúpe y la sostenga y no (¡vade retro, Satanás!) la que ose rozarla con un pétalo. ¡Qué no decir entonces de una crítica de perspectiva revolucionaria, socialista, de ideología emancipatoria abierta como la que ejerzo! De ahí su agresividad y su falta de respeto, lamentablemente contentiva de supina ignorancia, al responderme. De ahí que no me deje llevar por su incontinencia argumental y apostille cuestiones que creo fundamentales en este debate.

Todos, ciertamente, comenzamos como aficionados, pero ninguno avanzó “sin obra alguna”, como he dicho, ni tampoco, en mi opinión personal, tiene derecho a intentar dinamitar “el difícil trabajo de educación cultural de la ciudadanía”. Solo una extrema paranoia y una incurable miopía pudieran convertir este argumento en un llamado a censurar artistas. Más bien, como lo han dicho otros además, es un llamado a proteger el derecho del artista y, más importante aún, una necesidad de continuar formando culturalmente a la ciudadanía. Es tan absurdo el retintín de la señora Ceballos que hasta no comprobarlos con mi propia lectura no habría podido imaginarlo. Las medidas y contravenciones del Decreto 349  provienen justo de los reclamos de artistas y escritores en diversos sectores de los servicios artísticos cuyos debates acapara, casi siempre, lo que se hace en el sector turístico. Pero el programa de contrarrevolución es, ese sí, tan coherente en su objetivo ideológico, que debe sostenerse como una especie de Rey Midas de la negación y la condena. Quiéralo o no, todo el que como médico se presente, sin serlo, usurpa la función del médico. Y así la ingeniería, la plomería y la albañilería, que tantos malos trabajos nos dejan en nuestros inviolables hogares.

Tal es la paranoia de la señora Ceballos, que no se muestra capaz de entender que cuando hablo del accionar violento y agresivo me refiero justo a los que invaden nuestro espacio sonoro con lesiva indiferencia y que reaccionan con violencia física si alguien osa llamarles la atención. Violan, sin embargo, las leyes vigentes anteriores al propio Decreto 349 . Si eso es libertad de expresión y manifestación artística para la señora Ceballos, es obvio que nuestras opiniones divergen definitivamente. Y entonces, desde luego, al ver que me niego a plegarme a sus imposiciones, su opción no es argumentar, sino ofender, denigrar, tergiversar, mentir y timar. Obvio es que el respeto a la ley no es el fuerte de Ceballos, pues, para poner solo un par de ejemplos, declara que cuelga en su casa las obras de arte que desea, según derecho inalienable, pero lo anuncia como espacio público y convoca a la ciudadanía a integrarse a su, por ello mismo, falsa intimidad.

Por otra parte, mientras habla de gratuidad en su obra, recibe financiamiento de entidades que han preparado golpes de Estado en el tercer mundo bajo tapaderas culturales y de asistencia social. Estos datos, por cierto, los aportan publicaciones y diarios que no son precisamente de izquierda, pues sus acciones violan la ética fundamental y la legalidad que la propia democracia del capitalismo proclama. La señora Ceballos no solo se muestra cínicamente indiferente a las fuentes y procesos que han financiado su proyecto, sino que intenta limpiar el expediente del origen y objetivo de guerra cultural que su dinero conlleva.

 Sandra posa feliz para un crowdfunding, desde su “hostigamiento” en La Habana.
Foto: Tomada de su muro de Facebook

 

Incoherente es además su deseo de demandarme por usar la postal pública que anuncia su exposición, que justo por tal motivo se hace pública, en el interior de su vivienda, la cual, hasta donde conozco, no ha sido allanada por autoridad cultural ni policial alguna. ¿Ni siquiera estas contradicciones, elementales en extremo, le sugieren no salir al ridículo público con semejante altisonancia?

¿Pueden mentalidades de tal tipo erigirse en guías de conducta social? ¿Quiénes sacan partido de esas actitudes de rasero doble y engañoso como la que la señora Ceballos sostiene con bastante impunidad, a pesar de la alharaca mediática de los subvencionados de la USAID? Y ya que le gusta erigirse en profeta y pronosticar Apocalipsis políticos, ¿a dónde nos llevaría, como sociedad, su desmedida capacidad por anteponer el beneficio económico a la naturaleza y la sinceridad del arte? ¿En base a qué argumentos profetiza Ceballos que los estudios privados de nuestros artistas, la inmensa mayoría de ellos en plena armonía con la institución, están en peligro, cuando ni siquiera el suyo ha sido intervenido, pese a su probado activismo contrarrevolucionario? ¿A dónde conduce su demagogia concreta con la obra de otros? ¿Son las escuelas de arte independientes del proceso revolucionario cubano? ¿Si no ha estudiado en el Instituto Superior de Arte, como dice en su respuesta, por qué lo ostenta en su perfil del Facebook?

El fuerte de esta curadora es, no obstante, la contradicción que se vicia en sí misma. Pongamos por ejemplo que, mientras declara trabajar “sin imponer ningún tipo de sistema ni ideología política, ni presiones moralistas ni lucrativas”, hace tabula rasa con todo lo que se oponga a la ideología neoliberal de hoy día y considera una acción policial (desinformada, dice, para seguir aportando incongruencias), mi libre ejercicio del criterio, la opinión y la crítica.

A estas alturas, no puedo si no acordarme de una frase que escuchaba en mi infancia campesina, cuando alguien llegaba transmitiendo un mensaje confuso, ininteligible. “¿Y qué me has dicho, Cleto?”, preguntaban los sabichosos interlocutores, portadores, cómo no, de una sabiduría raigal que ninguna de esas espurias elites que se pretenden mecenas puede suplantar, aunque lo intenten con uñas y dientes, con agresividad lesiva y difamaciones sin coto y, más no faltaba, con el sostenido y oportunista apoyo de la USAID.

 

Notas:
 
[i] En mi columna “Semiosis (en plural)”, de Cubaliteraria, aparece un artículo reciente (“Dominaciones culturales: los íconos y el uso”) que aborda parte de este tema. 
[ii] Una de ellas, publicada en la propia Jiribilla tiempo atrás, no ha dejado de “picar” y “repicar” en la conciencia de la dirección de Diario de Cuba, publicación de abierta injerencia cultural y política que por los constantes dividendos que de la NED (National Endowment for Democracy) recibe se le llama satíricamente “La bien pagá”.
 
Artículos Relacionados:
 
Deberíamos recordar más, y mejor
 
Censura en Miami o Gorki Águila inspector
 
¿Por qué ha sido polémico y qué se propone en realidad el Decreto Ley 349?
 
Oyendo el concierto de la libertad

Censuras y otros delirios en torno al Decreto
 

Carteles con brillo y maniobras frente al Capitolio
 
Apuntes para la desmitificación del #Decreto349
 
Del Decreto 349 y sus contra-invenciones
 
Decreto No. 349